Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Para relajarme y pasar el rato, veo muchos de los viejos programas policíacos de la PBS en los que siempre asesinan a alguien al principio del programa.
Invariablemente, antes de que se desenrede la retorcida trama, el tenaz inspector jefe pregunta repetidamente a decenas de testigos dispersos por la campiña inglesa: «¿Tenía enemigos el difunto?». Inevitablemente, la respuesta es: «No, por supuesto que no», tras lo cual el detective sonriente dice: «Tenían al menos uno».
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He aquí una palabra para usted: «enemigo». ¿Qué es eso? ¿Es posible no tener enemigos, o es una fantasía televisiva? He aquí lo que las enseñanzas bahá’ís tienen que decir sobre el tema, extraído de un discurso que Abdu’l-Bahá pronunció en Maine en 1912:
Así como Dios ama a todos y es bondadoso con todos, de igual forma debemos realmente amar y ser bondadosos con todos. No debemos considerar malo a nadie ni digno de ser detestado ni a nadie como enemigo. Debemos amar a todos; debemos considerar a todos como parientes, pues todos son siervos de un solo Dios…
No veáis enemigos. Aunque él sea vuestro asesino, no lo veáis enemigo. Miradlo con el ojo de la amistad. Recordad que no lo consideráis como enemigo porque si simplemente lo toleráis es sólo una estratagema y una hipocresía.
Pero, ¿es eso posible, el hecho de no «ver» a nadie como enemigo? Es decir, ¿no es la noción de «enemigos» exactamente lo contrario de amigos? ¿No es esa diferencia tan obvia y necesaria como el sol? ¿Tan evidente como la nariz de tu cara?
Por ejemplo, acabo de encontrarme con un libro de cartón del año 2018 para niños menores de tres años llamado Héroe vs. Villano: Un libro de opuestos, de T. Nat Fuller. Cada página se abre con una ilustración a dos caras: por un lado, una alegre heroína de piel morena vestida con una máscara roja y una vaporosa capa amarilla, y por el otro, el villano masculino, verde con un sombrero de copa y una enorme mandíbula en forma de pico llena de dientes de cocodrilo. Las seis vueltas de las páginas de vivos colores van así: Héroe/Villano; Sonrisa/Ceño fruncido; Arriba en el cielo/Abajo en la cueva, Construir/Destruir; Verdad/Mentira; Enemigos.
En la página siguiente, el villano le ofrece una magdalena al héroe. En la página siguiente, vemos la palabra «amigo». Vamos, ese villano es un ente ceñudo con grandes dientes y cabeza verde que se dedica a destruir y a decir mentiras. ¿Podrá resolverlo con una magdalena? No lo creo. En cambio, este libro enseña a los niños pequeños que el mundo empieza dividido en dos partes, una de ellas con enemigos que son los que tienen que cambiar.
Mucha gente piensa así.
El diccionario define enemigo como «aquel que es antagonista de otro especialmente: el que busca herir, derrocar o confundir a un oponente». Se llama enemigo a un adversario militar y a una unidad o fuerza hostil.
De acuerdo, una fuerza militar hostil, como Ucrania contra Rusia. ¿Acaso no es ahí donde no se puede negar la idea de enemigo? ¿No es ahí cuando necesito «ver» claramente a mi enemigo? Pues no lo sé. Quizá no sea tan sencillo. He aquí una prueba. ¿Qué presidente de EE.UU. hizo esta declaración y a qué se refería?
«… [Esta nación es] aspirante al dominio exclusivo del [mundo], perdida en la corrupción, de odio profundamente arraigado hacia nosotros, hostil a la libertad dondequiera que intente asomar la cabeza, y la eterna perturbadora de la paz del mundo».
Esperen. Esa declaración fue hecha por Thomas Jefferson en 1815, después de haber dejado su cargo. Se refería a Gran Bretaña. Menos mal que nadie tenía armas nucleares en ese momento.
Volvamos de nuevo a las enseñanzas bahá’ís:
No veáis enemigos. Aunque él sea vuestro asesino, no lo veáis enemigo. Miradlo con el ojo de la amistad. Recordad que no lo consideráis como enemigo porque si simplemente lo toleráis es sólo una estratagema y una hipocresía.
No nos está diciendo que las cosas malas no ocurren. Después de todo, hay asesinatos incluso en la bucólica campiña inglesa. En cambio, nos está diciendo que, pase lo que pase, no debemos etiquetar a los demás como enemigos. Más bien deberíamos adoptar la perspectiva de la reciprocidad y «mirarle con el ojo de la amistad». Quiere que distingamos entre el acto malo y el actor –y por cierto, dice que no se debe fingir. Lo califica de «estratagema» o, en otras palabras, de timo hipócrita.
La Fe bahá’í aboga por un cambio de creencias y actitudes porque –entiéndase bien– nuestras actitudes internas son la causa fundamental de la violencia, incluidos el asesinato y la guerra. Los prejuicios de la humanidad, el odio, la culpabilización, las suposiciones de superioridad y de derecho, y especialmente las etiquetas y estereotipos negativos que se proyectan sobre «el otro» crean «imágenes enemigas» como en ese libro de niños.
A menudo me he preguntado cómo sería si un buen día, supongamos que mañana, y en Ucrania, todos los soldados se deshicieran de sus imágenes de enemistad de la noche a la mañana. Por la mañana, al no poder ver ya a las personas a las que se supone que deben matar como una amenaza maligna, sólo benignamente diferentes, se dan cuenta de que la guerra es una estupidez y la violencia y el odio el colmo de la estupidez. Todos deponen las armas y dejan de luchar. Se acabó la guerra.
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