Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Seguro que ya has escuchado esta ineludible verdad: «Nadie sabe cuándo le llegará su fin».
Algunos mueren jóvenes, incluso siendo bebés, niños o jóvenes. Algunos viven para ser mayores, algunos hasta ancianos, viviendo 100 años o más. Pero cada uno de nosotros, en algún momento de su vida, se enfrenta a su propia mortalidad. Los filósofos y psicólogos llaman a esta verdad el hecho central de nuestra existencia física: algún día terminará.
Esta comprensión puede surgir de forma repentina a raíz de una visita al médico, de un peligro inminente, o gradualmente al ver fallecer a nuestros padres, amigos y otras personas. En este último caso, nuestra sensación de pérdida y luto puede ser extrema, ya que el dolor nos abruma. En esos momentos podemos preguntarnos: «¿Sabían que les quería?» o «¿Qué podría haber hecho para demostrar mi amor?».
Tengo una familia numerosa, y muchos han muerto a distintas edades, incluso un sobrino de apenas unos días de vida. Lo único que podía hacer era ofrecer mi simpatía y mis condolencias, y cualquier ayuda que pudiera proporcionar a los padres para aliviar su dolor. Cuando mi propio padre murió de un infarto fulminante a los 50 años, crucé el país para hacer todos los preparativos y representar a los pocos que aún le conocían en casa, entre ellos mi madre y su propia madre. Mis sentimientos estaban mezclados; solo había vivido con él unos pocos años cuando era adolescente, ya que él y mi madre se divorciaron cuando yo tenía cuatro años. Pero si alguna vez has tenido que enterrar a un padre, sabes cómo me afligí. En su servicio fúnebre dije una oración bahá’í por los difuntos, las únicas palabras pronunciadas en su nombre. Me sentí solo, pero supe que debía llevarlo a cabo.
Mi padre era un veterano de guerra, y cuando me entregaron la bandera americana de tres pliegues lloré. Las palabras «En nombre de una nación agradecida» resonaron en mi alma. Nadie conoce su final, y pocos se dan cuenta de su legado en esta Tierra, o de dónde residirán en el siguiente plano de nuestra existencia espiritual. Bahá’u’lláh escribió:
Sabe que todo oído atento, si se mantiene puro e impoluto, debe, en todo momento y desde todas direcciones, escuchar la voz que pronuncia estas santas palabras: «Ciertamente, somos de Dios, y a Él volveremos». Los misterios de la muerte física del hombre y de su retorno no han sido divulgados, y aún permanecen sin ser leídos. ¡Por la rectitud de Dios! Si fuesen revelados, evocarían tal miedo y tristeza que algunos perecerían, mientras que otros se llenarían tanto de alegría, que ansiarían la muerte, e implorarían, con anhelo incesante, al Dios único y verdadero -exaltada sea su gloria- que apresurase su fin.
La muerte ofrece a todo creyente seguro la copa que es, en verdad, la vida. Confiere regocijo y es portadora de alegría. Concede el don de la vida eterna.
En cuanto a aquellos que han gustado el fruto de la existencia terrenal del hombre, que es reconocimiento del Dios único y verdadero, exaltada sea su gloria, su vida venidera es tal que Nosotros no estamos habilitados para describirla. El conocimiento de ella es únicamente de Dios, el Señor de todos los mundos. – Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh.
La mayoría de nosotros entiende que la forma en que uno ha vivido su vida determina su morada en la siguiente. Millones creen que una vida de pecado conducirá a las oscuras fosas del infierno, el fuego y la condenación, descritas vívidamente por Dante. Millones no creen en ese final, independientemente de sus actos. Otros millones creen que una vida casta y santa les llevará al paraíso del cielo, como el descrito por Mahoma para el verdadero creyente.
Creas lo que creas, una cosa es cierta: nuestro legado será juzgado en el otro mundo por nuestras palabras y actos en éste. Si crees que todos los seres humanos tienen un alma, entonces probablemente creas en el día del juicio tras nuestra muerte, cuando nuestras almas serán llamadas ante Dios:
¡Oh hijo del ser! Pídete cuentas a ti mismo cada día, antes de que seas llamado a rendirlas; pues la muerte te llegará sin aviso y serás llamado a dar cuenta de tus actos. – Bahá’u’lláh, Las palabras ocultas.
Ahí está de nuevo: «sin aviso». Ninguno de nosotros sabe cuándo llegará su hora. Ese pensamiento ha cambiado incontables comportamientos de malos a buenos en un instante. Aunque admitiré que no siempre soy consciente de mis actos y que a menudo cometo errores y fallos de juicio, gracias a las enseñanzas de la fe bahá’í, en su mayor parte, mi vida, mi matrimonio, las cosas que hago, mis relaciones, se encuentran en una línea equilibrada y positiva.
Pero nadie conoce su final, y no sabemos qué lograremos o cómo cambiaremos durante nuestros últimos días, meses o años en este mundo. Así que no te rindas: los demás pueden aprender de nuestras lecciones de vida, ver nuestra fortaleza y saber que seguimos intentándolo. No podemos rendirnos, ni con nosotros mismos, ni con Dios, ni con los médicos o los seres queridos, ni con nadie, especialmente con nosotros mismos.
Espero que encuentres el papel que estabas destinado a desempeñar, y que reconozcas tu propia fuerza y visión internas, y espero que estés listo para «la copa que es, en verdad, la vida».
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