Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Durante la pandemia, miles de personas han buscado una nueva conexión con la naturaleza, plantando y cuidando sus jardines. Mi hermana vende insumos para huertas y durante estos últimos meses de pandemia ha visto que muchas personas decidieron iniciar una huerta por primera vez. Por un lado, podríamos considerar que cultivar un jardín es una manera de tener algo de control durante estos meses donde no hemos tenido control sobre muchos aspectos de nuestra vida. Pero yo considero que no es solamente un deseo de control, sino un deseo de sentirnos conectados con el ciclo de la vida que siempre estuvo allí, pero al que antes no prestábamos tanta atención. Mi experiencia durante estos meses me está ayudando a cultivar no solo plantas, sino espíritu y comunidad también.
Mi jardín no es muy grande, pero pude colocar 3 camas altas en forma de U con flores y hortalizas. Tengo algunas papas, tomates, pepinos y algunas hierbas aromáticas como albahaca, orégano y menta. Tengo un banquito rústico y lucecitas. Y también tengo a mi familia. Mi hija que vive lejos me envió unos cartelitos con rótulos para los diferentes cultivos. Y mi hija que vive en casa me ayuda regando y cosechando. Mi esposo me acompaña muchos días cuando baja el sol y estoy regando las plantas. Hasta mi gata se pone a jugar cerca mientras trabajo.
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Aunque la familia me acompaña, mi jardín todavía es mi tiempo personal y siento que cultivo mi espíritu mientras trabajo. Estuve pensando que el trabajo en el jardín nos ayuda a desarrollar ciertas capacidades espirituales, nuevas virtudes. Me parece que el esfuerzo, la humildad y la paciencia son algunas de estas virtudes que nuestro jardín nos ayuda a desarrollar. El trabajo pesado, como cargar tierra para las nuevas camas altas del huerto, mezclar abono, y mover piedras nos da un buen ejercicio en esfuerzo, especialmente en estos tiempos en que la vida urbana nos hace cada vez más sedentarios. También desarrollamos paciencia al sacar cuidadosamente las malezas, mirar cada día como lentamente maduran las frutas y vigilar cada planta por insectos.
Los escritos bahá’ís describen como nuestra relación con la tierra nos ayuda a desarrollar nuestra humildad: «Todo hombre de discernimiento, al caminar sobre la tierra, realmente se siente avergonzado, porque sabe perfectamente que aquello que es la fuente de su prosperidad, su riqueza, su poder, su exaltación, su progreso y fuerza, como ha sido ordenado por Dios, es la tierra misma, la cual hollan los pies de todos los hombres. No cabe duda que quienquiera conozca esta verdad, se ha purificado y santificado de todo orgullo, arrogancia y vanagloria….». No hay mejor manera de apreciar la tierra que estar cerca de ella y colaborar juntas.
Pero aparte de ser un ejercicio espiritual personal, crear mi jardín también es una experiencia comunitaria ya sea en el barrio o en el mundo digital. Poder pasar por la casa de la vecina, alabar sus plantas de zapallo y pedirle sugerencias desde lejos nos alegra a mí y a ella también. Ser parte de grupos de hortelanos que comparten las fotos de sus éxitos y fracasos, y se animan mutuamente, trae nuevas ideas y nuevas amistades. El efecto que un jardín tiene sobre las personas en su entorno es evidente, y las virtudes que genera esta labor se comunican a la comunidad de manera tácita.
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Los escritos bahá’ís indican: «No podemos separar el corazón humano del medio exterior y decir que, una vez hayamos reformado alguno de los dos, todo mejorará. El hombre es orgánico con el mundo. Su vida interior moldea el entorno y él mismo es profundamente afectado por éste. El uno actúa sobre el otro y todo cambio permanente en la vida del hombre es el resultado de estas reacciones mutuas».
La posibilidad del desarrollo sostenible comienza cuando un alto porcentaje de la población comprende lo maravilloso que es contar con plantas y sus frutos. Esa conexión cercana con las plantas nos ayudará a hacer los sacrificios necesarios para salvar el planeta durante la pandemia actual y en el futuro post-pandemia.
Cada mañana que mi hija vuelve del jardín con moras para desayunar, siento una alegría espiritual maravillosa. Cada vez que regalo acerolas a mis amigas se crean vínculos únicos que solo la naturaleza puede provocar. Este trabajo en mi jardín da frutos sorprendentes en el alma de mi familia y de mi comunidad.
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