Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, fue implacable al reprender a los líderes religiosos del siglo XIX, de los que dijo que en realidad «impedían a la gente» alcanzar la salvación.
Después de haber sido torturado, exiliado repetidamente y encarcelado por los clérigos de su tiempo simplemente por enseñar su nueva Fe, Bahá’u’lláh escribió:
En toda época los jefes religiosos han impedido a la gente alcanzar las orillas de la salvación eterna, por cuanto sostienen las riendas de la autoridad en su poderoso puño. Algunos por ambición de poder, otros por falta de comprensión y conocimiento, han sido causa de esa privación de las gentes.
A lo largo de los dos últimos siglos, un particular movimiento antirreligioso ha ido cobrando fuerza en muchas partes del mundo. Repelida por las profundidades de la ignorancia, la corrupción y la depravación a las que la religión organizada había sido arrastrada por la conducta interesada y ávida de poder de sus supuestos líderes, y liberada cada vez más de los grilletes que la habían atado desde el principio de los tiempos por los crecientes niveles de alfabetización, educación, descubrimientos científicos posteriores al Renacimiento y descentralización del poder, la generalidad de la humanidad se ha movido lenta pero de forma segura hacia un enfoque de la vida que tiende a separar sus elementos espirituales y materiales.
¿Es esto algo bueno?
El continuo secuestro de la guía divina con fines políticos egoístas durante el último siglo solo ha conducido al mundo en el que vivimos hoy, que tiende a considerar la religión como arcaica, fuera de contacto, y que busca controlar a sus adherentes únicamente a través de mantenerlos ignorantes y temerosos de la condenación eterna.
La fuerza motriz para el nacimiento y continuo sostenimiento de este movimiento materialista antirreligioso puede entenderse fácilmente, pero ¿ha llevado a la humanidad al otro extremo, donde el elemento material de la vida, ahora desvinculado, se ve privado de la influencia redentora y moderadora del espíritu, haciendo del materialismo una faceta cada vez más dominante de la existencia humana?
Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í, escribió:
Es este mismo materialismo canceroso, nacido originalmente en Europa, llevado al exceso en el continente norteamericano, contaminando a los pueblos y naciones asiáticos, extendiendo sus ominosos tentáculos hasta las fronteras de África, y ahora invadiendo su mismo corazón, lo que Bahá’u’lláh denunció en Su lenguaje inequívoco y enfático, comparándolo con una llama devoradora y considerándolo como el factor principal en la precipitación de las terribles pruebas y crisis que sacuden al mundo… – [Traducción provisional].
Mucha gente lamenta hoy en día el hecho de que el materialismo se haya convertido en una faceta tan dominante de la vida moderna, pero ¿cáncer?, ¿contaminante?, ¿llama devoradora? ¿Seguramente no es tan malo?
Me gustaría decir por experiencia personal que sí lo es. Nacidos y criados en una familia de clase media, a mis hermanos y a mí nunca nos faltaron las necesidades básicas de la vida, pero definitivamente no fue una vida de lujo, ni de excesos. Al haber nacido y crecido en una familia bahá’í, me sentía bastante feliz con este tipo de vida relativamente modesta, recordando siempre la advertencia de Bahá’u’lláh: ¡OH HIJO DEL SER! No te ocupes de este mundo pues con fuego probamos el oro y con oro probamos a nuestros siervos.
Después de mi infancia fui a la universidad, estudié ingeniería, conseguí un trabajo y empecé a ganar dinero. Mi carrera se aceleró a medida que ascendía en la escala empresarial. Continué contribuyendo al fondo bahá’í, seguí intentando ayudar a los demás cuando podía a través de organizaciones benéficas y de ayuda financiera personal, pero mi estilo de vida era cada vez más cómodo -vale, mucho más que cómodo- y me encontré a mí mismo comprando cada vez más cosas. Aunque intentaba seguir participando en las actividades de la comunidad bahá’í, el trabajo me ocupaba cada vez más tiempo y definía cada vez más quién era.
Hasta que un día, alguien me hizo una pregunta bastante inocente, algo que, en realidad, me habían preguntado bastantes veces: «¿Dónde te ves dentro de 10 años?». A lo que di mi respuesta habitual, una que había dado innumerables veces: «Director general de una organización multinacional». Pero hubo otra pregunta después, y esto realmente me dejó helado: «¿Y eso te hará feliz?».
En ese momento me di cuenta de que esa droga invisible y adictiva del materialismo me había atrapado firmemente entre sus «ominosos tentáculos», ¡sin que yo me diera cuenta! Era como un hámster en una rueda, corriendo y corriendo, sin saber muy bien por qué, pero demasiado drogado para pararme a pensar. Yo, que debería haberlo sabido, con advertencias desde los primeros momentos de mi vida sobre el efecto enervante del materialismo. Intenté darle sentido, traté de averiguar en qué momento se me había salido todo de control, y lo que se me ocurrió fue realmente escalofriante.
Nos bombardean a diario, a cada hora, a cada instante, con una narrativa de que el propósito de la vida es progresar materialmente y adquirir más y más sustancia, riqueza, comodidad, posición. Se nos dice que las personas que «lo han conseguido» son los ricos y famosos, los iconos deportivos, las estrellas de cine. Se nos asegura que la búsqueda de la felicidad tiene que ser a través de trabajos y negocios más grandes y mejor pagados. Estamos convencidos de que hay que invertir en las empresas que más rinden, porque esto conduce al enriquecimiento personal, que es esencial para vivir una buena vida. Nos han lavado el cerebro para que creamos que el único camino para el progreso de un país es la explotación de la mayor cantidad posible de recursos naturales propios (y, si es posible, ajenos) y para que los ciudadanos de nuestra nación vivan lo más prósperamente posible. Pocos llevan esta línea de pensamiento a la siguiente pregunta lógica: ¿qué pasa con las demás personas?
Incluso cuando no se trata abiertamente de dinero, se nos predica que hacer lo que «te hace feliz» (léase: posesiones más caras, vacaciones de lujo, deportes extremos, auto-embellecimiento, «dejarse llevar») es indispensable para llevar una vida plena.
Se trata de una narrativa bien afinada y seductora, basada en una idea que parece alentar los aspectos espirituales de la vida del ser humano, pero carece casi por completo de este elemento en la forma de vida que defiende. Se alimenta de sí misma y crece como una hidra. Encuentra víctimas, tanto voluntarias como involuntarias, y a menudo sin saberlo, en todos los estratos de la sociedad. Trabaja en nosotros insidiosamente, y muchos se van a la tumba sin darse cuenta de que han vagado por la vida en una neblina inducida por las drogas, creyendo que era real lo que solo era un espejismo temporal. Bahá’u’lláh advirtió:
Los días de vuestra vida en gran parte se han consumido, oh pueblo, y vuestro fin se aproxima rápidamente. Abandonad entonces las cosas que habéis forjado y a las cuales os aferráis y asíos firmemente de los preceptos de Dios, que quizás alcancéis aquello que Él ha determinado para vosotros y seáis de aquellos quienes siguen un curso recto. No os entretengáis con las cosas del mundo y sus vanos ornamentos, ni pongáis vuestra esperanza en ellas.
En mi opinión, el materialismo es realmente el mayor opiáceo que existe en el mundo actual. Agota nuestras almas y destruye nuestras civilizaciones, ya que los individuos, las empresas y las naciones compiten entre sí para intentar acumular para sí una parte cada vez mayor de posesiones y recursos materiales. Maldice nuestro planeta extrayendo más y más recursos y produciendo más y más bienes materiales innecesarios y creando más y más residuos, contaminación y carbono. Esta carrera materialista nos mantiene en un estado constantemente drogado, sin querer afrontar los verdaderos impulsos y anhelos de nuestras almas.
Me siento increíblemente bendecido por haberme dado cuenta de esta amenaza, de esta adicción, y por haber sido capaz de contemplar al menos alguna acción correctiva para librarme de sus garras, pero me recuerda que puedo volver a caer muy fácilmente en este estado de embriaguez si no intento constantemente, a diario, realinearme con mi Creador y Su voluntad para mí. Como Bahá’u’lláh nos aconsejó a todos:
Sois como el pájaro que se remonta, con toda la fuerza de sus poderosas alas y con completa y alegre confianza, en la inmensidad de los cielos hasta que, impelido a satisfacer su hambre, se vuelve anhelante al agua y barro de la tierra bajo él y, atrapado en la red de su deseo, se encuentra impotente para reanudar su vuelo hacia los reinos de donde vino. Impotente para sacudir la carga que pesa sobre sus alas enlodadas, aquel pájaro, hasta entonces un habitante de los cielos, es forzado ahora a buscar su morada en el polvo. Por lo tanto, oh mis siervos, no manchéis vuestras alas con el barro del descarrío y deseos vanos y no dejéis que se ensucien con el polvo de la envidia y el odio, para que nada os impida remontaros en los cielos de mi divino conocimiento.
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