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¿Quiero ser bahá'í?
Vida

¿Estoy cualificada para la otra vida?

Mahin Pouryaghma | Jul 6, 2024

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Mahin Pouryaghma | Jul 6, 2024

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Ayer visité a mi amiga M. aquí en la residencia de ancianos y, curiosamente, ella pudo hablar. Desde el fallecimiento de otra amiga hace unos días, he estado pensando en las lecciones que tengo que aprender para estar cualificada.

¿Cualificada para qué, se preguntarán? Bueno, como mi querido hermano bahá’í Steve dice: él no se ha ido al otro mundo porque todavía no está cualificado para entrar al Reino.

¡Qué manera tan interesante de pensar sobre la muerte! Tenemos tanto que aprender aquí, en este plano de existencia, y hasta que no lo aprendamos, no podremos subir al Tren de la Gloria. Sin embargo, aquí estoy, en la estación del Tren de la Gloria, esperando con impaciencia mi transición al otro mundo.

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En mi estancia aquí, en la residencia de ancianos, estoy aprendiendo sobre al menos tres áreas que son las más desafiantes para mí en este momento:

1. Ampliar la paciencia

2. Desarrollar la humildad

3. Aprender perseverancia y desprendimiento.

Creo que todas estas hermosas cualidades espirituales -paciencia, humildad, perseverancia y desprendimiento– son igualmente difíciles de adoptar y practicar, al menos con constancia.

He aquí un impactante pasaje de los escritos de Abdu’l-Bahá que explica por qué esas cualidades interiores son tan importantes:

La religión de Dios consta de dos partes: una es la base misma y pertenece al dominio espiritual; es decir, trata de verdades espirituales y cualidades divinas. Esta parte no sufre cambio ni alteración… Estos mandamientos no serán jamás abrogados, sino que permanecerán vigentes y válidos por toda la eternidad… esas bases de la religión de Dios que son espirituales y consisten en virtudes humanas nunca están sujetas a abrogación, sino que son eternas y permanentes, y se renuevan en cada Dispensación profética.

Lo admito abiertamente: estoy muy lejos de esos altos objetivos. Quienes me conocen bien saben que todo lo quiero para ayer. Incluso mi madre solía decirme, una y otra vez, que no tenía paciencia. Decía una frase hecha en turco: «ar grack, tez grack», que significa «quiero un marido, y lo quiero ya».

Sólo tenía una ligera inexactitud. Si quería un marido, lo quería para ayer. Por cierto, ese viejo refrán no tiene nada que ver con un marido: es sólo una forma de dar a entender que soy impaciente.

Esperar lo que sea, a lo largo de toda mi vida, me ha parecido tortuoso. Deseo fervientemente saber exactamente cuándo va a ocurrir un acontecimiento. Por eso, sentarme en la estación del Tren de la Gloria sin nadie en la ventanilla ni la presencia de ningún horario para el viaje es una tarea muy difícil para mí.

Cuando paseo y visito a algunos de mis amigos y vecinos y los veo en peores condiciones que yo, y sin embargo me doy cuenta de que están agradecidos, me desconcierta. Cuando veo que algunos de ellos, como mi amiga M., se encuentran en un estado de salud bastante crítico, y aún así aguantan, me desconcierta de verdad. Me pregunto: ¿cómo pueden tolerar todo esto, y qué atractivo queda en este mundo físico para que sigan queriendo quedarse aquí en la Tierra?

Sin embargo, esto tiende a aumentar mi nivel de humildad.

Con mi falta de paciencia suficiente, combinada con cierto déficit de atención, la lucha por comprender el misterio de la muerte y el más allá se hace aún más difícil. Entonces, ¿confío en que Dios sabe lo que hace, o creo que necesita mi consejo sobre qué hacer con mi vida? Aquí es donde mi ego se mantiene ocupado descarrilando mi paz interior.

Por un lado, confío en el Creador un 1000 por ciento – y por otro lado, no confío en Él ni un .000001 por ciento. Digo, tal vez Él necesita mi ayuda o un recordatorio gentil, y ahí es cuando estropeo mi paz y genero una confusión absoluta en mí. Entonces salta la culpa y me siento mal conmigo misma y el miedo a la privación debido a la pobreza de mi alma me asusta.

¿Qué le diría a mi Señor cuando esté cara a cara con Él y deba responder de mis actos? Mi maleta de virtudes a veces parece vacía, parece que voy con las manos vacías y avergonzada. Aquí es donde entra el tema de la humildad. Sé que tengo que esforzarme más, mucho más de lo que lo he hecho hasta ahora: cavar cada vez más hondo en mi alma y ser aún más honesta conmigo misma.

Tengo que determinar si soy plenamente honesta cuando recito la oración bahá’í, «Pongo todos mis asuntos en Tus manos, Tú eres mi Guía y Refugio» – especialmente dado que Bahá’u’lláh nos enseña que «La veracidad es la base de todas las virtudes humanas. Sin veracidad el progreso y el éxito, en todos los mundos de Dios, son imposibles para cualquier alma».

A veces sé que soy completamente sincera con Dios, es decir, que mis palabras y mis acciones están en armonía. Cuando eso ocurre, me abraza una sensación de paz y tranquilidad, y siento que estoy en el cielo. Tal vez lo esté, ya que las enseñanzas bahá’ís aseguran que el infierno y el cielo son estados espirituales, no lugares. Cuando me siento así, me siento embriagada de alegría y júbilo, y cuando mi mente egoica toma el control de mi mente racional, siento que estoy en el infierno de la lejanía de Dios. Entonces, ¿por qué no sigo permaneciendo en el cielo? ¿Por qué necesito hacerme daño innecesariamente?

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A nadie le gusta sentirse desdichado, pero ¿por qué? ¿Por qué? Ojalá tuviera una respuesta, y si la tuviera, me aferraría a ella y no la dejaría desaparecer. Y ya que estamos en ello, ¿por qué quiero presionar a Dios para que me lleve a casa? Ahora mismo no lo estoy pasando mal en esta Tierra. Estoy rodeada del amor de tantas almas angelicales, y mi corazón está lleno de amor por ellas. Entonces, ¿por qué tanta prisa? En este momento, estoy pensando, es porque quiero que MI voluntad se haga, QUIERO ir a casa, quiero establecerme allí, estoy cansada de esperar, y yo, yo, yo. Tal vez es porque simplemente no estoy cualificada todavía.

Por lo visto, aún necesito aprender más perseverancia y desapego. En mi etapa de la vida –esperando aquí en la estación del Tren de la Gloria–, esto debería ser mucho más fácil, y tal vez incluso no sea necesario trabajar en absoluto. Si puedo esforzarme más y tener éxito en algún grado tanto en la paciencia como en la humildad, esto podría no ser un problema. Tendré que pensarlo un poco más.

 Necesito recordarme a mí misma que, a pesar de todos los lamentos y quejas, soy realmente feliz el 99% del tiempo. Pierdo la concentración cuando caigo en un bajón y siento autocompasión porque me concentro demasiado en mí misma y no vuelvo mi rostro hacia la luz de Dios. Pero Dios, en Su infinita misericordia, vuelve mi rostro hacia Su luz y, una vez más, estoy en el cielo. Todo lo que debo hacer es recordar este cielo y no volver a mi yo inferior. Es más fácil decirlo que hacerlo, ¿verdad? Debo mantener mi esperanza alta y creer que no me tomará una eternidad reunir algunos de estos atributos.

Sería estupendo que la voluntad de Dios coincidiera con la mía. Que Dios me perdone.

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