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Las 4 formas de identificar la verdad

David Langness | May 20, 2021

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David Langness | May 20, 2021

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Hoy en día, todo el mundo quiere saber cómo separamos la realidad de la ficción. En un mundo lleno de falsedades, ¿cómo identificamos lo que es realmente cierto?

Los filósofos, los científicos sociales y los psicólogos llevan muchos años tratando de responder a estas dos preguntas tan importantes. Para vivir una vida basada en la verdad, por supuesto, todos necesitamos utilizar criterios racionales y útiles para la búsqueda de hechos, es decir, buenas normas de juicio para determinar la diferencia entre realidad y ficción. Las enseñanzas bahá’ís abordan directamente estas cuestiones, en una charla sobre el tema ofrecida por Abdu’l-Bahá en Green Acre School en Eliot, Maine, el 16 de agosto de 1912. La charla magistral de Abdu’l-Bahá comenzaba así:

Todo tema presentado a una audiencia reflexiva debe estar sustentado por pruebas racionales y argumentos lógicos. Las pruebas son de cuatro tipos: primero, las sensoriales; segundo; las racionales; tercero, las tradiciones o de escritos autorizados; y cuarto, las de inspiración. Es decir, hay cuatro criterios o normas de juicio por los que la mente humana llega a sus conclusiones.

Los sentidos, la razón, la autoridad o la inspiración -estas cuatro «formas de conocer»- también pueden servir de guía a todo aquel que quiera determinar qué es verdad y qué no. Esta guía sencilla y comprensible clasifica las formas en que intentamos conocer la verdad y probar su veracidad. Así que, en los últimos cuatro artículos de esta serie, exploraremos cada uno de estos métodos de conocimiento de la verdad, determinaremos su utilidad y valor, y examinaremos cómo aplicarlos en situaciones prácticas del mundo real.

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En primer lugar, analicemos los sentidos humanos. Todos dependemos de nuestros sentidos externos -la vista, el olfato, el tacto, el gusto y el oído- para determinar nuestra percepción de la realidad. Especialmente para los niños, la observación de primera mano suele definir la verdad. Si podemos verlo, sentirlo, olerlo, saborearlo u oírlo, significa que es real. Al fin y al cabo, nuestros sentidos nos proporcionan una conciencia directa del mundo material fuera de nosotros, ¿no es así?

Los filósofos llaman a este punto de vista realismo ingenuo. Utilizan la palabra «ingenuo» para indicar que la creencia en lo que los sentidos pueden percibir limita de forma drástica nuestras percepciones. Por ejemplo: ¿has utilizado alguna vez un silbato para perros? Los humanos no podemos oír el tono alto que hace un silbato para perros, pero los perros sí, porque su oído está mucho más desarrollado que el nuestro. De hecho, los animales suelen tener órganos sensoriales mucho mejores que las personas. Los agudos ojos de un halcón pueden ver cosas que nosotros no podemos; los perros tienen un sentido del olfato mucho más agudo; los sensibles oídos de un conejo pueden oír muchos sonidos cuando nosotros solo oímos el silencio.

Sabemos, gracias a nuestra inteligencia humana y a los descubrimientos de la ciencia, que muchas realidades existen mucho más allá del alcance limitado de nuestros órganos sensoriales. Los rayos X, las ondas sonoras, incluso la tecnología inalámbrica que alimenta nuestros teléfonos móviles: ninguna de esas cosas tiene sentido para el realista ingenuo, que tendría que negar su existencia porque no es «perceptible».

En una de sus charlas sobre las cuatro formas de conocer la verdad, Abdu’l-Bahá dijo:

El primer criterio es el de los sentidos; es decir, todo lo que percibe el ojo, el oído, el gusto, el olfato y el tacto se llama «perceptible». Actualmente [1906] los filósofos europeos sostienen que este es el criterio más perfecto. Alegan que el mejor de todos los criterios es el de los sentidos y lo consideran sacrosanto. Sin embargo, el criterio de los sentidos es deficiente, pues puede equivocarse. Por ejemplo, el más importante de los sentidos es la vista. Sin embargo, la vista toma un espejismo por agua, y cree que las imágenes reflejadas en los espejos son reales y existentes; ve objetos grandes como si fueran pequeños, un punto que está girando lo percibe como si fuera un círculo; imagina que la Tierra está inmóvil y que el Sol está en movimiento, y está sujeta a muchos otros errores de naturaleza similar. Por lo tanto, uno no puede confiar en ella sin reservas.

Pero todos somos humanos, ¿verdad? Si lo percibimos, queremos creer en esa realidad. La mayoría de las personas comprueban de forma natural sus percepciones de esta manera, determinan la verdad emitiendo un juicio sensorial sobre algo y luego ven si corresponde con la realidad.

El problema es el siguiente: la ciencia ha demostrado que el relativamente débil sistema sensorial humano no percibe o percibe erróneamente una gran cantidad de información «perceptible sensorialmente». Nuestras mentes, que se dejan engañar con bastante facilidad por esa información sensorial defectuosa, suelen llegar a conclusiones erróneas cuando se basan únicamente en lo que podemos percibir físicamente.

RELACIONADO: ¿Qué es la realidad y pueden nuestros sentidos entenderla?

Este problema fundamental -la falibilidad de nuestros sentidos- ha plagado la filosofía materialista desde sus inicios. Desde una perspectiva materialista, la materia es lo principal, y conceptos como mente, alma o espíritu son solo efímeros. Para un materialista, una idea no tiene existencia independiente por sí misma, sino que solo proviene de un impulso eléctrico en el cerebro. Para un materialista, los seres humanos están limitados por la naturaleza al igual que los animales.

Por el contrario, los filósofos idealistas creen que el espíritu, el alma, la mente y las ideas son primordiales, y la materia, secundaria. Los idealistas creen más en nuestras facultades racionales y espirituales superiores, y confían en ellas para determinar la verdad, mientras que los materialistas se basan principalmente en lo físico.

¿Se considera usted materialista o idealista? Para los materialistas, que confían totalmente en los sentidos, la vida y el mundo se limitan a lo que podemos percibir. Para los idealistas, existe mucho más allá de la fachada de lo físico. Abdu’l-Bahá escribió:

El hombre está dotado de voluntad y memoria; la naturaleza no las posee. El hombre investiga los misterios latentes en la naturaleza, en tanto la naturaleza no es consciente de sus propios fenómenos ocultos. El hombre progresa; la naturaleza es estática, sin poder de progresión o regresión. El hombre está dotado de virtudes ideales – por ejemplo, intelecto, voluntad, fe confesión y reconocimiento de Dios, mientras que la naturaleza está privada de todo esto. Las facultades ideales del hombre, incluyendo la capacidad para la adquisición científica, están más allá del conocimiento de la naturaleza. Estos son poderes mediante los cuales el hombre, puede diferenciarse distinguirse de todas las otras formas de vida. Esta es la dádiva del idealismo divino, la corona que adorna las testas humanas. A pesar del don de este poder sobrenatural, es extremadamente asombroso que los materialistas todavía se consideren a sí mismos dentro de los límites y cautiverio de la naturaleza. La verdad es que Dios ha dotado al hombre con virtudes, poderes y facultades ideales de las cuales la naturaleza está completamente privada y por las cuales el hombre es elevado, distinguido y superior. Debemos agradecer a Dios por estos dones, por estos poderes que nos ha dado, por esta corona que ha colocado sobre nuestras cabezas.

En el siguiente artículo de esta serie relacionado con la búsqueda de la verdad y los hechos, analizaremos nuestras facultades humanas racionales y examinaremos si tienen la capacidad de decidir lo que es verdadero y lo que es falso.

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