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La muerte de mi amigo George: el verdadero examen final

Bill Ahlhauser | Mar 10, 2022

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Bill Ahlhauser | Mar 10, 2022

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Mi amigo George se fue de este mundo el martes 16 de noviembre de 2021. Tenía 76 años.

Tuve el privilegio de ser su amigo más cercano durante décadas dedicadas a la lucha espiritual y la justicia social, y luego pude acompañarlo junto a su cama durante sus últimos cinco días en este mundo.

La revista Star of the West informó que Abdu’l-Bahá dijo una vez: «Lo primero que hay que hacer es adquirir una sed de Espiritualidad… La manera de adquirir esta sed es meditar sobre la vida futura» [Traducción provisional de Oriana Vento]. Para mí, el fallecimiento de George revivió ese llamamiento.

En la última parte de su vida, George sufrió terribles dolores, realmente agónicos, y constantes durante muchos años. En los últimos años, su voz era apenas audible. Doce años antes, había tenido cáncer de próstata. Al tratarlo, sufrió quemaduras internas por radiación. Con el paso de los años, la herida fue tan grave que su enfermera, una profesional competente y atenta con 35 años de experiencia en cuidados paliativos, dijo que era la peor que había visto, acompañada de un dolor equivalente.

Durante varios años, viví a 600 millas de George. Cuando hablaba con él por teléfono, sus pausas, jadeos y lapsus hacían saltar mi alarma de «mi amigo está sufriendo y debería hacer algo». Cuando volvía a centrarse, casi siempre negaba cualquier dolor, pero el par de veces que lo admitía era como si estuviera superado. «Bill, tengo un dolor constante».

Me sentí confundido por las señales contradictorias, y más aún por el hecho de que no recibiera alivio por parte de los médicos. Sabía que era posible. Lo que no sabía era hasta qué punto su deseo de servir a sus seres queridos superaba su dolor. George insistía en mantenerse alerta y presente por el bien de su mujer y sus hijos mayores. «Es solo una sensación», jadeaba mientras hacía muecas y contenía la respiración. Incluso cuando entró por primera vez en el hospicio, le dijo a la enfermera «nada de analgésicos, necesito estar alerta». Lo hizo por su mujer, cuyo estado requería cuidados vigilantes.

No digo que el dolor de George fuera peor que el de los demás y, en cualquier caso, esta historia no es sobre el dolor. Puede que el dolor haya alejado a George de este mundo, pero nunca permitió que el dolor le definiera o limitara su mundo.

En cambio, esta historia trata del amor envolvente y de la intensidad resplandeciente de la fuerza vital que rodeó a George durante su transición a la vida del más allá.

Incluso por teléfono, George mantuvo su sentido del humor y su ecuanimidad optimista. «Eso es algo bueno», era su estribillo. Su arraigada costumbre de ver las cosas desde el punto de vista del otro se manifestaba en algunas bromas si alguien era lo suficientemente cercano a él, pero sobre todo en la empatía. Animaba constantemente a la gente. Expresaba su gratitud por todo lo que la gente hacía por él. Continuó con estos comportamientos orientados a los demás hasta sus últimos momentos de conciencia. Espero no tener que aprender nunca cómo lo hizo a pesar del dolor insoportable. Pero puedo atestiguar que su determinación de hacer que su vida, su tiempo en este mundo, fuera útil para los demás era el núcleo de por qué me sentía tan vivo a su lado y, más allá de eso, tan conectado con el origen y el propósito de la vida misma.

George diría que la palabra «transición» descuenta el propósito de la vida en este mundo. Estamos aquí como una invitación a elegir la bondad sobre el mal. Lo hacemos o no lo hacemos, y luego pasamos a la siguiente y mejor vida con mucho, o poco, que decir sobre cómo hemos utilizado nuestra oportunidad de libre albedrío. La muerte es el punto en el que se toma nuestra medida y, si la acción volitiva cesa entonces, nuestra vida ciertamente no. George y yo somos creyentes desde hace mucho tiempo en Bahá’u’lláh, por lo que su fe constituye el trasfondo de esta historia.

Para empezar, los escritos bahá’ís afirman con seguridad la vida eterna. En su libro Contestación a algunas preguntas, Abdu’l-Bahá dijo:

Por ello, juzgar que después de la muerte del cuerpo el espíritu perece, es como imaginar que el pájaro cautivo en una jaula tenga que perecer porque la jaula se rompa, aunque el pájaro nada tenga que temer con ello. Nuestro cuerpo es como la jaula, y el espíritu es como el pájaro… si la jaula se destruye, el pájaro permanecerá y subsistirá; su sensibilidad se hará aún más intensa, su percepción será mayor y su felicidad aumentará…

La vida no solo continúa después de este mundo, dicen las enseñanzas bahá’ís, sino que mejora. Después de la muerte, asegura Bahá’u’lláh, avanzamos hacia una vida aún más abundante:

¡Oh Mis siervos! No os apenéis si, en estos días y en este plano terrenal, cosas contrarias a vuestros deseos han sido ordenadas y manifiestas por Dios, porque días de inmensa alegría, de delicia celestial, hay de seguro en abundancia para vosotros. Mundos santos y espiritualmente gloriosos serán descubiertos a vuestros ojos. Habéis sido destinados por Él a participar, en este mundo y en el próximo, de sus beneficios, compartir sus alegrías y obtener una porción de su gracia sostenedora. A todos y a cada uno de ellos, sin duda, llegaréis.

De hecho, las cosas del más allá son tan buenas, escribió Bahá’u’lláh, que «he hecho de la muerte un mensajero de alegría para ti. ¿Por qué te afliges?» y «La muerte ofrece a todo creyente seguro la copa que es, en verdad, la vida…».

Suena bien, ¿no? Lo es, aunque no es del todo gratuito. Tanto nuestra fe como nuestras acciones, nuestras obras, importan. Las acciones pueden poner a prueba y entrenar mi fe, pero, al final, lo que realmente importa es mi fe. La muerte es el verdadero examen final.

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