Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La música tiene un lugar especial en el mundo para los bahá’ís. No sólo amamos la música y alentamos su creación, los bahá’ís creen que la música puede tener un poderoso impacto en nuestras vidas espirituales:
“La música es una de las artes importantes. Tiene gran influencia sobre el espíritu humano. Las melodías musicales son algo que demuestra tener incidencia sobre las vibraciones etéreas, ya que la voz no es más que la expresión de vibraciones, las cuales, al llegar al tímpano, afectan el nervio del oído. Las melodías musicales son entonces esos efectos peculiares producidos o formados por vibraciones. No obstante, tienen el más penetrante efecto sobre el espíritu. En resumen, aunque la música es algo material, su mayor efecto es, sin embargo, espiritual, y su relación más grande es con el reino del espíritu.” –‘Abdu’l-Bahá, Star of the West, Vol. XV, pp. 120-130
El año pasado, en la escuela de verano bahá’í cerca del puerto polaco de Gdansk, un grupo de adolescentes me preguntó acerca de mis héroes musicales. Además de Dizzy Gillespie, Buffy Sainte-Marie, Russell Garcia, Celeste Buckingham, Doug Cameron, Red Grammer, Grant Hindin Miller, Jimmy Seals y Dash Crofts, la mayoría de los cuales he tenido la oportunidad de conocer, les presenté el nombre de Martin Kerr. He tenido el honor de conocer a Martin desde que era un muchacho de ojos grandes de 3 años, un muchacho intenso y bondadoso que miró fijamente a la vida y vio el matiz y la casualidad que otros descuidaron en ver. Recuerdo a la joven Martin preguntando a sus padres si la razón por la que Jesús amonestaba a la gente a amar a sus vecinos era porque todos los demás en el mundo vivían demasiado lejos. Estas son palabras que durante mucho tiempo han persistido en mi corazón. Con la lógica inocente concluyó que cuando él creció él viajaría así que él podría hacer nuevos vecinos. A Martín le encantaba cantar y a medida que crecía y perfeccionaba su don, mantenía su sentido de propiedad y dignidad. Y ahora, con sus propios hijos, el timbre de su voz sigue resonando con la verdadera sinceridad de su carácter.
Cada vez que escucho a Martín en vivo, observo a la gente que me rodea. Es fascinante. Independientemente de la selección que realice, ya sea una composición original o un cover de la canción de otro artista, las audiencias no sólo tocan o aplauden o cantan, escuchan atentamente la letra. La palabra «escuchar» parece apropiada. Al mirar sus rostros, veo que quizás por primera vez, estas personas oyen el subtexto de sus vidas resonando en las letras cantadas por la voz de Martín, un conducto claro para la entrega de significados internos. Filosóficamente, Martín tiene la intención de llevar el éxtasis al corazón con su música, y llenar las mentes de los oyentes con el éxtasis, porque como él a veces recuerda a la gente: Dios creó la música como una escalera para el alma. Pero la facilidad con la que logra esto es cautivante para ver. Hay un sentido de la presencia sobre él, más que la postura practicada y el aplomo, el tono y la sincronización de un artista cómodo en el escenario. Siempre es una experiencia edificante, tal vez porque no estoy a menudo en torno a tal desinterés. Ya sea bajo las luces en el escenario con su guitarra acústica y plectro en la mano, o en la iluminación más tenue de una sala de estar sosteniendo a un niño o dos en su regazo, esta presencia es su naturaleza.
Como su vida, la música de Martín tiene sustancia y espiritualidad. Este cantautor entona su repertorio como oraciones melodiosas para el barrio de la humanidad. Espero que él y otros músicos bahá’ís como él sean reconocidos como los precursores de una nueva musicalidad, presagiando un estándar futuro que finalmente trasciende el ego motivado por un materialismo moral-superficial, discordante, con producciones repetitivas que a menudo llenan nuestros oídos. Como le dije a la próxima generación de Europa central, el mundo necesita más canciones que despierten al alma que se elevan muy por encima del presente. Necesitamos melodías y letras que desarrollen el espíritu, avancen la armonía social y la euforia personal, y así se conviertan en propiciar el despliegue de las potencialidades internas de la vida. Necesitamos oír notas celestiales más suaves y delicadas que fluyen desde el Reino de los Ángeles a través de artistas como Martín Kerr.
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