Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Los seres humanos tenemos muchos dones, como nuestros poderes y habilidades externas e internas. Abdu’l-Bahá dijo:
Hay cinco facultades materiales externas en el ser humano, que son los medios de percepción; es decir, cinco facultades a través de las cuales percibe las cosas materiales. Son la vista… el oído … el olfato … el gusto … y el tacto, que está distribuido por todo el cuerpo y percibe las realidades tangibles. Estas cinco facultades perciben los objetos externos.
Desde principios del siglo XX, cuando Abdu’l-Bahá dio esta charla, la ciencia ha señalado otros poderes externos del hombre, como la capacidad de percibir la temperatura o de mantener el equilibrio, entre otros. Todos estos poderes ayudan al ser humano a percibir y navegar por la realidad física que le rodea.
Abdu’l-Bahá continuó:
El ser humano tiene asimismo varias facultades espirituales: la facultad de la imaginación, que forma una imagen mental de las cosas; el pensamiento, que reflexiona sobre las realidades de las cosas; la comprensión, que entiende estas realidades; y la memoria, que retiene todo cuanto ha imaginado, ha pensado y ha entendido. El intermediario entre estas cinco facultades externas y las internas es una facultad común, un sentido que media entre ellas y que transmite a las facultades internas cuanto quiera que hayan percibido las facultades externas. Se denomina facultad común porque es común a las facultadas externas e internas.
De las definiciones anteriores podemos deducir que la facultad común es una entidad muy ocupada, que funciona como puerta y conducto de ambos conjuntos de poderes.
Esto nos lleva al acto de verdaderamente concebir una cosa. Por ejemplo, nuestros sueños pueden parecer verdaderos y reales, como el espejismo de un oasis en medio del desierto parece real, pero aunque el sueño y el espejismo parecen reales, sabemos que la mente y el cuerpo pueden jugarnos trucos. Por lo tanto, concebir verdaderamente algo debe implicar ir más allá de ver, saborear, imaginar o incluso pensar -por muy poderoso que sea- hasta llegar a la etapa de la comprensión.
Abdu’l-Bahá hizo una declaración sorprendente cuando dijo «Lo que el hombre concibe con su propia mente lo comprende». – Star of the West, [Traducción provisional por Oriana Vento]
Veamos las definiciones del diccionario:
conˑceˑbir: formar en la mente; imaginar.
comˑprenˑder: captar mentalmente, entender.
Nuestras mentes son generadoras de conceptos, concibiendo planes e ideas a un ritmo asombrosamente rápido: se calcula entre 20.000 y 50.000 pensamientos al día. Incluso nuestros sueños son historias que contienen planes e ideas conceptuales, aunque sean imaginarias y fantásticas.
La comprensión suele llegar más tarde, después de reflexionar un poco, analizar los hechos o los detalles de una situación determinada, o después de cualquier tipo de aprendizaje o experiencia. Por lo general, debemos utilizar nuestras facultades mentales para comprender plenamente un cuadro o una ecuación matemática o un problema social, pero el poder de comprensión también puede ser instantáneo.
En cualquier caso, utilizamos nuestros poderes externos para experimentar una cosa y calibrar su impacto en nosotros y en los que nos rodean, y utilizamos nuestros poderes internos para facilitar una respuesta adecuada a la realidad que percibimos. Por supuesto, a veces nuestro propio cuerpo reacciona de forma automática e instantánea. La respuesta «luchar o huir», por ejemplo, es una respuesta mucho más inmediata y física a los estímulos externos. Cuando utilizamos nuestra facultad común, esta hace lo posible por mediar entre la concepción y la comprensión.
Por ejemplo, el habla es una función humana compleja que lleva tiempo dominar, aprender y asimilar. Algunas personas pueden hablar varios idiomas con fluidez, mientras que otras se concentran solo en su lengua materna. El habla humana requiere paciencia y sincronización, tacto y sabiduría, y si se nos va la mano o decimos palabras hirientes, los demás se apartan. Porque, aunque tengamos poderes externos e internos, utilizarlos al máximo requiere esfuerzo, diligencia, sabiduría y tiempo.
Los seres humanos somos buenos para concebir, física y mentalmente. También podemos pensar que hemos concebido o comprendido una cosa, pero cuando una nueva luz de la verdad brilla sobre el tema, descubrimos que nuestra concepción y comprensión eran erróneas.
Así es con cualquier concepción de Dios hecha por el hombre o sobre la voluntad de Dios para nosotros, como Abdu’l-Bahá explicó en la versión más completa de la cita anterior:
Si el hombre adora a Dios… tiene que formarse primero un concepto de Dios, y ese concepto será creado por su propia mente. Como lo que es finito no puede comprender lo infinito, así Dios no puede ser comprendido en esta forma. El hombre comprende aquello que concibe con su propia mente. Aquello que él puede comprender no es Dios. Ese concepto de Dios que el hombre forma por sí mismos no es más que un fantasma, una imagen, una fantasía, una ilusión. No hay conexión alguna entre semejante concepto y el Ser Supremo.
Por eso, a lo largo de la historia de la humanidad, hemos recurrido a los mensajeros y profetas de Dios para que nos eduquen y hagan comprender tanto la voluntad de Dios para nosotros como su realidad. Nuestros poderes internos y externos simplemente no pueden concebir o comprender a nuestro Creador.
Ninguno de nosotros es perfecto, pero los profetas se basan en el Espíritu Santo para guiar perfectamente cada una de sus acciones y palabras. Si nos dirigimos a esos mensajeros -en la actualidad, a Bahá’u’lláh- aprenderemos sobre Dios y nos acercaremos a Él.
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