Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
«Sé que yo tengo buenas intenciones – que el amor da forma a mi ideología personal- mientras que tu ideología se basa en el odio», esa es la suposición subyacente del sesgo llamado asimetría de atribución de motivos, o MAA.
Si nunca ha oído hablar de esto antes, o incluso si lo ha hecho, he aquí una explicación clara del síndrome de MAA de un reciente artículo de opinión del New York Times escrito por Arthur C. Brooks, autor, músico, ex presidente del conservador American Enterprise Institute, y ahora miembro del cuerpo docente de la Harvard Kennedy School y la Harvard Business School:
La gente a menudo dice que nuestro problema en Estados Unidos actualmente es la incivilidad o la intolerancia. Esto es incorrecto. La asimetría en la atribución de motivos trae consigo algo mucho peor: el desprecio, que es un nocivo brebaje de ira y repugnancia. Y no sólo desprecio por las ideas de los demás, sino también por los demás. En palabras del filósofo Arthur Schopenhauer, el desprecio es «la convicción inmaculada de la inutilidad de otro».
Las fuentes de la asimetría en la atribución de motivos son fáciles de identificar: políticos divisivos, líderes gritando en la televisión, columnistas llenos de odio, activistas enfadados en el campus y, al parecer, todo lo que se encuentra en las máquinas de desprecio de los medios de comunicación social. Este «complejo de indignación industrial» funciona atendiendo a un solo lado ideológico, creando una especie de adicción al alimentar nuestro deseo de creer que tenemos toda la razón y que el otro lado está formado por truhanes y tontos. Acaricia nuestros propios prejuicios a la vez que afirma nuestras peores suposiciones sobre los que no están de acuerdo con nosotros. – The New York Times, 3 de marzo de 2019.
Brooks ha escrito un nuevo libro con un título interesante, «Ama a tus enemigos: Cómo la gente decente puede salvar a Estados Unidos de la cultura del desprecio». Independientemente de sus inclinaciones políticas, es probable que pueda ver la evidente verdad en lo que él afirma: gran parte de la población estadounidense, y de la población de muchos otros países también, ha desarrollado el nocivo hábito de ver a las personas que no están de acuerdo con ellos, no sólo como meramente equivocadas, sino también como incorrectas, inútiles, defectuosas y, de alguna manera, infrahumanas.
Este tipo de sesgo, prejuicio y polarización suele tener consecuencias lamentables. Rara vez se limita a palabras, reproches y acusaciones, sino que a menudo se degrada a prejuicios, odio y violencia real. Tarde o temprano, los conflictos verbales y políticos se vuelven cada vez menos civiles y más y más militantes. El prejuicio se convierte en odio, y el odio conduce al sufrimiento.
Tenemos miles de ejemplos de esta tendencia que nos enseñan como no debemos comportarnos, pero parece que aún no somos capaces de aprender de ellos.
Entonces, ¿qué pasaría si una nueva religión comenzara a emerger alrededor del mundo que nos enseñe cómo ver y tratar mejor a otras personas? ¿Y si esa nueva religión renovara el llamado al amor y a la unidad que trajeron todas las antiguas religiones? ¿Qué pasaría si esa nueva religión enfatizara la unidad de toda la humanidad, la inexistencia del mal y una solución espiritual a nuestros arraigados conflictos raciales, sociales y nacionales? ¿Qué pasaría si esa nueva religión nos trajera un plan y una estructura completamente configurados para asegurar una paz duradera en nuestro planeta?
Los bahá’ís creen que las enseñanzas de Bahá’u’lláh constituyen esa nueva religión:
Éste es el Día en que se han derramado sobre los seres humanos los muy excelentes favores de Dios, Día en que Su poderosísima gracia ha sido infundida en todo lo creado. Incumbe a todos los pueblos del mundo componer sus diferencias y, con perfecta unidad y paz, morar a la sombra del Árbol de Su cuidado y bondad. Les incumbe aferrarse a todo cuanto, en este Día, conduzca a la elevación de su posición, y a la promoción de su bienestar…
Pronto el orden actual será enrollado y uno nuevo será desplegado en su lugar. – Bahá’u’lláh, Pasajes de los Escritos de Bahá’u’lláh, pág. 02.
Sólo una nueva revelación del Creador tiene el poder de resolver nuestras diferencias y conflictos, las enseñanzas bahá’ís dicen:
Considerad si existe en algún lugar de la creación principio alguno que sea más poderoso que la Religión en algún respecto, o si hay poder concebible más penetrante que el de los diversos Credos divinos, o si cabe que institución alguna pueda verificar el amor y la amistad y unión entre todos los pueblos de forma comparable a como pueda hacerlo la creencia en un Dios Todopoderoso y Omnisciente, o si, salvo mediante la Ley de Dios, existe evidencia alguna de un medio que logre educar a la humanidad en todas las facetas de la rectitud. – Abdu’l-Bahá, El Secreto de la Civilización Divina, pág. 48.
Los baha’is entienden este principio -que la religión puede funcionar como una fuerza unificadora, como una fuente de amor, compasión y paz- siempre y cuando tenga la energía creativa que las nuevas religiones traen al mundo. Sólo ese tipo de poder unificador puede superar los sesgos, los prejuicios y la asimetría de atribución de motivos que tanto afligen a nuestro planeta hoy en día:
La humanidad se enfrenta a una crisis de identidad, en la que varios pueblos y grupos luchan por definirse a sí mismos, por su lugar en el mundo y por cómo deben actuar. Sin una visión de identidad compartida y propósito común, caen en ideologías competitivas y luchas de poder. Innumerables permutaciones de «nosotros» y «ellos» definen cada vez más estrechamente las identidades de grupo y se contraponen entre sí. Con el tiempo, esta fragmentación en grupos de interés divergentes ha debilitado la cohesión de la propia sociedad. Las concepciones rivales sobre la primacía de un pueblo en particular son generalizadas, excluyendo la verdad de que la humanidad se encuentra en un viaje común en el que todos son protagonistas. Considere cuán radicalmente diferente es tal concepción fragmentada sobre la identidad humana de la que se deriva del reconocimiento de la unidad de la humanidad. En esta perspectiva, la diversidad que caracteriza a la familia humana, lejos de contradecir su unidad, la dota de riqueza. La unidad, en su expresión bahá’í, encierra el concepto esencial de diversidad, que la distingue de la uniformidad. Es a través del amor a todas las personas y de la supeditación de las lealtades menores al interés superior de la humanidad, que la unidad del mundo puede realizarse y que las infinitas expresiones de la diversidad humana encuentran su máxima expresión. – La Casa Universal de Justicia, para los bahá’ís del mundo, 18 de enero de 2019.
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