Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Hay un confluir de pensamiento a nivel mundial, unas ganas inmensas de reordenar el mundo.
Después de haber sufrido la pérdida de cientos de miles de miembros, el cuerpo convaleciente de la humanidad está cada vez más consciente de que las diferencias sociales, religiosas o raciales son un invento humano. Un virus nos está haciendo ver que el sistema actual está en decadencia, que las fronteras en realidad no existen, que los agricultores son en realidad la fuerza laboral más importante y que es imperativo desarrollar un sistema económico basado en la cooperación y la ayuda mutua.
Hemos visto las necesidades urgentes de nuestras poblaciones, escuchado el lamento de los pobres frente a las medidas de confinamiento que se está aplicando en todo el mundo, hemos alzado la voz por la eliminación del virus del prejuicio racial y religioso que afligen a tantas comunidades. Hemos tenido tiempo para meditar, buscar respuestas y estamos aún en la búsqueda de soluciones. No hay duda que muchos hemos despertado a la realidad de que el mundo está muy lejos de haber encontrado el tan anhelado sol de la justicia.
Bahá’ú´lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, dijo que el propósito de la justicia es el surgimiento de la unidadentre los hombres, y que la organización del mundo y la tranquilidad de la humanidad dependen de ella: “El Médico Omnisciente tiene su dedo en el pulso de la humanidad. Él percibe la enfermedad, y prescribe, en Su sabiduría infalible, el remedio. Cada edad tiene su propio problema, y cada alma su aspiración particular. El remedio que el mundo necesita en sus aflicciones actuales no puede ser nunca el mismo que el que una edad posterior pueda requerir”.
¿Acaso no es esta la oportunidad para buscar la cura para las enfermedades del mundo que tienen principalmente un origen espiritual? ¿Males que han contagiado y penetrado el corazón tanto de los seres humanos como de nuestras instituciones?
Un día junto a mi padre, licenciado en periodismo de investigación, realizamos el descubrimiento más grande de nuestras vidas, descubrimos una historia fascinante, el último mensajero de Dios había estado aquí entre nosotros, hace aproximadamente 200 años, su nombre fue Bahá’u’lláh, y así como cada profeta de Dios, desde que esta civilización tiene memoria, sufrió gran aflicción y tormento hasta los últimos días de su vida.
Hace 157 años, cuando la palabra “globalización” no tenía sentido y no contábamos con la tecnología de hoy, Él prometió que la unificación del mundo se cumpliría, que en algún momento viviríamos como ciudadanos del mundo, que trascenderíamos las fronteras y que cuidaríamos a nuestros semejantes como si fuéramos células de un mismo cuerpo.
Bahá’u’lláh dice que llegará el momento en que se establecerá una mancomunidad mundial en la que todas las naciones, razas, credos y clases estarán unidas. El trabajo recién empieza. Pero faltan manos: millones de bahá’ís y sus amigos vienen trabajando intensamente por el mejoramiento del mundo a través de actividades comunitarias en vecindarios de todo el mundo y aún se necesitan más amigos e iniciativas.
Si algo hemos aprendido estos últimos meses es que la luz de la unidad “puede iluminar la tierra entera”. Dios nunca nos abandonó; nos ha enviado los remedios para las enfermedades del mundo desde tiempos inmemoriales. Bahá’u’lláh explicó que la verdad religiosa no es absoluta sino relativa, que la revelación divina es continua y progresiva y que cada una de las misiones de los distintos profetas de Dios representan etapas de la evolución espiritual de la sociedad humana: “Los profetas de Dios deben ser considerados como Médicos cuya tarea es fomentar el bienestar del mundo y sus pueblos para que, mediante el espíritu de unidad, puedan curar la dolencia de una humanidad dividida”.
Bahá’u’lláh ha dejado instrucciones para conseguir la unidad de la humanidad, para alcanzar la justicia social, para la eliminación de los prejuicios, para lograr la igualdad entre el hombre y la mujer, para tratar las cuestiones económicas, para la eliminación de los extremos de riqueza y pobreza, y tantos otros males que afectan el cuerpo de la humanidad.
Las guías de Dios se han desplegado para que como un bálsamo bondadoso podamos aplicarlo en la herida del corazón del mundo. La tarea es trabajar para eliminar todo tipo de prejuicios, así Él dice: “Cuando estos prejuicios sean reemplazados por la consciencia de la igualdad del género humano esto traerá el remedio sanador de todas las dolencias humanas”. La tarea es construir un modelo de organización social basado en los principios de cooperación y reciprocidad, de sostenibilidad y de justicia social. La tarea de los que aún estamos en esta tierra es investigar los escritos de Bahá’u’lláh para materializar este nuevo modelo.
Ahora que el mundo entero confluye en un pensamiento de justicia y unidad, es momento de pensar que cada uno de los emprendimientos que hagamos individual o colectivamente son cruciales para construir un mundo sin extremos de riqueza y pobreza, sin prejuicios raciales o religiosos, y que nos lleve eventualmente a la paz y a la unidad de todas las naciones del mundo.
“Bienaventurado y feliz es aquel que se levanta para promover los mejores intereses de los pueblos y razas de la tierra”.
“El mejoramiento del mundo puede ser logrado por medio de hechos puros y hermosos, por medio de una conducta loable y correcta”.
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