Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Alguna vez has pasado, sin previo aviso, de la calma total al terror absoluto? En cuestión de segundos, se te acelera el corazón, te sube la tensión y se te revuelve el estómago.
Cuando nos enfrentamos a circunstancias o pensamientos aterradores, una pequeña parte de nuestro cerebro llamada amígdala se pone en marcha. Es lo que se conoce como respuesta de lucha, huida, congelación o cervatillo, y basta una situación o un pensamiento para que todo nuestro mundo se ponga patas arriba.
Recuerdo cuando estaba embarazada de mi hija en Nueva Zelanda. Mi marido y yo estábamos en una clase de Lamaze y, de repente, me di cuenta de que podía haber dejado comida cocinándose en el horno. En cuestión de segundos, pasé de estar feliz y relajada a estar completamente aterrorizada. Sentí náuseas y mi mente y mi corazón empezaron a acelerarse. Durante los 60 minutos que duró la clase, no pude pensar racionalmente y me imaginé la casa en llamas.
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Cuando por fin llegamos a casa, descubrí que, efectivamente, no había apagado el horno. Afortunadamente, solo se habían quemado tres papas asadas que parecían trozos de carbón.
Inmediatamente, me tranquilicé, los latidos de mi corazón se ralentizaron y mi estómago volvió a sentirse normal. En realidad, nada había cambiado en mi mundo excepto mis pensamientos, pero mi cuerpo había experimentado una profunda transformación. Esto me llevó a preguntarme cómo la energía de los pensamientos que tenemos puede afectar significativamente a nuestra salud.
En su libro 27 sabores de plenitud: Cómo vivir la vida al máximo, su autor, el Dr. Robert Young, se pregunta: «¿Pueden los pensamientos y emociones positivos o negativos afectar a tu cuerpo, mente y salud espiritual?».
Al parecer, bastantes investigaciones científicas y anecdóticas responden a esa pregunta con un abrumador «¡sí!».
De hecho, según el Dr. Young, generas de dos a tres veces más ácidos metabólicos solo por tu estado emocional o tus pensamientos que por consumir alimentos altamente ácidos. De hecho, podemos enfermar físicamente a causa del miedo, la preocupación y la inseguridad. La ira, los celos y otras emociones tóxicas también afectan físicamente a nuestra constitución de forma profunda y perjudicial. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, fue citado en el libro del Dr. J.E. Esselmont, Bahá’u’lláh y la nueva era, diciendo: «Los celos consumen el cuerpo y la ira quema el hígado; evítales como evitarías a un león».
Entonces, si las emociones y los pensamientos negativos afectan a nuestro cuerpo de forma indeseable, ¿no podría el pensamiento positivo tener el efecto contrario? Lo sabemos desde la antigüedad: el emperador romano Marco Aurelio dijo: «La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos. El alma se tiñe del color de sus pensamientos».
Si esto es cierto, entonces no solo podemos fomentar nuestra salud física y emocional evitando la negatividad, sino que podemos nutrir nuestros cuerpos y mentes manteniendo nuestros pensamientos elevados, positivos y puros. Buda dijo: «Nada puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos desenfrenados».
Pensamos miles de cosas cada día, y muchos de los pensamientos negativos son simplemente falsos. Desafiar los pensamientos destructivos sobre nosotros mismos o sobre los demás y mostrarnos compasivos en las situaciones difíciles puede mantener a raya la negatividad y sus consiguientes efectos nocivos. Además, cuestionar mentalmente esos pensamientos negativos puede ayudarnos a tomar conciencia de cómo nos afectan los demás. Cómo reaccionamos ante las personas que nos rodean marca la diferencia. Recuerda: la gente te trata como es, no como eres tú. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero si puedes evitar a las personas negativas que drenan tu energía, y en su lugar asociarte con almas amables siempre que sea posible, te sentirás mejor. En su libro místico Las palabras ocultas, el profeta y fundador de la fe bahá’í, Bahá’u’lláh, escribió:
La compañía del impío acrecienta la tristeza, mientras que la asociación con el justo limpia la herrumbre del corazón.
¡Cuidado! No te juntes con el impío ni busques asociarte con él, pues semejante compañía convierte el resplandor del corazón en fuego infernal.
¿Cómo fomentamos la positividad? Centrándonos en lo bueno. En un discurso que pronunció en París en 1911, Abdu’l-Bahá, hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, dijo:
La realidad del ser humano es su pensamiento, no su cuerpo material… Si el pensamiento humano aspira constantemente a las cosas celestiales, entonces se santifica; si, por el contrario, este pensamiento no está dirigido hacia lo alto sino concentrado en las cosas de este mundo, se irá haciendo cada vez más material hasta alcanzar un estado apenas mejor que el de un simple animal.
Por lo tanto, concentrarse en buenos pensamientos puede contribuir en gran medida a lograr la felicidad, la paz interior y la salud mental, física y espiritual. En varias oraciones y pasajes encantadores, Abdu’l-Bahá describió cómo nuestros pensamientos pueden sanarnos y cambiar nuestro mundo:
Tu Nombre es mi curación, oh mi Dios, y el recuerdo de Ti es mi remedio.
Concédeme un corazón que se ilumine como un cristal con la luz de Tu amor, y confiéreme pensamientos que, mediante las efusiones de la gracia celestial, transformen este mundo en un jardín de rosas.
Os exhorto a todos para que cada uno de vosotros concentréis vuestros pensamientos y sentimientos en el amor y la unidad. Cuando se os presente un pensamiento de guerra, oponedle uno más fuerte de paz. Un pensamiento de odio debe ser destruido por uno más grande de amor. Los pensamientos de guerra traen consigo la destrucción de toda armonía, bienestar, tranquilidad y felicidad.
En pocas palabras, nuestros pensamientos afectan a nuestra salud física, espiritual y emocional. Abdu’l-Bahá dijo: «La alegría nos da alas», y nos sentimos mejor y más alegres, emocional y físicamente, cuando intentamos ver lo mejor de los demás y de nosotros mismos.
La gratitud nos eleva el espíritu, al igual que concentrarnos en todo lo bueno de nuestras vidas en lugar de lo no tan bueno. Las amistades cariñosas nos enriquecen, y la música nos levanta el ánimo. Cuidar de los animales reduce nuestros niveles de estrés. Las meditaciones y los pensamientos espirituales sobre nuestro Creador pueden aportarnos paz y tranquilidad. Por último, cuando todos los buenos pensamientos que hemos cultivado conscientemente se traducen en sentimientos elevados, pueden evolucionar hacia su forma más elevada posible: las acciones espirituales de amor y servicio.
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