Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Desde el advenimiento de Bahá’u’lláh a mediados del siglo XIX, la humanidad ha sido testigo de una época de crecimiento milagroso y regeneración global sin precedentes en los anales de la historia mundial.
La explosión y el avance tecnológico, literario, científico y de la información en los casi 180 años transcurridos desde el inicio de la fe bahá’í superan con creces los milenios de progreso que la precedieron. El número de libros y documentos científicos de los dos últimos siglos supera numéricamente todo lo escrito desde la Epopeya de Gilgamesh hace 4000 años.
En términos de tecnología, transporte y telecomunicaciones en particular, hemos desbloqueado realidades milagrosas. Basta con imaginar cómo verían los que vivieron hace más de dos siglos los aviones, los teléfonos móviles y la predicción de acontecimientos futuros como el clima o la aparición de cometas en los cielos.
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Desde otro punto de vista, hoy en día muchos niños están expuestos a la más amplia variedad imaginable de entretenimientos, medios de comunicación, alimentos, dulces y prácticamente todo lo que los emperadores, reyes y príncipes más ricos del pasado apenas podían soñar con poseer. Del mismo modo, un simple beduino puede conducir un vehículo con aire acondicionado mientras escucha música cuando se desplaza de un país a otro durante unos días. Incluso la realeza, en una época posterior, tenía que montar a caballo o en camello expuestos a los elementos y, a veces, escalar montañas y atravesar cañones durante meses y meses antes de llegar a su destino previsto.
Los bahá’ís consideran cada uno de estos saltos en el progreso de la sociedad como parte del resultado efusivo de la revelación de Bahá’u’lláh. Los escritos de Bahá’u’lláh dan testimonio de este poder regenerador, de naturaleza espiritual pero que, como el sol, imparte nueva vida a todas las cosas:
Mediante el movimiento de Nuestra Pluma de gloria, y por mandato del omnipotente Ordenador, hemos inspirado nueva vida en todo cuerpo humano, y hemos infundido una nueva potencia en toda palabra. Todas las cosas creadas proclaman las pruebas de esta regeneración mundial.
A pesar de estas pruebas surrealistas, casi fantásticas, de la «regeneración mundial», podemos perder nuestro sentido de la maravilla y el asombro si no tenemos cuidado. Cuando compramos un teléfono nuevo, viajamos a otro país, presenciamos avances científicos revolucionarios, etc., podemos emocionarnos momentáneamente, pero luego, con el tiempo, empezamos a dar por sentados estos avances. Pasan a formar parte del curso normal de las cosas y nuestro asombro desaparece.
Esta insensibilización, si no tenemos cuidado, puede filtrarse también a nuestra vida espiritual.
Eso le ha ocurrido a muchos, me incluyo. Al principio, cuando me hice bahá’í, los escritos bahá’ís despertaban en mi vida un asombro y un maravillamiento que me ponían la piel de gallina. Sin embargo, con el paso del tiempo, los acontecimientos circunstanciales, entre otros, esos maravillosos Escritos pueden perder su impactante influencia para algunos lectores si permitimos que eso ocurra.
Tengo un ejemplo personal: cuando servía en el Centro Mundial Bahá’í en Tierra Santa, vivía cerca de los santuarios bahá’ís. Al principio, me entusiasmaba poder visitar los santuarios a diario, pero con el paso de los meses me fui acostumbrando a ello y, a veces, incluso lo daba por sentado.
Con el tiempo, aprendí que estar en estado de asombro requiere una mente inquisitiva e investigadora, sed de verdad y atracción por la belleza. También aprendí que puedo mantener estas cualidades sumergiéndome en los escritos bahá’ís, que inspiran constantemente mi corazón, mi alma y mi mente.
Los mejores científicos y teólogos por igual mantienen un estado casi constante de asombro y gratitud debido a sus asombrosos conocimientos y descubrimientos, y debido a sus propias cualidades y actitudes interiores. Se abstienen de caer en la trampa de la complacencia y la pasividad alimentando una mirada inquisitiva, una sed de verdad y un hambre de conocimiento. Mantienen su asombro infantil reconociendo constantemente la naturaleza milagrosa de la realidad, tanto física como espiritual.
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La primera vez que presenciamos algo totalmente nuevo, una nueva revelación, una nueva experiencia, un nuevo país, nos sentimos maravillados en el momento del descubrimiento. Pero mantener una mente inquisitiva e investigadora, que siempre encuentra nuevos descubrimientos y alcanza niveles superiores de conocimiento, nos permite descubrir visiones polifacéticas de la belleza.
En su libro místico Los siete valles, Bahá’u’lláh escribió:
¡Oh amigo!, el corazón es la morada de misterios eternos, no la conviertas en hogar de caprichos pasajeros; ni derroches el tesoro de tu preciada vida ocupándolo en este mundo fugaz. Provienes del mundo de la Santidad -no ates tu corazón a la tierra; eres morador de la Corte de la Cercanía- no elijas la patria del polvo.
He aprendido que la lectura diaria de los escritos bahá’ís mantiene ocupado a mi ser interior ponderando cada cosa creada y siendo testigo de una miríada de sabidurías perfectas.
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