Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Una de mis «amigas» en la escuela primaria una vez me preguntó: «¿prefieres ser una perdedora sin amigos o tener un montón de amigos que te odian en secreto?».
Probablemente teníamos 10 años en ese momento. Tuve la suerte de ser criada en un ambiente amoroso y de apoyo que me permitió tener una autoestima saludable, por lo que respondí: «Supongo que preferiría ser una perdedora sin amigos». Para mi sorpresa, mis «amigas» se rieron de mi respuesta y me llamaron perdedora por el resto del día.
Esa experiencia me dolió mucho. Estoy segura de que intenté contener las lágrimas frente a ellas, pero comencé a llorar tan pronto llegué a casa.
Ahora, habiendo madurado con los altos estándares de la Fe Bahá’í, no puedo evitar mirar atrás y sentir tristeza por esas niñas. A los 10 años, estas chicas ya habían aprendido que ser odiada es mejor que estar sola. Ya les habían enseñado que no importa si les agradas tus «amigos», siempre y cuando actúen como que sí lo hacen.
Bahá’u’lláh, el fundador de la Fe Bahá’í, dijo que debemos perdonar instantáneamente; de lo contrario, podemos llevar esos dolores de la infancia a la edad adulta:
Entre las Enseñanzas de Bahá’u’lláh hay una que requiere que el hombre perdone bajo todas las condiciones y circunstancias, que ame a su enemigo y que considere a aquel que le desea el mal como si deseara el bien. Esto no quiere decir que se deba considerar a alguien como enemigo y entonces soportarlo… y ser indulgente con él. Esto sería hipocresía y no verdadero amor. No, debe verse a los enemigos como si fueran amigos, a los que nos desean el mal como si nos desearan el bien, y tratarlos de acuerdo con esto. Vuestro amor y bondad deben ser verdaderos, no sólo indulgencia, porque si la indulgencia no viene del corazón es hipocresía. – Abdu’l-Bahá, citado por J.E. Esslemont en Bahá’u’lláh y la Nueva Era, pág. 71.
Como adulta joven, puedo entender la sabiduría de perdonar, porque si no perdonamos y seguimos sonriendo y actuando como si todo estuviera bien, entonces estaríamos actuando de forma hipócrita. Aprendemos a sonreír a las personas que no nos gustan porque es culturalmente aceptable y se percibe como amabilidad. Aprendemos a mantener siempre una imagen positiva, online y frente a frente, independientemente de cómo nos sintamos. Si bien siempre es importante mostrar amabilidad hacia las personas, a menudo olvidamos la virtud más importante: la veracidad.
Muchas personas olvidan que el verdadero amor y la bondad deben venir del corazón. No podría decirte cuántas veces me han dicho que me amaban, y no pude evitar pensar: «Ambos sabemos que no lo haces».
Las enseñanzas bahá’ís dicen:
La veracidad es la base de todas las virtudes humanas. Sin la veracidad, el progreso y el buen éxito, en todos los mundos de Dios, son irrealizables para cualquier alma. Cuando este atributo santo se encuentre arraigado en el hombre, todas las cualidades divinas serán también adquiridas. – Abdu’l-Bahá, citado por Shoghi Effendi en El advenimiento de la justicia divina, pág. 27.
La veracidad crea una base para todas las otras virtudes humanas, por lo que no podemos adquirir otras cualidades a menos que desarrollemos firmemente la veracidad, no solo en lo que decimos sino también en cómo actuamos. No podemos ser honestos y ser hipócritas al mismo tiempo, y la hipocresía no solo es perjudicial para nuestras relaciones, sino también para nuestra salud espiritual:
La honradez, la virtud, la sabiduría y el carácter santo conducen a la exaltación del hombre, mientras que la falsedad, el engaño, la ignorancia y la hipocresía lo llevan a su degradación. – Las Tablas de Bahá’u’lláh, pág. 36.
No digo que debamos decirle a la gente que no nos agradan y fruncir el ceño cuando caminan. En cambio, estoy abogando por que todos demostremos amor y afecto genuinos hacia todos los que se crucen en nuestro camino. Las enseñanzas bahá’ís explican cómo esto podría darse:
Debéis considerar a vuestros enemigos como amigos, mirad a los que os desean el mal deseándoles el bien, y tratadles de acuerdo a ello. Actuad de manera tal que vuestro corazón esté libre de odio Que vuestro corazón no se ofrenda con nadie. Si alguien comete un error o daño en vuestro perjuicio, debéis perdonarlo instantáneamente. No os quejéis de otros. Absteneos de reprenderlos, y si deseáis amonestarlos o aconsejarles, hacedlo de modo que no agobie a quien lo reciba. Aplicad todos vuestros pensamientos para llevar alegría a los corazones. ¡Cuidado! ¡Cuidado! No sea que ofendáis algún corazón. Asistid al mundo de la humanidad tanto como sea posible. Sed la fuente de consuelo para todo entristecido, ayudad a los débiles, sed un apoyo para los indigentes, cuidad a los enfermos, sed la causa de la glorificación de todos los humildes y amparad a aquellos que están dominados por el temor. – Abdu’’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 440.
Cuando llegué a la escuela secundaria un año después de esa conversación con mis «amigas», supe que esas dos chicas simplemente habían imitado una conversación que habían leído en una serie sobre un grupito de amigas. Irónicamente, unas chicas malas que podrían haberse odiado en secreto, formaban parte de ese grupo ficticio. La cabecilla le hizo esa pregunta a una chica nueva en una fiesta de pijamas y se burló de ella de la misma manera.
Los niños son como esponjas: recogen a lo que están expuestos. ¿Cuántas de sus actitudes crees que recogen de sus familiares, amigos y educadores?
Seamos los modelos espirituales a seguir para la próxima generación, y sigamos el estándar exaltado que los escritos bahá’ís nos han dado, de modo que, con suerte, la próxima vez que un grupo de chicas haga la misma pregunta a una amiga y escuche su respuesta, puedan sonreír y decir: «Yo también».
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