Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La web mundial, almacén de tantas cosas y tantas lagunas engañosas, ha acaparado la atención de todo el mundo, pero ¿podemos fiarnos de ella?
Esa red de redes que es Internet permite una comunicación electrónica casi instantánea a través de teléfonos móviles, tabletas, ordenadores y otros dispositivos, y a ella acceden más de 4.660 millones de usuarios al día.
Eso es miles millones. Esos 4.600 millones de usuarios representan el 60% de todos los seres humanos del planeta. Nunca hemos creado una forma de comunicación más extendida y dominante. Lo que plantea una importante cuestión de confianza.
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Las enseñanzas bahá’ís dicen que la confianza comienza con la investigación independiente de la verdad. Cuando Abdu’l-Bahá explicó los principios primarios de la Fe bahá’í, escribió:
La primera es la investigación independiente de la verdad; pues la ciega imitación del pasado atrofia la mente. Mas cuando cada alma indague la verdad, la sociedad será librada de la lobreguez de la continua repetición del pasado.
¿Cómo podemos aplicar este estándar crítico de verdad y confianza a Internet?
La mayor parte de la humanidad utiliza la web para las redes sociales móviles o el comercio electrónico, pero también se ha convertido en un elemento fundamental para las comunicaciones, la preparación ante catástrofes, la banca, la educación, la investigación científica e incluso la guerra.
Se están realizando esfuerzos gubernamentales y del sector privado para que la accesibilidad sea universal, convirtiendo esa cifra del 60% en un 100%. Facebook tiene más de 2.800 millones de usuarios, YouTube más de 2.200 millones. Otros también ocupan puestos destacados. Uno de los más utilizados puede ser Google, con la impresionante cifra de 8.500 millones de búsquedas al día.
Para Internet todo son bits, bytes y megabytes. Para nosotros, son palabras, símbolos, memes, vídeos, voz, correo electrónico, imágenes o pictogramas, anuncios, datos, mentiras o verdades parciales. Internet ofrece a nuestros ojos, oídos y mentes una jungla incesante de información de alta velocidad, y debemos buscar entre la cacofonía algo en lo que podamos confiar como verdadero, útil o significativo.
Por ejemplo, tengo miles de archivos obsoletos de mi antiguo PC que ocupan espacio en mi nuevo ordenador. Quería borrarlos de una vez. Busqué «eliminar archivos antiguos» en Google y obtuve más de 38 millones de resultados en 0,074 segundos.
¿Cómo determino cuál es verdadero, significativo o útil? ¿Y cómo lo hace cualquiera de nosotros?
En esta era científica y tecnológica, todos intentamos pensar racionalmente. Una vez alcanzada la edad de la razón, alrededor de los siete años, la mayoría de nosotros desarrollamos un sentido de lo que está bien o mal. Podemos ignorarlo o, con nuestra inteligencia, tratar de saber más sobre ello antes de actuar. Además, desde pequeños y a medida que crecemos, nos vemos influidos por los padres, la religión, los amigos, la cultura, la familia, los profesores, la experiencia, lo que leemos… y todas esas influencias ayudan a determinar lo que creemos que es verdad o mentira.
En la mayoría de los casos, en nuestra infancia aceptamos estas influencias primarias como verdaderas, y puede que no las cuestionemos. Incluso podemos proyectar: «Así son las cosas para todos». No es hasta que llegamos a la adolescencia o a los veinte años cuando tendemos a empezar realmente a examinar y cuestionar lo que nos han enseñado o creemos saber. Por eso los jóvenes parecen tan abiertos al cambio, por eso a menudo buscan nuevos significados o se oponen al statu quo.
Cuando vemos algo que coincide con lo que ya pensamos o sabemos, es más probable que lo aceptemos, creamos o confiemos en ello.
Al relacionarnos con los demás, escuchamos opiniones y puntos de vista diferentes. En la universidad o en el trabajo, aprendemos a citar fuentes fiables y a encontrar referencias fidedignas. Buscamos la información más actualizada para corroborar nuestras conclusiones. Si actuamos con inteligencia, emitimos opiniones fundamentadas, no sólo opiniones: pensamos y hacemos nuestros deberes antes de soltar argumentos a favor o en contra de algo. Si nuestras conclusiones se basan en fuentes fiables y están bien pensadas y redactadas, recibimos las mejores notas en los trabajos de la clase y elogios en el trabajo.
Pero, ¿quién tiene tiempo para todo eso cuando se desplaza por Facebook o por los resultados de una búsqueda? ¿O al mirar Instagram o cualquiera de las miles de otras redes sociales? ¿Y qué hay de la avalancha de correos electrónicos que recibimos a diario? ¿Cuáles abrimos y leemos, o mandamos a la papelera? ¿Cuáles podrían ser correos de phishing, contener un virus oculto o instalar malware malicioso?
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Además de esas personas y fuentes en las que confiamos, existe otra importante fuente de la verdad. Miles de millones de personas en todo el mundo creen que esa fuente es Dios, sea cual sea el nombre con el que prefieran llamar al Creador. Pero Dios no nos habla directamente; si lo hiciera, nos quedaríamos estupefactos y abrumados. Habla a través de portavoces o mensajeros humanos seleccionados, los profetas, esos grandes maestros espirituales que las enseñanzas bahá’ís llaman manifestaciones. ¿Por qué? Para que conozcamos al Creador, Su amor por nosotros y Su plan de unificarnos como una sola familia.
No puedo resumir las cualidades de las manifestaciones, salvo decir que son seres humanos perfectos. Sus vidas se caracterizan por las virtudes puestas en práctica a diario. Las cualidades y virtudes de Cristo cambiaron el mundo, al igual que las de Buda. Durante su vida, Muhammad fue conocido como el Confiable, y las palabras de todas las manifestaciones resuenan veraces y honestas. Los que llamamos santos siguieron su modelo de vida. Los que consideramos como personas grandiosas demostraron uno o varios de los atributos que ellos poseían.
Por lo tanto, haríamos bien si quisiéramos distinguir la verdad de la falsedad escuchando lo que nos han dicho las manifestaciones.
En una carta a un destacado clérigo musulmán de su época, Bahá’u’lláh escribió:
Quienquiera que haya contemplado Mis signos, en este día, distinguirá la verdad de la falsedad como el sol de la sombra y será conocedor de la meta. Dios es consciente y es Mi testigo de que todo cuanto ha sido mencionado fue por amor a Dios, para que quizá puedas ser la causa de la guía de los hombres y puedas librar a los pueblos del mundo de las ociosas fantasías y las vanas imaginaciones.
En su Libro de la Certeza, elaborado en respuesta a las preguntas que se le plantearon, Bahá’u’lláh escribió:
Medita profundamente para que te sea revelado el secreto de cosas invisibles, aspires una fragancia espiritual imperecedera y reconozcas el hecho de que, desde tiempo inmemorial, el Todopoderoso ha probado a Sus siervos y continuará probándoles hasta la eternidad, a fi n de que la luz sea distinguida de las tinieblas; la verdad, de la falsedad; lo justo, de lo injusto; la guía, del error; la felicidad, del infortunio; y las rosas, de las espinas. Pues como Él ha revelado: «¿Piensan los hombres cuando dicen ‘creemos’ que se les dejará en paz y no serán probados?».
Así pues, todos somos puestos a prueba cuando se trata de determinar la verdad. Incluso el uso de Internet es una prueba. Afortunadamente, utilizamos nuestro mejor juicio para tomar las decisiones que requiere la red, y el buen juicio proviene del conocimiento o de la falta de él. Las enseñanzas bahá’ís nos dan la base para ese conocimiento, al proporcionarnos la fuente más fidedigna imaginable.
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