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¿Por qué estoy aquí?

David Langness | Sep 13, 2021

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David Langness | Sep 13, 2021

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¿Recuerdas cuándo te planteaste por primera vez esa pregunta tan universal del ser humano, la que todos acabamos haciéndonos: «Por qué estoy aquí»?

Yo sí: ocurrió una cálida noche de verano en mi sexto año de vida, mientras estaba tumbado en el césped y miraba el cielo nocturno.

De repente, sin previo aviso, el misterio de la existencia humana se abrió dentro de mi mente de seis años, y empecé a cuestionar su propósito final. Todos nosotros lo hacemos. Cada uno de nosotros, en distintos momentos de nuestra vida, quiere saber la respuesta a la pregunta primordial del ser humano.

Esa pregunta de «¿por qué estoy aquí?» tiene muchas formas: «¿Qué seré cuando sea mayor?», «¿Cuál es el sentido de la vida?», «¿Cuál es mi propósito en esta existencia – si es que tengo uno?», «¿Qué puedo aportar personalmente al mundo?», «¿Qué pasará conmigo después de que muera?».

Estas importantes preguntas se refieren esencialmente a lo mismo: ¿Por qué existo?

Nunca ha surgido una respuesta científica a esa pregunta, y probablemente nunca lo hará, porque la ciencia tiene una esfera de influencia definida, un alcance limitado. La ciencia nos ayuda a describir el mundo, y luego tenemos que decidir, con un código superior de ética, moral y orientación espiritual, cómo utilizar ese conocimiento. La ciencia se limita, por definición, al conocimiento sistematizado del mundo físico. Debido a esos límites, los conocimientos científicos solo pueden llevarnos hasta cierto punto:

Los juicios morales, los juicios estéticos, las decisiones sobre las aplicaciones de la ciencia y las conclusiones sobre lo sobrenatural están fuera del ámbito de la ciencia, pero eso no significa que estos ámbitos no sean importantes. De hecho, ámbitos como la ética, la estética y la religión influyen fundamentalmente en las sociedades humanas y en el modo en que estas interactúan con la ciencia. Tampoco se trata de ámbitos poco académicos. De hecho, temas como la estética, la moral y la teología son estudiados activamente por filósofos, historiadores y otros académicos. Sin embargo, las cuestiones que se plantean en estos ámbitos no suelen ser resueltas por la ciencia. – Understanding Science: How Science Really Works.

Solo los materialistas más estrictos creen que la ciencia puede responder a todas las cuestiones humanas. La materia y el movimiento, dicen los materialistas, constituyen la realidad. Los que basan su filosofía de la vida en esos términos creen que la percepción define lo que es real -lo que significa que todo lo demás, entonces, debe ser falso.

Eso, por supuesto, no es ciencia: es un postulado filosófico, no el resultado de un razonamiento científico. Dado que la ciencia se limita, por definición, a las dimensiones materiales de la existencia, sus conclusiones serán inevitablemente de naturaleza material, lo que hace que sea una falacia creer que el mundo material comprende todo lo que existe, y que los seres humanos solo pueden percibir lo que comprenden nuestros sentidos externos. En cambio, como señalan las enseñanzas bahá’ís, los seres humanos desean inevitablemente percibir más profundamente, ir más allá de los sentidos y trascender el mundo material:

…el ser humano está dotado del poder de la invención que lo diferencia del animal, y este poder no es sino el espíritu humano…

El ser humano siempre aspira a mayores alturas y a metas más elevadas. Siempre intenta alcanzar un mundo superior al que habita y ascender a un nivel más elevado que el que ocupa. El amor por lo trascendente es un sello distintivo del ser humano. – Contestación a unas preguntas.

La mayoría de la gente quiere respuestas sobre el propósito y el significado de la vida: ese es el meollo de la pregunta «¿Por qué estoy aquí?». Los materialistas pueden afirmar que no existe tal respuesta, que todo lo que va más allá de lo físico es una fantasía, que todo el significado se reduce a mera masa y movimiento. Pero esa es una filosofía muy insatisfactoria e incluso sombría. Pocas personas quieren vivir con esa perspectiva de la vida; en cambio, anhelamos una vida interior profunda llena de amor, belleza y significado. Las enseñanzas bahá’ís señalan el camino hacia esa vida interior, a través del desarrollo espiritual del alma humana:

El alma es eterna, inmortal.

Los materialistas dicen: «¿Dónde está el alma? ¿Qué es? No podemos verla, ni podemos tocarla.»

Esto es lo que debemos contestarle: por mucho que pueda progresar el mineral, nunca podrá comprender al mundo vegetal. Ahora bien, ¡la falta de tal comprensión no prueba la inexistencia de la planta!

Por muy elevado que sea el grado de evolución que alcance la planta, está incapacitada para comprender el mundo animal; pero ¡esta ignorancia no es prueba de que el animal no exista!

El animal, por más desarrollado que se encuentre, no puede imaginar la inteligencia del ser humano, ni puede comprender la naturaleza de su alma. Pero, una vez más, ello no prueba que el ser humano carezca de intelecto, o de alma. Sólo demuestra que una determinada forma de existencia es incapaz de comprender a una forma superior a sí misma.

Esta flor puede ser inconsciente de la existencia de un ser como el ser humano, pero el hecho de su ignorancia no impide la existencia de la humanidad.

De igual modo, si los materialistas no creen en la existencia del alma, su incredulidad no prueba que no exista un reino tal como el mundo del espíritu. La misma existencia de la inteligencia del ser humano prueba su inmortalidad; además, la oscuridad justifica la presencia de la luz, pues sin luz no habría sombras. La pobreza demuestra la existencia de la riqueza pues, sin riqueza, ¿cómo podríamos medir la pobreza? La ignorancia prueba que el conocimiento existe, pues sin conocimiento, ¿cómo podría existir la ignorancia?

Por consiguiente, la idea de la mortalidad presupone la existencia de la inmortalidad, pues si no existiese la Vida Eterna, ¡no sería posible medir la vida de este mundo! – La sabiduría de Abdu’l-Bahá.

Entonces, ¿por qué estoy aquí? Las enseñanzas bahá’ís responden:

Y, dado que es una señal de Dios, una vez que ha sido creada, es sempiterna. El espíritu humano tiene un comienzo, pero no tiene fin: persiste para siempre. – Contestación a unas preguntas.

El ser humano -el verdadero ser humano- es alma, no cuerpo; aunque físicamente pertenece al reino animal, sin embargo su alma lo eleva por encima del resto de la creación…

Por el poder del Espíritu Santo, actuando a través de su alma, el ser humano es capaz de percibir la realidad Divina de las cosas. Todas las grandes obras de arte y de la ciencia son testigos de este poder del Espíritu.

Este mismo Espíritu otorga la Vida Sempiterna…

Nuestros mayores esfuerzos deben estar dirigidos hacia el desprendimiento de las cosas del mundo; debemos luchar por ser más espirituales, más luminosos, por seguir el consejo de las Enseñanzas Divinas, por servir a la causa de la unidad y de la verdadera igualdad, por ser generosos, por reflejar el amor del Altísimo sobre todos los seres humanos, para que la luz del Espíritu se manifieste en todos nuestros actos, con el fin de que toda la humanidad se una, que el turbulento mar del mundo se calme, y que las rugientes olas desaparezcan de la superficie del océano de la vida, y esté por siempre tranquilo y apacible. – La sabiduría de Abdu’l-Bahá.

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