Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La vida es difícil, ¿te has dado cuenta? Quizá menos si vemos el vaso medio lleno, pero aun así, para la mayoría de las personas que conocemos en la vida real, la mayor parte del tiempo, la vida es difícil. ¿Por qué tiene que ser así?
La religión propone la existencia de un Creador todopoderoso y bueno, que creó este mundo terrenal y a todos los que estamos en él. Ese Creador, en cada una de las principales religiones del mundo, nos dice que tenemos almas eternas que, después de morir aquí, vivirán para siempre en un reino sin muerte y feliz.
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Exploremos esa realidad dual por un minuto. Podríamos decir que cada uno de nosotros vive en dos mundos. El espiritual otorga felicidad, mientras que el otro, este mundo material y físico, se define por las limitaciones y, a veces, por el dolor. En un discurso que pronunció en París, Abdu’l-Bahá lo expresó así:
¡La alegría nos da alas! Cuando estamos contentos nuestra fuerza es más vital, nuestra inteligencia más aguda y nuestro entendimiento menos nublado. Nos sentimos más capacitados para enfrentarnos con el mundo y para encontrar nuestra esfera de utilidad. Pero cuando la tristeza nos visita nos debilitamos, nuestro vigor nos abandona, nuestro entendimiento se nubla y nuestra inteligencia se vela. Las realidades de la vida parecen eludir nuestra comprensión, los ojos de nuestro espíritu no aciertan a descubrir los misterios sagrados, y nos convertimos en seres casi muertos.
No existe ser humano que no esté sometido a estas dos influencias; pero todos los sufrimientos y las penas que existen provienen del mundo material; el mundo espiritual sólo confiere alegría.
Si sufrimos, es el resultado de las cosas materiales, y todas las pruebas y desgracias provienen de este mundo de ilusión.
En el mundo material, sólo conocemos las cosas por contraste. Nuestra vista percibe los objetos contrastando un color y un tono con el siguiente. Sabemos que hay una mesa porque, más allá de su borde, no hay mesa. Conocemos la luz porque cuando está ausente la llamamos oscuridad. Podríamos decir que las cosas se definen por sus características y, lo que es más importante, por lo que no son.
De este modo, los humanos somos seres que buscamos un propósito. No existimos por existir, sino que queremos algo. Esto es más evidente si perdemos algo: queremos recuperarlo. Pero también es cierto cuando nuestro mundo y nuestras posesiones son estables, en cuyo caso queremos más y mejor. Así, el agricultor trabaja para cultivar o recolectar alimentos, el ingeniero quiere construir un edificio, el maestro quiere educar al niño, el médico intenta curar al paciente. Todos estos propósitos dependen de que entendamos qué diferencias marcan la diferencia: qué características y limitaciones de las cosas, interactuando de qué manera, pueden cambiar un resultado.
La principal característica de la limitación, para un ser humano que busca un propósito, es la frustración. No se puede alcanzar el objetivo desde aquí. ¿O sí puedes, si sabes un poco más, o experimentas, o sigues tu intuición? Todo empieza con la frustración y, por si no te has dado cuenta, la frustración puede crear dolor.
Así que nosotros, que hemos sido creados para la felicidad, las aventuras y la abundancia, nos encontramos en un mundo en el que la mayor parte del tiempo no conseguimos lo que queremos. Muchas cosas con las que nos encontramos nos frustran y nos causan dolor, a medida que nuestra salud, fuerza y belleza se deslizan cuesta abajo a un ritmo cada vez más rápido a partir de los 18 años. Aceptémoslo, en este mundo físico, la felicidad depende más de estar contentos con nuestra suerte que de cambiar nuestra suerte.
De acuerdo, estamos hechos para una vida de aventura y suficiencia, pero en lugar de eso nos encontramos con una vida de limitaciones, frustración y dolor, ¿y todo esto de un Dios supuestamente bueno y poderoso? ¿Cómo funciona esto?
En esencia, no podemos tomar decisiones con propósito sin los incentivos de los límites.
Imagina un estado de amor tan intenso que lo único que deseas es que los demás compartan ese amor. Tal fue el estado de Dios al crearnos. Todos venimos de Dios y volveremos a Él. Esta breve escala en un mundo material no se debe a que Dios no pueda evitarlo, sino a que las limitaciones son necesarias para que podamos tener o ejercer una respuesta dinámica al amor que Dios nos tiene. No podemos dar algo a Dios, ni a nadie, sin un estado de limitación. El hecho de que exista escasez, de que dar más tiempo a una cosa signifique menos tiempo para otra, da sentido a las cosas que nos proponemos.
Sin escasez de dinero, la generosidad no tendría sentido. Sin escasez de recursos terrenales, la unidad de la humanidad no tendría sentido. Sin escasez de tiempo, ¿podría existir siquiera la gratitud, si la gratitud es dedicar tiempo a apreciar las cosas que se nos dan más allá de nuestro mérito? Ciertamente, sin una limitación de tiempo, no podría haber priorización, y la vida terrenal no tendría sentido.
Por eso, en su generosidad, Dios creó un mundo en el que podemos responder al amor con amor, a las diferencias con amabilidad, a la belleza con aprecio, al deseo de los demás con generosidad, priorizando el uso de esos recursos limitados y destinándolos a los usos más espirituales.
Dios creó el mundo material con todas sus limitaciones, dotó a los seres humanos de libre albedrío, de un instinto de búsqueda de fines y de las herramientas intelectuales necesarias para aprender, todo ello en aras de que, en esos momentos, uno u otro de nosotros elija, a pesar de nuestras limitaciones y fragilidades, amar apasionadamente algo o a alguien, responder con sentido y a pleno pulmón al amor con amor, perdernos en el éxtasis de la vida.
Tal vez lo que nosotros llamamos dolor, Dios lo llama una invitación a lo mejor de la vida, como en este profundo pasaje de los escritos de Bahá’u’lláh:
¡Oh Mis siervos! No os apenéis si, en estos días y en este plano terrenal, cosas contrarias a vuestros deseos han sido ordenadas y manifiestas por dios, porque días de alegría de delicia celestial, hay de seguro en abundancia para vosotros. Mundos, santos y espiritualmente gloriosos, serán desvelados a vuestros ojos. Habéis sido destinados por Él a participar, en este mundo y en el siguiente, de sus beneficios, compartir sus alegrías y obtener una porción de su gracia sostenedora. A todos y a cada uno de ellos, sin duda, alcanzaréis.
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