Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Son los hombres intrínsecamente más violentos y combativos que las mujeres? Los investigadores militares, los psicólogos, los historiadores e incluso las enseñanzas bahá’ís parecen, a primera vista, responder afirmativamente a esa pregunta.
La prueba de la violencia masculina ciertamente no necesita más respaldo probatorio. Estadísticamente, los hombres cometen aproximadamente el 90% de los homicidios del mundo cada año. Muy pocas mujeres líderes, que sepamos, han iniciado guerras. Muchos observadores han llegado a la conclusión, a partir de esta abrumadora evidencia, de que los hombres son simplemente criaturas bélicas desde su nacimiento, predispuestos temperamental y genéticamente a resolver los conflictos mediante la violencia.
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Pero aquí hay una pregunta más matizada: ¿están los hombres biológicamente predispuestos a la guerra, o es su condicionamiento social el que los hace más susceptibles al comportamiento violento? Veamos tanto las enseñanzas bahá’ís como la ciencia existente para ver si podemos responder a esta pregunta.
En un discurso que pronunció en Boston en agosto de 1912, Abdu’l-Bahá -el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í- dijo que «el hombre está más inclinado a la guerra que la mujer»:
…esforzaos por demostrar en el mundo humano que las mujeres son sumamente capaces y eficientes, que sus corazones son más tiernos y susceptibles que los corazones de los hombres, que son más filantrópicas y sensibles al necesitado y al sufriente, que son inflexiblemente opositoras a la guerra y son amantes de la paz. Esforzaos para que el ideal de una paz internacional pueda llegar a realizarse a través de los esfuerzos de las mujeres, pues el hombre es más proclive a la guerra que la mujer, y una evidencia real de la superioridad de la mujer será su servicio eficiente en el establecimiento de la paz universal.
Un reciente artículo de investigación sobre este espinoso tema -publicado en la revista Proceedings of the Royal Society de Gran Bretaña en 2012, un siglo después de la charla de Abdu’l-Bahá- parece estar inicialmente de acuerdo con su conclusión:
…dondequiera que haya divisiones de grupos sociales, hay algún grado de conflicto. Además, cuando hay un conflicto intergrupal caracterizado por la violencia, las lesiones o la muerte, encontramos que tales actos de agresión son perpetuados casi exclusivamente por hombres. De hecho, las investigaciones sugieren que la tendencia de los hombres a involucrarse en conflictos agresivos se manifiesta en todas las culturas, modernas y tradicionales, por lo que se considera un universal humano.
Sin embargo, esta teoría, denominada «hipótesis del guerrero» por psicólogos e investigadores, afirma que los hombres son biológica y crónicamente más violentos, que utilizan la violencia para resolver sus diferencias debido a las tendencias naturales innatas de su género. En esa formulación, los hombres no pueden evitar sus instintos innatos y sus impulsos hormonales alimentados por la testosterona hacia la violencia, y por lo tanto la humanidad está condenada a participar constantemente en la hostilidad y la guerra.
Pero las enseñanzas bahá’ís definitivamente no suscriben esa teoría, ni aceptan ninguna ideología que considere a los seres humanos como incorregiblemente egoístas y agresivos. De hecho, en una charla que dio en París, Abdu’l-Bahá también dijo:
Existen seres humanos celestiales y seres humanos terrenales; servidores de la humanidad que se sacrifican por el amor del Altísimo, trayendo armonía y unidad, enseñando la paz y la buena voluntad entre las gentes y, por otra parte, personas egoístas, que odian a sus semejantes, en cuyos corazones el prejuicio ha reemplazado a la amorosa bondad, y cuya in fluencia crea discordia y contienda.
Este punto de vista, a diferencia de la hipótesis del guerrero, mantiene la esperanza de un mundo pacífico. Si los hombres están condenados por su ADN a actuar siempre de forma agresiva y violenta, realmente tenemos pocas razones para esperar un tiempo en el que la humanidad pueda establecer la paz universal. Pero si los hombres pueden decidir, más allá de cualquier impulso biológico que puedan poseer, resolver sus diferencias utilizando métodos pacíficos, entonces tenemos esperanza.
Abdu’l-Bahá escribió que las enseñanzas bahá’ís exaltan esa esperanza:
Ahora es la alborada de la paz universal; es mi esperanza que despunte su mañana completamente, haciendo que la oscuridad de la guerra, la contienda y la lucha se conviertan en la luz de la unión, la armonía y el afecto.
Como describe Abdu’l-Bahá en el libro «Contestación a unas preguntas», esa premisa pacífica sustenta la misión y la promesa fundamentales de la fe bahá’í:
…en esta prodigiosa Dispensación, la tierra llegará a ser otra tierra y el mundo de la humanidad será adornado con absoluta serenidad y compostura. La lucha, la contienda y el derramamiento de sangre darán paso a la paz, la sinceridad y la armonía. Entre las naciones, pueblos, razas y gobiernos del mundo predominará el amor y la amistad, y se establecerán firmemente la cooperación y la estrecha relación. Finalmente, la guerra será totalmente proscrita, y cuando se pongan en vigor las leyes del Libro Más Sagrado, las discusiones y disputas se dirimirán con perfecta justicia ante un tribunal universal de gobiernos y pueblos, y se resolverán todas las dificultades que puedan surgir. Los cinco continentes del mundo llegarán a ser como uno, las diversas naciones llegarán a ser una sola nación, la tierra llegará a ser una sola patria y la raza humana llegará a ser un solo pueblo. Los países estarán tan estrechamente vinculados, y los pueblos y naciones, tan compenetrados y unidos, que la raza humana se convertirá en una sola familia y un solo linaje. Brillará la luz del amor celestial y se disipará la tenebrosa oscuridad del odio y la enemistad, en la mayor medida posible. La paz universal erigirá su pabellón en el mismísimo corazón de la creación, y el bendito Árbol de la Vida crecerá y florecerá de tal modo que extenderá su sombra protectora sobre Oriente y Occidente.
Así pues, aunque los hombres puedan estar culturalmente más «inclinados a la guerra» que las mujeres, según las enseñanzas bahá’ís, con trabajo y lucha espiritual esas inclinaciones pueden ser conquistadas. Desde la perspectiva bahá’í, pues, tanto los hombres como las mujeres pueden esperar, unidos, un futuro pacífico.
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