Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Uno de los grandes beneficios de mi inminente muerte es tener una vida onírica muy activa. A medida que mi energía disminuye y mis dolores aumentan, duermo más, y eso significa que mis sueños aumentan en frecuencia e intensidad.
Puede que te suene extraño, pero parece que los sueños me permiten vislumbrar el destino de mi alma y las cosas que debe hacer en el tiempo que me queda.
En mi último y muy repetido sueño, aunque soy psicoterapeuta en la vida real, trabajo como enfermera durante un día en un hospital. El turno de día está terminando y se supone que debo informar a la enfermera jefe y a las enfermeras del turno de tarde. En mi sueño, de repente me doy cuenta de que no he hecho lo que se supone que deben hacer las enfermeras: comprobar las constantes vitales de los pacientes mientras observo a cada uno de ellos.
Mis pacientes están en unas cuantas salas grandes abiertas con muchas personas en cada una, y las salas están repartidas por toda el ala principal del hospital. En mi sueño, realmente no podía decir o saber lo que había hecho ese día. Lo único que sabía era que, para empezar, yo no quería estar allí; de alguna manera, me vi obligada a trabajar como enfermera. Me invadió una sensación de miedo, junto con el resentimiento de por qué se me exigía trabajar allí como enfermera, ya que llevaba décadas alejada de ese campo. También me sentí muy avergonzada por mi incompetencia.
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En realidad, este sueño relata parcial y factualmente mi vida profesional en el pasado. Trabajé en el campo de la enfermería durante 20 años, donde fui muy infeliz casi desde el primer día, a pesar de que siempre consideré ese campo como honorable.
Cuando Dios me abrió la puerta de un cambio profesional, que siempre anhelé y me di cuenta de que era mi verdadera vocación, me convertí en psicoterapeuta. En ese trabajo, siempre he sido feliz, y sigo siéndolo cuando tengo la oportunidad de ayudar a los demás. Así que me pregunto: en mi sueño, ¿estoy rindiendo cuentas espiritualmente de lo que he hecho y estoy haciendo en mi vida diaria? Este pasaje de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, me impulsa a considerar esa posibilidad:
Pon ante tus ojos la infalible Balanza de Dios, y como si estuvieras en Su Presencia, sopesa en esa Balanza tus acciones cada día, en cada momento de tu vida. Hazte un examen de conciencia antes de que seas llamado a rendir cuentas…
Cuando por fin me llamen para rendir cuentas de mis actos, como nos sucederá a todos, ¿qué le presentaré a mi Creador?
¿Voy a ir allí con el miedo, la vergüenza y el arrepentimiento que siento en mi sueño?
Las preguntas que surgen de mis sueños me ayudan a darme cuenta de que todavía tengo mucho que hacer y mucho que limpiar en mi corazón y en mi alma.
Por ejemplo, sigo teniendo los mismos dos problemas físicos que son una fuente frecuente de irritación e impaciencia para mí. Uno es el control de la temperatura ambiental, tanto del calor como del frío. Me resulta un poco más fácil lidiar con el frío poniéndome más capas de ropa, pero el calor es muy difícil porque siento la piel como si viviera en el desierto con el calor seco del mediodía. Me arde y me pica, está muy seca por todas partes y es incómoda, y necesito mucha energía y autodisciplina para no ceder al impulso o al deseo de rascarme porque, gracias a mi larga experiencia con la urticaria, sé que, si empiezo a rascarme, todo mi cuerpo puede inflamarse.
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Pienso, si por una molestia física tan leve pierdo la paciencia y me siento molesta, ¿qué haría si me pidieran que sacrificara mi vida por creer en mi Fe, si hubiera alguna tortura de por medio?
Todo este trabajo interno de pedirme cuentas me lleva a hacer un inventario de mis defectos, flaquezas y debilidades. Estoy muy, muy lejos de la existencia interior más espiritual que me gustaría llevar y, sin embargo, estoy a punto de entrar en el reino espiritual, donde necesitaré todos los atributos espirituales que pueda reunir. En un discurso que dio a la Sociedad Teosófica en 1912, Abdu’l-Bahá iluminó toda esta cuestión:
En el mundo espiritual, los dones divinos son infinitos, porque en ese reino no existen ni la separación ni la desintegración que caracterizan al mundo de la existencia material. La existencia espiritual es absoluta inmortalidad, plenitud e inmutabilidad del ser. Por eso debemos dar gracias a Dios, porque Él ha creado para nosotros tanto bendiciones materiales, como dones espirituales. Él nos ha dado dádivas materiales y gracias espirituales, vista exterior para contemplar las luces del sol y visión interior para percibir la gloria de Dios. Ha diseñado el oído exterior para disfrutar las melodías del sonido y el oído interior con el cual podemos escuchar la Voz de nuestro Dios. Debemos esforzarnos con todas las energías del corazón, el alma y la mente para desarrollar y manifestar las perfecciones y virtudes latentes dentro de las realidades del mundo fenomenal, pues la realidad humana puede compararse a la semilla. Si sembramos la semilla, surge, un árbol poderoso. Las virtudes de la semilla se revelan en el árbol, éste da ramas, hojas, capullos y produce frutos. Todas estas virtudes estaban ocultas y en potencia en la semilla. Por medio de la bendición y bondad del cultivo estas virtudes se hicieron manifiestas. Análogamente Dios misericordioso, nuestro Creador, ha depositado dentro de las realidades humanas ciertas virtudes latentes y potenciales. Mediante la educación y la cultura, estas virtudes depositadas por el amoroso Dios llegarán a hacerse evidentes en la realidad humana, al igual que el desarrollo del árbol desde el interior de la semilla que germinan.
A pesar de mis quejas, en este momento estoy contenta y agradecida, y me esfuerzo por superar mis mezquindades. Espero que Dios, el Padre que todo lo perdona, me perdone y se ría de mis pensamientos y comportamientos infantiles. Espero que, como una simple semilla, mi próxima vida en el reino espiritual me plante en un lugar donde pueda florecer, crecer y prosperar.
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