Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
El otro día, mi amiga Kathy, a quien le encanta hablar con otras personas sobre las enseñanzas bahá’ís, me dijo que su primera pregunta cuando se encuentra con un buscador espiritual es: «¿Has tenido alguna vez una experiencia mística?».
Pues bien, ¿tú las has tenido? Qué gran pregunta.
Probablemente tu respuesta sea afirmativa, lo es para la mayoría de la gente, así que podría ser útil reflexionar un rato sobre esa pregunta crucial y sus posibles respuestas.
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Yo también tuve que pensarlo, pero entonces recordé mi primera experiencia mística. Tenía cinco años. Criado como luterano, un domingo fui a la iglesia de Portland (Oregón) con mis abuelos noruegos, escuché un sermón aburrido y canté algunos himnos. Me retorcía, me inquietaba, no veía la hora de irme. Definitivamente, esa no era la parte mística. Pero cuando llegamos a casa, mi abuela empezó a hornear. Me pidió que la ayudara a revolver la harina y el agua, así que me subí a una silla para alcanzar el gran bol de la encimera.
Mientras revolvía, vi cómo la harina de trigo y el agua se mezclaban y, de repente, tuve una visión. No, no vi nada que no existiera, no fue ese tipo de visión en absoluto. En lugar de eso, vi la mezcla de esos dos elementos en el bol y supe, de alguna manera, mucho más allá de mis capacidades intelectuales infantiles, que este universo y todo lo que hay en él había sido creado con el máximo amor y cuidado.
Lo sé, no suena tan profundo, ¿verdad? Mezcla de harina de trigo y agua, gran cosa. Pero en ese momento me di cuenta de que la elaboración del pan, el alimento básico de la gente desde el principio, surgió de esas dos cosas tan sencillas.
Esta repentina comprensión me llenó de gratitud y gracia. Mi corazón se expandió en mi pecho, creciendo de repente en su capacidad de sentimiento y emoción. Por un momento, me sentí transportado a lo que parecía un reino superior, a un lugar donde podía ver todos los elementos de la creación mezclándose a lo largo del tiempo para crear y sostener a la raza humana, incluyéndome a mí. Aquello parecía amor.
Estando allí de pie, revolviendo, esta sorprendente comprensión me golpeó con gran fuerza.
Me bajé de la silla donde estaba, cogí la mano de mi abuela y le pedí insistentemente que se sentara un momento conmigo. Le dije: «Quiero saber de Dios. ¿Puedes hablarme de Él?». Tenía que saberlo porque, en ese momento, sentí la presencia de un Creador, y me conmovió mucho el corazón y el alma.
Ella me miró, conmocionada, y me envolvió en sus brazos. Nunca olvidaré aquel abrazo harinoso. Mi abuela, a la que siempre asocié con el amor, la calidez y la aceptación, tenía lágrimas en los ojos. Más tarde me contó que sus lágrimas se debían a que se había dado cuenta de que me había ocurrido algo, algo especial, que también le había ocurrido a ella más o menos a la misma edad.
Olvidé por completo esta experiencia mística a medida que crecía, pero después de hacerme bahá’í, mi abuela me la recordó, diciendo: «Siempre, incluso cuando eras un niño pequeño, has tenido un ardiente interés por las cosas espirituales de la vida».
Probablemente todos hemos tenido experiencias como éstas, momentos místicos que no podemos explicar ni racionalizar: un sueño clarividente, una visión de un tiempo futuro, un minuto de déjà vu, una realización o percepción inesperada de nuestra propia alma, una conciencia repentina de la presencia del Creador. ¿Recuerdas los tuyos?
Normalmente, esas experiencias esencialmente espirituales ocurren fuera del ámbito de nuestros cinco sentidos externos, más allá de las formas normales que tenemos de recibir información. Pueden ser inspiraciones, sueños o percepciones conscientes. Pueden ocurrirnos cuando menos lo esperamos. Pueden ocurrir mientras leemos, meditamos, caminamos, trabajamos o incluso mientras dormimos.
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En el libro de Abdu’l-Bahá «Contestación a unas preguntas», él dijo:
Es evidente, por tanto, que el espíritu, aun sin la mediación de ninguno de los cinco sentidos tales como la vista o el oído, posee gran percepción. Entre las almas espirituales se da la comprensión espiritual, los descubrimientos y la comunión purificada de imaginación y fantasía (una asociación que está santificada de tiempo y espacio).
En el siguiente párrafo, sin embargo, Abdu’l-Bahá nos advirtió, diciendo que a menudo podemos engañarnos a nosotros mismos, llamando a algunas visiones «imaginación y fantasía con visos de realidad». Dijo: «… en el mundo del sueño tiene un día una visión que se verifica exactamente en la realidad; y otro día, concibe un sueño sin ninguna consecuencia».
Así que cuando tenemos esas experiencias místicas y nos preguntamos si son ilusión o iluminación, ¿cómo podemos distinguirlas?
Exploraremos esa cuestión en el próximo artículo de esta serie.
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