Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La Fe bahá’í, la primera religión mundial cuya historia coincide con la difusión de los medios de comunicación, remonta su origen a la noche del 22 al 23 de mayo de 1844 en Shiraz, Irán, cuando El Báb declaró su misión.
Aquella noche El Báb, el heraldo de Bahá’u’lláh, anunció que era el Qa’im (El que surgirá) largamente esperado por los musulmanes chiíes. El Báb anunció además que era el precursor y heraldo de «Aquel a quien Dios hará manifiesto», Bahá’u’lláh.
Su audiencia inicial en esa noche fue una sola persona: un joven estudiante de teología conocido como Mulla Husayn. Ningún titular anunció este trascendental acontecimiento, pero al día siguiente, muy lejos de allí, en Estados Unidos, Samuel F.B. Morse envió el primer mensaje telegráfico oficial interurbano, una cita bíblica de Números 23:23: «¿Qué ha hecho Dios?».
A partir de ese día, sucesivas oleadas de nuevas tecnologías revolucionarían la comunicación y el transporte, hasta desembocar en el mundo interconectado de hoy.
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Estos avances en las comunicaciones y el transporte son necesarios para la realización de la visión de la Fe bahá’í de un mundo unido. «La tierra es un solo país y la humanidad sus ciudadanos», escribió Bahá’u’lláh. Al igual que los ciudadanos de una ciudad, un estado o una nación en particular necesitan noticias fiables y objetivas que les proporcionen la información necesaria para actuar como ciudadanos, los ciudadanos del mundo necesitan noticias que les informen de los acontecimientos de todo el mundo.
Así pues, Bahá’u’lláh se convirtió en el primer mensajero de Dios que reveló instrucciones específicas para los medios de comunicación. Hace más de un siglo, abordó cuestiones relacionadas con los medios de comunicación que aún hoy nos desafían: la verdad, la imparcialidad, la exactitud y la fiabilidad. Bahá’u’lláh escribió:
En este Día, los secretos de la tierra están desnudos a los ojos de los hombres. Las páginas de los periódicos de rápida aparición son, en verdad, el espejo del mundo. Ellos reflejan los hechos y quehaceres de los diversos pueblos y razas. Al mismo tiempo, los reflejan y los dan a conocer. Son un espejo dotado de oído, vista y habla. Éste es un fenómeno asombroso y poderoso. Sin embargo, es responsabilidad de sus escritores purificarse de los impulsos de los deseos y pasiones malignas y ataviarse con la vestidura de la justicia y la equidad. Deben informarse todo lo posible sobre las situaciones y averiguar los hechos, y sólo entonces transcribirlos.
Las escuelas de periodismo siguen enseñando a los estudiantes los principios de objetividad, equilibrio, imparcialidad, precisión y verdad. Pero hoy en día muchas personas, incluidos los periodistas implicados, se quejan de la parcialidad de los medios de comunicación, de la información inexacta o falsa, del sensacionalismo y de la falta de cobertura de las historias más importantes.
Bahá’u’lláh ya era muy consciente de estas preocupaciones a finales del siglo XIX, cuando se desarrollaron inicialmente los excesos del «periodismo amarillo», e incluso sintió su efecto. Inmediatamente después del párrafo citado anteriormente, Bahá’u’lláh escribió:
En lo concerniente a este Agraviado, la mayor parte de lo informado por los periódicos carece de verdad. Al lenguaje justo y a la veracidad, en virtud de su elevado rango y posición, se los considera como soles que brillan sobre el horizonte del conocimiento.
Bahá’u’lláh escribió que algunos periódicos habían informado erróneamente de que había «huido» de Persia a Irak, cuando en realidad el gobierno persa había ordenado su exilio por enseñar su nueva Fe:
¡Dios munífico! Este Agraviado jamás se ha ocultado, ni siquiera un instante. Por el contrario, en todo momento ha permanecido firme y visible a los ojos de todos los hombres.
Muchos periódicos de la época de Bahá’u’lláh ciertamente no estaban «libres de los impulsos de los deseos y pasiones malignas»: a menudo hacían hincapié en el escándalo y el sensacionalismo, con titulares escabrosos, dependencia de fuentes anónimas, esfuerzos despiadados por «sacar la primicia» de la competencia y un racismo y sexismo flagrantes. Algunos periódicos sacrificaron la verdad en favor de la venta de más periódicos.
En múltiples medios de comunicación contemporáneos, esta situación sigue vigente hoy en día, solo que amplificada por la proliferación de las tecnologías mediáticas. El Internet permite que las historias, ya sean verdaderas o falsas, se difundan instantáneamente por todo el mundo. Las empresas de medios sociales son ampliamente criticadas por no controlar la difusión de «noticias» falsas e inexactas y de discursos de odio, puesto que sus ganancias dependen de mantener a sus usuarios en línea el mayor tiempo posible. Trágicamente, parece que los indignados motivados por «deseos y pasiones malignas» seguirán haciendo clic más que los buscadores de la verdad con mentalidad sobria que «[se informan] todo lo posible sobre las situaciones y averiguar los hechos».
Pero la situación no es del todo negativa. Usted está leyendo estas palabras en Internet. Las organizaciones que quieren difundir los puntos de vista de las minorías oprimidas, promover la reconciliación y la unidad entre los diferentes grupos y encontrar alternativas a la violencia y el conflicto pueden ahora hacer llegar su mensaje con unos costes y un equipamiento mínimos. Estas historias pueden ser más difíciles de encontrar bajo la cacofonía de trivialidades y negatividad, pero se pueden encontrar con un poco de esfuerzo.
Más allá de las normas del periodismo, algunos principios bahá’ís se aplican a todo el mundo, incluidos todos los que informan de las noticias y todos los que las consumen, como en esta cita de los escritos de Abdu’l-Bahá:
La veracidad, la rectitud y la integridad son los atributos de los justos y las características de los puros. La veracidad es la más buena de las cualidades, ya que comprende todas las demás virtudes. Una persona veraz estará protegida de todas las aflicciones morales, rehuirá de toda mala acción y será preservada de todo acto perverso, ya que todos los vicios y fechorías son la antítesis misma de la veracidad y un hombre veraz los aborrecerá por completo. – [Traducción provisional].
En su Libro de la Certeza, Bahá’u’lláh estableció la norma no solo para el discurso verdadero, sino para la manera de hablar:
Pues la lengua es fuego latente, y el exceso de palabras un veneno mortal. El fuego material consume el cuerpo, mientras que el fuego de la lengua devora tanto corazón como alma. La fuerza de aquel dura sólo un tiempo, en tanto que los efectos de éste persisten un siglo.
Mantener un estándar tan alto en los medios de comunicación y en nuestro discurso cotidiano podría parecer más allá de la capacidad humana, por lo menos eso parece hoy en día. Pero imaginemos un mundo en el que no nos bombardeen con negatividad, en el que las historias de reconciliación y unidad aparezcan en primera plana al menos con la misma frecuencia que las historias de odio y conflicto. Imaginemos un mundo en el que sea posible pensar que todo el mundo desarrolla el potencial que Dios le ha dado, un mundo en el que se gasten muchos menos recursos en armas y guerras. Podemos empezar a reconocer y hacer realidad esta realidad contando las muchas historias de personas que se esfuerzan por sentar las bases de ese mundo futuro hoy mismo.
“… pronto estas luchas sin resultado y estas guerras ruinosas pasarán y la Más Grande Paz vendrá” declaró Bahá’u’lláh. Los bahá’ís tienen fe en que la paz mundial llegará algún día. Cuando llegue, los bahá’ís de todo el mundo celebrarán el «asombroso y potente fenómeno» que Bahá’u’lláh identificó hace más de un siglo mientras los medios de comunicación de todo el mundo publican este titular: «La paz mundial ha llegado».
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