Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Mi padre falleció de este mundo en 1985, ahora soy mayor que él en el momento de su muerte.
En su juventud, su alcoholismo y su comportamiento errático me afectaron profundamente. En 1959 se despertó una mañana retorciéndose en agonía. «¡Llama a una ambulancia!», apenas pudo gritar. En el hospital le diagnosticaron pancreatitis y fue sometido a una cirugía de emergencia. Sobrevivió y, sorprendentemente, le dio la espalda al alcohol para siempre.
En su funeral, me pidieron que dijera unas palabras. Su esposa lo había embalsamado y mantenía un ataúd abierto en su iglesia. Recordando sus sacrificios en la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, consideré que él había tenido dos conversiones en su vida: dejar la bebida y unirse a la fe bahá’í.
Como cristiano en sus primeros días, mi padre había anticipado que el regreso de Cristo sería anunciado por extraordinarios eventos celestiales, como su descenso del cielo en las nubes y la caída de las estrellas sobre la Tierra.
Sin embargo, como un erudito bíblico de sillón, estaba en conflicto con la condición de los judíos hace 2.000 años. Según las profecías del Antiguo Testamento, los judíos habían anticipado que el Mesías vendría de un lugar desconocido, se sentaría en el trono de David, cumpliría la ley de los profetas, gobernaría con un cetro de hierro, conquistaría el Este y el Oeste, iniciaría un reinado de paz y glorificaría al pueblo elegido, los judíos.
Pero cuando Jesús apareció como su Mesías, los judíos observaron que venía de un lugar conocido. No se sentó en el trono de David. No tenía un lugar donde recostar su cabeza. Rompió el día de reposo. No llevaba ninguna espada. No conquistó el Este y el Oeste. No inauguró un reino de paz, ni exaltó a los judíos. Cuando Jesús les dijo que bajó del cielo y al mismo tiempo estaba en el cielo, se indignaron y lo crucificaron.
Papá concluyó que, si Cristo cumplió las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento, lo hizo simbólicamente, no literalmente. El espíritu de Cristo bajó del cielo, su trono es eterno. Él reformó la ley de Moisés. Su espada fue su palabra, que finalmente conquistó el Este y el Oeste. Su reino de paz reunió a las tribus en guerra bajo el estandarte del cristianismo y exaltó a aquellos judíos que vieron el significado simbólico más profundo de sus enseñanzas y lo siguieron.
Papá se dio cuenta de que muchos cristianos aceptan que la primera venida de Cristo no cumplió literalmente las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento; sin embargo, muchos también creen que su segunda venida sí se cumplirá literalmente. Mi padre se preguntaba si los seguidores de Cristo, quienes, como los judíos hace 2.000 años, malinterpretaban los símbolos entretejidos en las escrituras bíblicas, podrían pasar por alto su segunda venida.
Mi padre entendió que las profecías bíblicas de los libros de Isaías y el Apocalipsis significaban que el mundo no terminaría literalmente, sino más bien simbólicamente. Conocía los versos bíblicos que se referían a las señales de la segunda venida de Cristo y el fin del mundo de su Biblia King James, como los siguientes:
Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo? - Mateo 24:3.
Traducido del griego del siglo XVII, los estudiosos del Nuevo Testamento tomaron la palabra Aion para significar mundo; por lo tanto, fin del mundo. Papá se dio cuenta de que otra interpretación de Aion es eon; por lo tanto, fin del eon.
En 1978 se publicó la Nueva Versión Internacional (NVI) de la Biblia. En esta versión, los eruditos utilizaron los primeros manuscritos de mayor calidad disponibles del Nuevo Testamento griego y del Antiguo Testamento hebreo y arameo. En la versión NVI, Mateo 24:3 dice:
Y estando Jesús sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron en privado, diciendo: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?”
Las enseñazas bahá’ís describen dos grandes épocas históricas en la historia de la humanidad: la primera época es la profética, y la segunda es la del cumplimiento de esas profecías. Así que cuando Cristo enseñó a sus seguidores a rezar por el reino de Dios en la Tierra, profetizó esa edad de cumplimiento.
Papá creía que tanto Isaías, el profeta, como Juan, el apóstol, proporcionaban una visión de ese reino venidero, a pesar de que la humanidad en esta era nuclear tiene el poder de destruir el mundo:
Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra. - Isaías 2:4.
Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. - Apocalipsis 21:1.
Al rastrear el gran plan de redención de Dios, él aprendió la enseñanza bahá’í de que el Creador no deja a la humanidad sin consuelo, sino que viene una y otra y otra vez para guiarla. A través de una sucesión de grandes maestros o mensajeros conocidos por sus frutos, comprendió que ellos revelan la palabra regenerativa de Dios.
Después de convertirse en bahá’í, papá se dio cuenta de que el tiempo de aflicción anticipado por Cristo en los «Últimos Días» vendría como consecuencia del alejamiento de la humanidad de Dios. A través de la perpetración de actos injustos, la humanidad se encontraría gradualmente incapaz de soportar las consecuencias de sus fechorías. A través de un proceso apocalíptico, la raza humana, lejos de destruirse a sí misma, emergería castigada y unificada y, como profetizó Bahá’u’lláh, establecería ese reino de Dios en la tierra anticipado por Cristo hace 2.000 años:
Que todas las naciones lleguen a ser una en fe, y todos los hombres, como hermanos; que se fortalezcan los lazos de afecto y unidad entre los hijos de los hombres; que desaparezca la diversidad de religiones y se anulen las diferencias de raza. ¿Qué mal hay en esto?… Y sin embargo, así será; estas guerras estériles y devastadoras pasarán, y la “Más Grande Paz” vendrá. – Bahá’u’lláh, La proclamación de Bahá’u’lláh.
Cuando mi padre me escribió en 1967 sobre su conversión a la religión bahá’í, me tocó el corazón. Ese mismo año, yo también acepté la Fe de Bahá’u’lláh.
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