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El 12 de julio tendremos la impresionante oportunidad de ver las primeras imágenes del espacio profundo del Telescopio Espacial James Webb (JWST), que nos permitirán asomarnos a nuestro universo más lejos que nunca.
La gente utiliza ahora la palabra «impresionante» incluso para cosas intrascendentes, pero estas nuevas fotos realmente merecen ese calificativo. ¿Por qué? Por primera vez, podremos explorar los orígenes del universo conocido.
El innovador telescopio capaz de esa hazaña -un esfuerzo conjunto de la NASA, la Agencia Espacial Canadiense y la Agencia Espacial Europea- ha reunido a veinte naciones con el interés de ahondar en los misterios de la existencia.
El instrumento JWST, de 9.000 millones de dólares, ya está desplegado y estacionado a un millón de millas de la Tierra, en lo que se denomina el segundo punto de Lagrange entre el Sol y la Tierra, o L2, y será capaz de ver, en el espectro infrarrojo, literalmente hasta el principio de los tiempos. Su misión: examinar la formación de las primeras galaxias del universo conocido.
¿Qué nos hace estar tan dispuestos a gastar los recursos, el tiempo y el enorme esfuerzo que requiere una misión de este tipo? Sencillamente, la curiosidad es el motor de esta misión científica. Nuestra insaciable curiosidad por nuestros orígenes define lo que es ser humano: poseer un sentido de la curiosidad, la investigación y el asombro.
Las enseñanzas bahá’ís confirman que cada ser humano tiene una mente y un alma, y que debemos utilizar esas poderosas facultades juntas, en tándem, porque la ciencia y la religión están en consonancia. Nuestras mentes tienen poder de razonamiento, perspicacia científica, la capacidad de hacer preguntas penetrantes y encontrar las respuestas. Nuestras almas aportan la motivación, la curiosidad, el asombro y la búsqueda, el deseo de saber de dónde venimos y quiénes somos.
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Abdu’l-Bahá dijo en «Contestaciones a unas preguntas«, que nuestras mentes y almas trabajan en conjunto para hacernos plenamente humanos:
El espíritu humano, que distingue al hombre del animal, es el alma racional. Las dos expresiones -espíritu humano y alma racional- designan una misma realidad. Dicho espíritu, conocido en la terminología de los filósofos como alma racional, comprende a todos los seres y descubre de acuerdo con su capacidad la realidad de los seres, sus propiedades, peculiaridades y efectos. Sin embargo, de no contar con el auxilio del espíritu de fe, el espíritu humano se muestra incapaz de familiarizarse con los secretos divinos y las realidades celestiales. Es como un espejo que, aunque límpido, pulido y brillante, necesita luz. Y así, mientras no haya un rayo de sol que se pose sobre él, no alcanza a descubrir los secretos celestiales.
En cambio, la mente es el poder del espíritu humano. Si el espíritu es la lámpara, la mente es la luz que brilla en la lámpara. El espíritu es el árbol, y la mente el fruto. La mente es la perfección del espíritu y su cualidad esencial, de modo semejante a como los rayos son un requisito esencial del sol.
Algunos se burlan de proyectos como el JWST, sin embargo, la humanidad necesita este nuevo y potente telescopio para poder conocer esas realidades celestiales. Nuestra curiosidad científica, unida a nuestra capacidad espiritual de buscar y encontrar nuevos descubrimientos, puede darnos las respuestas a las preguntas que nos hemos hecho durante milenios y, sin duda, también provocará nuevas preguntas.
¿Por qué nos importa cómo o cuándo se formó el universo? También podríamos preguntar: ¿por qué anhelamos saber más de lo que sabíamos ayer? Queremos saber más porque tenemos almas inquietas, porque los seres humanos no se conforman con vivir su vida sin descubrir nuevas fronteras y resolver los misterios que se nos plantean continuamente.
Sencillamente, los seres humanos tenemos un deseo interior innato de saber.
Eso es lo que el JWST nos ayudará a conseguir: permitirá a la humanidad conocer mejor de dónde venimos. Responderá a algunas de las preguntas que nuestras almas siempre se han hecho. Es cierto que se trata solo de un potente telescopio, pero su principal misión científica tiene cuatro grandes objetivos
- Buscar la luz de las primeras estrellas y galaxias que se formaron
- Estudiar la formación y evolución de las galaxias
- Comprender la formación de las estrellas y los sistemas planetarios
- Estudiar los orígenes de la vida
¿No será increíblemente asombroso adquirir esos nuevos conocimientos?
Es probable que aprendamos, como empezaron a decir los escritos bahá’ís en el siglo XIX, que el número de galaxias de nuestro vasto universo va mucho más allá de la estimación científica actual de dos billones, y supera todo lo que podríamos esperar siquiera medir.
También podemos descubrir que el universo no tiene bordes ni límites.
Según las enseñanzas bahá’ís, el universo es infinito, sus estrellas «sin límite ni número». Abdu’l-Bahá, en la traducción provisional de su Tabla del Universo, hizo esta sorprendente afirmación hace más de un siglo, cuando los científicos todavía creían que la Vía Láctea era la única galaxia del universo:
… tu Señor ha creado en estos vastos cielos múltiples cuerpos sin límite ni número, que las mentes de los hombres no pueden calcular ni abarcar. Las almas se desconciertan cuando intentan comprenderlos y se confunden con un simple vistazo. … así como los luminosos mundos espirituales están santificados por encima de todo cálculo o limitación, también lo están los mundos físicos en esta vasta inmensidad del espacio. [Traducción provisional]
Esto sugiere, más allá de los límites de la ciencia y el misticismo, que la inmensidad del universo, «santificada por encima de todo cálculo o limitación», refleja en última instancia la «Esencia incognoscible» de Dios. Hoy, por primera vez, cuando contemplemos con asombro las nuevas fotografías infrarrojas del telescopio espacial James Webb sobre la grandeza y magnificencia sin límites que representa la creación de nuestro universo, quizá nos recuerde su inefable Creador.
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