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El Plan de Nueve Años: ¿qué quieren los bahá’ís para el mundo?

Patricia O'Connor | Jun 12, 2023

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Patricia O'Connor | Jun 12, 2023

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El propósito y el objetivo de la Fe bahá’í es unificar a todos los pueblos del mundo. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe, escribió:

 Mi objetivo no es sino el mejoramiento del mundo y la tranquilidad de sus pueblos. El bienestar de la humanidad, su paz y seguridad son inalcanzables, a menos que su unidad sea firmemente establecida.

Con este noble fin, la comunidad bahá’í mundial ha iniciado recientemente una ambiciosa serie de planes, que abarcan el próximo cuarto de siglo y se centran en «un único objetivo: la liberación del poder constructor de sociedad de la Fe en medidas cada vez mayores».

RELACIONADO: ¿Cómo planean los bahá’ís cambiar el mundo?

Estos planes de largo alcance, formulados por el órgano de liderazgo mundial de los bahá’ís elegido democráticamente, la Casa Universal de Justicia, incluyen el primero de la serie, el actual Plan de Nueve Años, que destaca la importancia de «trascender las diferencias» y habla de la necesidad humana de «armonizar perspectivas». 

¿Qué significa realmente «poder constructor de la sociedad»? Significa construir un orden mundial que dé prioridad a la paz, la justicia y la armonía entre todos los pueblos, culturas y religiones. Debido a la actual oleada de guerras, injusticias, racismo, tiroteos en escuelas, crímenes de odio, asesinatos en masa y tribalismo violento, los mandatos del Plan de Nueve Años son cada vez más urgentes. Abdu’l-Bahá, hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, dijo:

No llaméis a nadie extraño; a nadie consideréis enemigo. Comportaos como si todos los hombres fueran parientes cercanos y honorables amigos. Caminad de modo tal que este mundo fugaz sea transformado en esplendor y este sombrío montón de polvo llegue a ser un palacio de delicias.

La afirmación de Abdu’l-Bahá de «no considerar a nadie como enemigo» y de «ser como si todos los hombres fueran parientes cercanos» nos proporciona una declaración sucinta y clara de lo que las ciencias sociales denominan tu «postura» hacia los demás. Tu postura –tu actitud y tus suposiciones– determina la naturaleza de tus relaciones con los demás. 

Si te ves a ti mismo como el centro de tu propio universo y a los demás como «allá afuera», diferentes y distantes de ti, o tal vez incluso los ves como una amenaza, significa que estás operando desde una perspectiva de primera-persona/tercera-persona: yo contra ellos. De inmediato, esta perspectiva «ajena» aumenta la probabilidad de conflicto.

Cuando no te conozco realmente, pero decido formarme una opinión sobre ti, literalmente tengo que inventarme cosas sobre ti basándome en mis ideas preconcebidas. Puede que te juzgue erróneamente por el color de tu piel, por dónde vives o por lo que he oído hablar de ti. Puede que sean mis propias experiencias del pasado las que aparezcan e impulsen mis prejuicios y nociones preconcebidas. La lista de elementos que pueden sembrar la semilla de un «otro» imaginario es interminable. Como nuestros instintos primitivos de supervivencia nos dicen que lo desconocido asusta, a menudo la tendencia a ver a los demás como una amenaza se vuelve automática.

Pero hay otra perspectiva disponible, la sugerida por Abdu’l-Bahá, una perspectiva que no parte de una postura de separación. No cosifica a los demás ni crea imágenes enemigas. Es la perspectiva de los niños inocentes cuando se encuentran con otros niños. Es la perspectiva que todos adoptamos automática, instintiva e inconscientemente cuando interactuamos con un amigo. Es la llamada «perspectiva de segunda persona».

Los autores Diana I. Pérez y Antoni Gomila en Social Cognition and the Second Person in Human Interaction distinguen la perspectiva de segunda persona (nosotros) de la primera persona (yo) y la tercera persona (tú).

Las interacciones en segunda persona se producen cuando dos o más personas interactúan cara a cara y en tiempo real. Lo que una persona hace o dice repercute en la otra, y viceversa. Cada uno percibe y procesa, a menudo inconscientemente, los movimientos, expresiones faciales, inflexiones de voz y emociones del otro, así como sus propios pensamientos y sentimientos a medida que se desarrolla la interacción. Se produce un «ajuste mutuo» continuo cuando uno u otro se da cuenta de la mirada de aprobación, la mirada de desaprobación, la ceja levantada interrogante o las expresiones de compasión, comprensión y amabilidad.

Si imaginamos a dos recién conocidos que deciden quedar para tomar un café en una cafetería, podemos observarlos a través de la ventana durante su intercambio en segunda persona. Hablan cara a cara y centran toda su atención en el otro durante todo el tiempo que hablan. Se escuchan atentamente, mostrando gran interés. Se miran a la cara y se fijan en lo que transmiten sus miradas. Registran el flujo de mensajes emocionales que se transmiten en los cambios de una fracción de segundo que se producen cuando se centran el uno en el otro y evalúan sus intenciones. Cuando uno habla, el otro escucha atentamente. Su respuesta no es preconcebida ni «enlatada», sino que se produce espontáneamente y en el momento, mostrando una reacción sincera a lo que dice el otro. Esta danza de ida y vuelta continúa durante algún tiempo. A medida que se desarrolla la experiencia mutua, cada uno de los participantes va cambiando a causa de ella, puede que mucho o sólo un poco.

Los psicólogos del desarrollo explican que estos momentos comienzan inmediatamente después del nacimiento, cuando el bebé conoce a sus padres o cuidadores, y continúan a lo largo de toda la vida. A través de estas experiencias se forma la mente, surgen las capacidades cognitivas y se delimitan las posibilidades de relación. La perspectiva de la segunda persona es tan sinónima de lo que significa ser un ser humano que, hasta hace poco, los investigadores la habían pasado por alto.

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Desde la perspectiva de la segunda persona, la construcción de la sociedad, como se pide en el Plan de Nueve Años, sale del ámbito de lo abstracto y se hace realidad aquí, ahora y todos los días. No es algo abrumador ni algo que deban hacer otros. De hecho, es tan familiar, que fácilmente podría desperdiciarse en el ajetreo del día.

¿Cuántas veces hablamos con alguien sin ni siquiera mirarle, o respondemos a preguntas mientras miramos el teléfono? ¿Tratamos a los dependientes, vendedores y comerciantes que encontramos como máquinas animadas y no como seres humanos? ¿Con qué frecuencia miramos a otro ser humano sin «verlo» realmente?

Abdu’l-Bahá era conocido precisamente por lo contrario. Él dio, y ejemplificó, esta guía para todas las personas:

Cuando una persona dirige su rostro a Dios encuentra el sol por doquier. Todos los seres humanos son sus hermanos…

Os pido que no penséis sólo en vosotros. Sed amables con los forasteros… No os contentéis con demostrar amistad sólo con palabras; dejad que vuestro corazón se encienda con amorosa bondad hacia todos los que se crucen en vuestro camino.

Abdu’l-Bahá conectó profundamente con todas y cada una de las personas que conoció, centrándose en su ser interior más que en sus características externas. Podemos esforzarnos por hacer lo mismo. Diariamente, cada vez que nos encontramos con otra persona, tenemos todos la oportunidad de contribuir al poder constructor de la sociedad de la unidad mundial, que es el objetivo de la Fe bahá’í, adoptando el estado mental que Abdu’l-Bahá llamaba «amorosa bondad hacia todos los que se crucen en vuestro camino«.

Intenta practicarlo tanto hoy como mañana. Cambiará tu vida y, en última instancia, cuando un número suficiente de nosotros haga lo mismo, cambiará la vida del mundo entero.

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