Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
“La humanidad preferiría suicidarse antes que aprender aritmética”, bromeó el filósofo Bertrand Russell en los años sesenta. La frustración de Russell provino de la renuencia de la gente a pensar en las implicaciones de acelerar el crecimiento poblacional.
Tomó 10,000 generaciones para que la población humana alcanzara los mil millones, alrededor del año 1800 DC. Sin embargo, en apenas seis generaciones más alcanzó los dos mil millones, alrededor de 1925. Alcanzar el umbral de los siguientes mil millones, en 1960, tomó 2 generaciones. Después de ello, alcanzar los próximos mil millones tomó menos de una generación.
La población humana ahora se sitúa alrededor de los 7.2 mil millones. A finales de este siglo, probablemente llegará a los 11 mil millones, según la División de Población de las Naciones Unidas.
Eso es un montón de gente, pero la población humana sólo representa la mitad de la historia. La otra mitad implica la aceleración de la población de nuestras cosas. Nuestro ganado, por ejemplo, nos supera en número al menos tres a uno. Las estimaciones sitúan el número de edificios en la tierra a 1.7 mil millones. Operamos 1.2 mil millones de vehículos de motor. A medida que la población aumenta también lo hacen nuestras calles y puentes, y las plantas de energía y los pozos de petróleo, y otra infraestructura, así como los miles de fábricas y todos los bienes de consumo que estas producen.
El impacto de todas estas cosas contribuye a la huella ecológica humana, una medida de nuestro impacto colectivo en el ambiente natural. Tomando todo esto en consideración, los expertos dicen que la huella de la humanidad ahora excede en un 60%, la capacidad de la tierra de mantener a la humanidad de forma sostenible.
Pero apenas estamos comenzando. Si nuestra población alcanza los 11 mil millones para 2100, y se quintuplica el Producto Mundial Bruto como está proyectado, de $50 billones hoy (en dólares constantes de 1990) a $250 billones, nuestra huella ecológica superaría en 500% la biocapacidad de la Tierra. Eso significa que tomaría el equivalente a cinco planetas para mantenernos.
Si usted tiene una conciencia general de los problemas medioambientales globales, es probable que se haya sentido bastante desalentado sobre las perspectivas humanas para el futuro después de haber leído esto. Dadas estas observaciones, la desesperación parecería justificada. Pero podemos ver esta situación de otra manera: la misma naturaleza del problema crea las condiciones que desencadenarán soluciones.
A medida que se profundicen los problemas, las implicaciones del orden socio-ecológico actual se harán aún más evidentes. En el frente ecológico, vemos súper tempestades altamente destructivas, elevando las temperaturas globales, una trágica pérdida de la biodiversidad, y la paralizante escasez de agua. En el frente económico, vemos crisis financieras nacionales e internacionales y la extrema y acelerada desigualdad. En el frente social, vemos extremismos, guerras civiles, crisis de refugiados y las migraciones masivas, además de una epidemia de problemas como la depresión y las adicciones. Estas cuestiones se han vuelto tan inmensas que desafían los fundamentos del orden mundial.
Los impactos de estos problemas globales sistémicos – sin precedentes en su naturaleza – inevitablemente nos obligarían a examinar nuestros valores fundamentales como individuos, comunidades e instituciones. Este examen puede, a su vez, conducir a profundos cambios sociales. El cambio climático, en particular, representa un desafío final para la humanidad, un agente forzante que exige transformación. Naomi Kein lo resume en el título de su reciente obra más vendida, “This Changes Everything” (Cambiar todo), para lidiar con el cambio climático tendremos que literalmente cambiar la civilización.
En el siglo XIX, Bahá’u’lláh anticipó la crisis humanitaria global que ahora enfrentamos. Observando los excesos de una civilización industrial emergente, escribió:
Si una cosa es llevada al exceso, demostrará ser causa de maldad. Pensad en la civilización de Occidente, cómo ha agitado y alarmado a los pueblos del mundo. Se ha ideado una máquina infernal y ha resultado ser un arma de destrucción tal que nadie ha presenciado ni oído nunca nada semejante a ella. La purificación de estas corrupciones tan profundamente arraigadas y abrumadoras no puede llevarse a cabo, a menos que los pueblos del mundo se unan en pos de un fin común y abracen una fe universal.
Cosas extrañas y asombrosas existen en la tierra, pero están ocultas a las mentes y a la comprensión de los hombres. Estas cosas son capaces de cambiar toda la atmósfera de la tierra, y la contaminación con ellas resultaría letal. – Tablas de Bahá’u’lláh, página 87
Al evaluar las condiciones globales – sociales, políticas, económicas y ecológicas – Bahá’u’lláh atribuye los problemas que enfrenta la humanidad, principalmente a la desunión, que se manifiesta en los problemas fundamentales del orden social:
Los vientos de la desesperación, ay, soplan desde todas direcciones, y la contienda que divide y aflige a la raza humana crece día a día. Ahora pueden percibirse los signos de convulsiones y caos inminentes, por cuanto el orden predominante resulta ser deplorablemente defectuoso. – Ibíd., Pagina 203
Muchas de estas condiciones empeoraron a lo largo del siglo XX, exponiendo aún más fallas fundamentales en el viejo orden mundial. Pero Bahá’u’lláh fue más allá diciendo: “Pronto el orden actual será enrollado y uno nuevo será desplegado en su lugar.” Él previó un Nuevo Orden Mundial que se construirá sobre los valores de unidad, justicia, igualdad, y sostenibilidad, que nos conducirá a una “civilización en continuo progreso”.
Bahá’u’lláh comparó la humanidad a un individuo que se mueve a través de las etapas de la infancia y la adolescencia para llegar a la madurez. Así como un ser humano inevitablemente atraviesa diferentes etapas de desarrollo, el viejo orden cedería a medida que la humanidad avanza a su etapa de madurez, con un carácter distintivo global de unicidad. Como resultado, las enseñanzas bahá’ís ven la unidad humana como el precursor necesario para resolver nuestros grandes problemas.
Al escribir en mi libro Eleven (Once), identifiqué 15 señales que apoyan este sentido de optimismo sobre el futuro. En la siguiente serie de artículos exploraré un número de estas señales y construiré un caso que, a pesar de las amenazas claras a la civilización y a la ecósfera, a largo plazo el futuro de la humanidad y el planeta se ve brillante.
Comentarios
Inicia sesión o Crea una Cuenta
Continuar con Googleo