Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
He recibido tres notificaciones de demandas colectivas en los últimos tres meses, en las que se me informaba de que tenía derecho a indemnizaciones en efectivo por engaños en la compra. Ese hecho, y los recientes titulares de prensa, han motivado este ensayo.
En mi pasado lejano, siempre podía contar con la hipérbole en un argumento de venta, sí, pero también con alguna verdad básica. Nunca creí que un nuevo electrodoméstico me traería la felicidad, pero en cualquier cosa que comprara, podía esperar generalmente un mínimo de seguridad y fiabilidad.
Hoy en día, parece que esta expectativa se ha convertido en cosa del pasado.
Ahora todos los productos parecen tener una fecha predecible de fallo u obsolescencia, que me llevará a comprar un sustituto, mientras su predecesor acaba en un vertedero.
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Esto es costoso, irritante, derrochador y una forma pésima de gobernar el planeta. En el día a día, ¿quién quiere tener que comprar una tostadora nueva cada pocos años? Las consecuencias pueden ser catastróficas cuando se trata de la seguridad y fiabilidad esperadas en cosas, como por ejemplo un avión. En resumen, nuestra confianza en que alguien, en algún lugar, nos cubre las espaldas en lo que respecta a nuestras propias vidas ya no puede darse por sentada. Este contrato social –nuestra propia comprensión de lo que podemos esperar en nuestras transacciones económicas– se ha derrumbado, literal y figuradamente, a nuestro alrededor.
Lo que Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe Bahá’í, afirmó hace más de 100 años sigue siendo cierto hoy en día:
«El mundo está sumido en una gran confusión, y las mentes de sus habitantes se hallan en un estado de total confusión».
¿Cómo hemos llegado a esta situación tan peligrosa? Las enseñanzas bahá’ís señalan varios componentes importantes de esa crisis, incluido éste: colectivamente, estamos pasando de la edad de la adolescencia humana a la edad de la madurez.
Es dolorosamente evidente que las leyes, costumbres y valores aceptados de nuestro pasado, que a menudo mantenían bajo control algunos comportamientos atroces, ya no son adecuados. Sin embargo, la humanidad tiende a resistirse a una comprensión más amplia de lo que somos y de lo que se requiere de nosotros en esta nueva era de nuestra edad adulta. Añoramos los tiempos pasados, que recordamos como más sencillos, pero también nos vemos impulsados hacia el futuro a una velocidad vertiginosa. Junto con la erosión de la confianza básica, este tira y afloja alimenta previsiblemente la agitación y la confusión.
Por tanto, merece la pena explorar soluciones que nos permitan crear un nuevo contrato social y construir un nuevo orden social en el que podamos confiar. Los bahá’ís creen que todas estas soluciones son de naturaleza espiritual.
No sólo somos mamíferos
En primer lugar, tenemos que redefinir quiénes creemos que somos. Nuestra realidad es espiritual y, como seres humanos, hemos sido creados con una nobleza inherente. Esto requiere que superemos la creencia de que sólo somos animales, con todas las excusas que esto proporciona para infligir sufrimiento a los demás. Es cierto que nuestros cuerpos son animales, pero tenemos un componente añadido: un alma. Esto nos permite actuar más allá de la conducta instintiva que nos lleva a acciones egoístas y destructivas, y superarla. Con este entendimiento, debería estar claro que podemos elegir cómo valoramos y tratamos a los demás.
Estar a la altura de nuestra nobleza puede darnos esperanza para el futuro
En segundo lugar, también debemos redefinir quiénes somos en relación con los demás.
Dios, afirman las enseñanzas bahá’ís, ha «creado a toda la humanidad del mismo linaje” y “decretado que todos pertenezcan a la misma familia”.
Bahá’u’lláh dijo:
Puesto que os hemos creado a todos de la misma substancia, os incumbe, del mismo modo, ser como una sola alma, caminar con los mismos pies, comer con la misma boca y habitar en la misma tierra, para que desde lo más íntimo de vuestro ser, mediante vuestros hechos y acciones, se manifiesten los signos de la unicidad y la esencia del desprendimiento.
La comprensión de este hecho -de la unidad orgánica de toda la raza humana- requiere una madurez que supere nuestra adolescencia.
Crecer eleva nuestro sentido de la responsabilidad hacia los demás
Por último, la Casa Universal de Justicia, el órgano de liderazgo democráticamente elegido de los bahá’ís del mundo, nos informa:
El bienestar de cualquier segmento de la humanidad está inextricablemente enlazado al bienestar de la totalidad. La vida colectiva de la humanidad sufre cuando cualquier grupo dado piensa en su propio bienestar de manera aislada al bienestar de sus vecinos…
Si llegamos a comprender que pensar sólo en nosotros mismos no es una ventaja, sino un obstáculo para nuestro progreso, podremos impulsarnos hacia un futuro antes inimaginado, pero predicho en términos gloriosos por los mensajeros de Dios.
Así pues, en nuestra transición hacia la madurez colectiva, todos nos beneficiaremos individualmente y como sociedad cuando infundamos una perspectiva espiritual en nuestras vidas.
¿Cuáles son las consecuencias para la humanidad de insistir en prolongar nuestro periodo de adolescencia? Hemos llegado a un punto en el que las respuestas simples y el dinero no pueden resolver los enormes problemas globales a los que nos enfrentamos. Ahora tenemos sociedades divididas entre los que desean un pasado que ya no existe, los que presionan por un futuro sin la necesaria guía espiritual y los que están congelados en la incertidumbre. Esas sociedades están siempre recelosas y en guardia, preparándose para el desastre de lo desconocido.
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Sin embargo, ahora tenemos soluciones espirituales, traídas por un nuevo mensajero divino, que facilitarán el crecimiento y las consecuencias de lo que hemos creado hasta ahora.
La confianza social se erosiona cuando el interés propio y el afán de lucro se desbocan, dando lugar a decisiones erróneas, productos de calidad inferior y conflictos aparentemente irresolubles. La riqueza material se ha vuelto más importante para muchos que la fiabilidad, la seguridad e incluso la vida humana. Así pues, si hemos sido creados nobles y queremos salir del lío que hemos creado, es necesario que ahora actuemos con nobleza. Abdu’l-Bahá, hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, escribió:
El honor de esta creación y el valor de este atuendo requieren, por tanto, que el hombre tenga amor y afi nidad para con su propia especie; es más, que actúe con todas las criaturas vivientes con justicia y equidad.
De hecho, recuerdo una tostadora que sirvió a nuestra familia durante toda mi infancia y que aún funcionaba cuando me casé y me fui de casa. Apuesto a que todavía puede estar funcionando en algún lugar hoy en día. Así que no me resulta difícil imaginar un mundo en el que esto podría volver a ocurrir. Sabemos que las viejas soluciones nos están fallando. Miremos al futuro, tengamos fe en Dios y apliquemos, en este día, su nueva guía espiritual.
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