Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Si eres escritor como yo, o lector como la mayoría de las personas alfabetizadas, probablemente hayas oído esta pregunta últimamente: «¿Los programas de inteligencia artificial como ChatGPT o Sydney acabarán sustituyendo a los escritores?».
Pues no.
De ninguna manera.
Para que no piense que esto es una arrogancia o una ilusión, o lo compare con las fervientes protestas tradicionalistas de un fabricante de carretillas a punto de quedarse obsoleto justo antes de la llegada del automóvil, o crea que la revolución informática en nuestra civilización acabará sustituyendo todo el trabajo humano, considere lo siguiente: la inteligencia artificial, también conocida como IA, no puede pensar. No puede razonar. Y lo que es más importante, no puede tomar decisiones morales.
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Todas estas actividades profundamente humanas requieren dos cosas: una mente y un alma. Las máquinas, por muy sofisticadas, rápidas, interconectadas o capaces que sean, no tienen ninguna de las dos cosas.
Recientemente, en un artículo muy perspicaz del New York Times, los profesores de lingüística Noam Chomsky e Ian Roberts, junto con el informático y director de IA Jeffrey Watamull, decían lo siguiente sobre el «pensamiento» de la IA frente al pensamiento humano real:
La verdadera inteligencia se demuestra en la capacidad de pensar y expresar cosas improbables pero perspicaces.
La verdadera inteligencia también es capaz de pensar moralmente. Esto significa limitar la creatividad ilimitada de nuestras mentes con un conjunto de principios éticos que determinan lo que debe y no debe ser …
Las enseñanzas bahá’ís tienen mucho que enseñarnos sobre este importante tema. En mayo de 1912, mucho antes del advenimiento de nuestra era informática, Abdu’l-Bahá ofreció un discurso en Cleveland, Ohio, sobre los eventuales resultados de una civilización exclusivamente material. En él, comparó el estado de nuestra civilización material y tecnológica con los posibles resultados morales, éticos y espirituales de una civilización más orientada hacia lo divino:
Reflexionad: ¿qué es lo que esta civilización material actual está produciendo? ¿No ha producido los instrumentos de la guerra y la destrucción? En los viejos tiempos el arma de guerra era la espada; hoy es el cañón sin humo. Hace un siglo los buques de guerra eran a vela; hoy tenemos acorazados. Instrumentos y medios de destrucción humanas se han multiplicado enormemente en esta era de civilización material. Pero si la civilización material se organizase conjuntamente con la civilización divina, si el hombre de integridad moral y agudeza intelectual se uniera para el mejoramiento y la elevación humana con el hombre de capacidad espiritual, la felicidad y progreso de la raza humana estarían asegurados. Todas las naciones del mundo estarían entonces íntimamente relacionadas en amistad…
Nótese, en lo que dijo Abdu’l-Bahá, su énfasis en la integridad moral y la capacidad espiritual –lo cual, según señaló, pueden asegurar «la felicidad y progreso de la raza humana…».
Ningún mecanismo de inteligencia artificial, como concluyeron Chomsky, Roberts y Watamull en su artículo, podrá jamás tomar las decisiones éticas, morales y espirituales que los seres humanos estamos llamados a tomar cada día de nuestras vidas. Sí, la IA es una herramienta poderosa, capaz de sintetizar enormes cantidades de datos en conclusiones factuales comprensibles –pero los sistemas de inteligencia artificial, dicen los lingüistas y científicos, nunca tendrán las capacidades de un niño pequeño que pueda distinguir la diferencia básica entre el bien y el mal:
… ChatGPT exhibe algo así como la banalidad del mal: plagio y apatía y obviedad. Resume los argumentos estándar de la literatura mediante una especie de superautocompletado, se niega a posicionarse sobre nada, alega no sólo ignorancia sino falta de inteligencia y, en última instancia, ofrece una defensa del tipo «sólo sigo órdenes», trasladando la responsabilidad a sus creadores.
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Ni siquiera el vasto aprendizaje automático de nuestros superordenadores y la enorme potencia de cálculo combinada de un número ilimitado de terrabytes pueden tomar nuestras decisiones morales más simples e importantes. Para eso necesitamos educadores espirituales –Cristo, Buda, Moisés, Krishna, Muhammad y, más recientemente, Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í –que nos orienten en esas decisiones. En su libro Contestaciones a unas preguntas, Abdu’l-Bahá explicó:
Necesitamos un educador que sea al mismo tiempo educador en los dominios material, humano y espiritual, cuya autoridad sea eficaz en todas las condiciones. En este sentido, si alguien adujese «yo poseo comprensión e inteligencia perfectas; no necesito tal educador», negaría lo que es claro y evidente…
Resulta evidente que el hombre necesita un educador que sea incuestionable e indudablemente perfecto en todo respecto… debe educar la inteligencia y el pensamiento de modo tal que alcancen un desarrollo completo, para que así la ciencia y el conocimiento se ensanchen, y la realidad de las cosas, los misterios de los seres y las propiedades de la existencia lleguen a ser descubiertos; para que día a día la educación, los inventos y las instituciones mejoren, haciendo posible que partiendo de las cosas perceptibles puedan extraerse conclusiones intelectuales.
Además, el educador, debe impartir la educación espiritual, para que la inteligencia y la comprensión lleguen a penetrar en el mundo metafísico, y beneficiarse mediante la brisa santificadora del Espíritu Santo…
Es evidente que el poder humano no alcanza a cumplir una misión tan elevada, y que la razón por sí sola no podrá asumir una responsabilidad tan pesada.
Así que la próxima vez que alguien te diga que la IA nos salvará, o que sustituirá a las personas, o que de alguna manera hará que pensar y crear sea obsoleto, quizá quieras disentir. Avances como la inteligencia artificial sin duda ayudarán a la humanidad y ampliarán las posibilidades y los límites de nuestras vidas materiales, pero sólo las enseñanzas espirituales de un gran Educador pueden conferir el impulso moral, ético y espiritual que necesitamos para prosperar, progresar y unirnos.
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