Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En el siglo XIX ocurrió algo verdaderamente trascendental, algo que cambió todos los aspectos de la vida en el planeta, algo que desató poderes maravillosos y terribles.
Estos poderes han permitido a los humanos alcanzar otros mundos y, sin embargo, también son capaces de provocar la próxima extinción masiva o acabar con la vida tal y como la conocemos.
Si se observa cualquier métrica de la actividad humana, desde la población hasta la producción económica, científica, artística o literaria a lo largo del tiempo, no se puede pasar por alto el enorme punto de inflexión que se produjo en el siglo XIX. Todos los aspectos de la sociedad humana se vieron alterados, desde los roles de raza, clase y género hasta la tecnología, los conocimientos científicos y las estructuras políticas.
Los bahá’ís creen que este punto trascendental y crucial se produjo, tanto directa como indirectamente, como resultado del poder regenerador de la revelación de Bahá’u’lláh. Este tipo de regeneración se produce, señalan las enseñanzas bahá’ís, cuando aparece un mensajero divino universal que proclama un nuevo día:
Ha sido prometido y registrado en todos los Libros Sagrados y Escrituras que en este Día de Dios se establecerá Su divina llamada y soberanía espiritual, el mundo será renovado, se insuflará un espíritu renovado en el cuerpo de la creación, se iniciará la primavera divina, lloverán las nubes de la misericordia, brillará el Sol de la Verdad, soplarán las brisas vivificantes: El mundo de la humanidad será educado; la guerra, la disensión, la lucha y la contención desaparecerán; la veracidad, la rectitud, la paz y la piedad prevalecerán; el amor, la concordia y la unión abarcarán el mundo… [Traducción provisional por Oriana Vento]
El hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, Abdu’l-Bahá, dijo que la llamada espiritual:
… una vez producido, insufló una nueva vida en el cuerpo de la humanidad e infundió un nuevo espíritu en toda la creación. Por esta razón, el mundo se ha conmovido hasta lo más profundo, y han revivido los corazones y las conciencias de los hombres. Dentro de poco, serán reveladas las evidencias de esta regeneración, y se despertarán los que estén profundamente dormidos.
En los siglos XVII y XVIII, la humanidad pasó por lo que ahora llamamos «el Siglo de las Luces», pero es evidente que no estamos tan iluminados como deberíamos, cuando la guerra, las disensiones, los conflictos y las disputas siguen dominando nuestra realidad moderna.
Entonces, ¿qué es la ilustración? ¿Significa alcanzar una conciencia elevada pero únicamente individual y personal del espíritu humano, o puede la humanidad alcanzarla colectivamente?
Nuestra incapacidad para abordar adecuadamente esta cuestión se manifiesta ahora en forma de Antropoceno, el próximo gran acontecimiento de extinción planetaria causado por la destrucción humana del ecosistema global.
Desde la respuesta del filósofo Emanual Kant, pasando por las advertencias de los filósofos marxistas alemanes Max Horkheimer y Theodor W. Adorno sobre las consecuencias de la Ilustración, hasta la meditación de Michael Foucault en su lecho de muerte sobre esta cuestión, todos los intentos de abordar y replantear el tema de la Ilustración solo han llevado a la humanidad por caminos cada vez más oscuros.
¿Por qué? Porque desprovisto de toda referencia a la trascendencia espiritual de la humanidad, abordar la cuestión de la ilustración carece de sentido, ya que ignora todo lo que implica la palabra. En efecto, desprovista de este reconocimiento esencialmente espiritual, la búsqueda de la «ilustración» puramente racional se convierte en un camino hacia la tiranía y la destrucción, como observaron Horkheimer y Adorno, y como el mundo presenció en el siglo XX.
Al fin y al cabo, ¿cómo puede haber iluminación sin luz? La ilustración presupone la iluminación. Pero, ¿cuál es la naturaleza de esta iluminación? Si bien el funcionamiento algorítmico de la máquina racional puede explotar y explorar las trayectorias lógicas de un conjunto de supuestos, no puede suministrar los supuestos básicos en sí mismos, las condiciones iniciales que solo puede proporcionar la percepción consciente.
La ilustración implica que esta percepción es algo más que la mera recopilación imparcial de datos sensoriales, que abarca facultades que van más allá de los sentidos físicos y de las deducciones racionales que perciben. Negar esto es negar la definición misma de nuestra humanidad. De hecho, es de este manantial de percepción de donde surgen la mayor parte de las suposiciones colectivas de la humanidad, que informan nuestra cultura, nuestro lenguaje y, sobre todo, nuestros sistemas de creencias.
Sin embargo, la trayectoria del pensamiento europeo occidental desde Kant ha supuesto un rechazo creciente de este aspecto de nuestra humanidad en nombre de la «ilustración», con terribles consecuencias. En el siglo XX, los desastres en forma de dos guerras mundiales, el totalitarismo de corte fascista y soviético, y la pérdida genocida de vidas en múltiples naciones habían destruido la idea de que la Ilustración, la llamada «Edad de la Razón», había cambiado positivamente la trayectoria de la historia humana.
A estas alturas, muchos filósofos han llegado a creer que estas catástrofes eran una consecuencia directa del tipo de pensamiento que sustentaba la tradición de la Ilustración occidental. Creen que algo ha fallado en el pensamiento occidental, incluidos el liberalismo tradicional y el marxismo, ambos enraizados en la filosofía racionalista de la Ilustración. Este tema domina ahora gran parte de la filosofía moderna, encarnándose en el término general «posmodernismo». Este punto de vista se expresó en el párrafo inicial de La dialéctica de la Ilustración, la obra seminal de Max Horkheimer y Theodor W. Adorno:
La Ilustración, entendida en su sentido más amplio como el avance del pensamiento, siempre ha tenido como objetivo liberar al ser humano del miedo e instalarlo como amo. Sin embargo, la tierra totalmente ilustrada irradia bajo el signo del desastre triunfante.
El inicio del Siglo de las Luces -con las obras de filósofos como Rousseau, Hume y Locke, que culminaron con los trabajos de Immanuel Kant a finales del siglo XVIII- supuso un alejamiento de la religión y la tradición hacia el uso de la racionalidad pura como el mejor medio para llegar a la verdad. La piedra angular de este giro filosófico quedó plasmada en la respuesta de Kant a una pregunta planteada por la revista filosófica alemana Berlinische Monatschrift: «¿Qué es la Ilustración?». En 1784 publicaron la respuesta de Kant, que definía la ilustración como:
… la salida del hombre de su no-edad autoimpuesta. La no-edad es la incapacidad de utilizar el propio entendimiento sin la guía de otro. Esta falta de edad es autoimpuesta si su causa no es la falta de entendimiento, sino la indecisión y la falta de valor para usar la propia mente sin la guía de otro. ¡Atrévete a saber! (Sapere aude.) «Ten el valor de usar tu propio entendimiento», es por tanto el lema de la ilustración.
La premisa de Kant implicaba un llamamiento al desprendimiento individual de las normas y el entendimiento de los demás para alcanzar el conocimiento: alcanzar la objetividad.
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Bahá’u’lláh y la Ilustración
Más de 70 años después, Bahá’u’lláh, mientras estaba exiliado en Bagdad, abriría su obra seminal sobre teología El Libro de la Certeza con un llamamiento aparentemente muy similar a la investigación independiente de la verdad, escribiendo “Ningún hombre podrá alcanzar las orillas del océano del verdadero entendimiento a menos que se haya desprendido de todo lo que hay en el cielo y en la tierra”.
En otra obra Bahá’u’lláh implora a la humanidad que “[veamos con nuestros] propios ojos y no por los ojos de otros, [conozcamos con nuestro] propio conocimiento y no mediante el conocimiento de tu prójimo”.
Las enseñanzas de Bahá’u’lláh abordan las cuestiones centrales que la Ilustración planteó en la era moderna; sin embargo, en la Fe bahá’í, el desprendimiento de Kant de la tradición y el dogma representa solo el primer paso en el proceso de iluminación, y no su objetivo final.
Bahá’u’lláh enseñó que solo a través del desprendimiento podrían eliminarse los velos que oscurecen las facultades trascendentes de la percepción humana. El siguiente paso implica el uso de esta percepción para lograr el reconocimiento, delineado en su texto central de leyes El Libro Más Sagrado, que comienza diciendo: “El primer deber prescrito por Dios a Sus siervos es el reconocimiento de Aquel que es la Aurora de Su Revelación”.
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