Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En la reciente celebración interreligiosa del Día Internacional de la Paz en mi comunidad, un ministro local me preguntó: «¿Cómo los bahá’ís ofrecen adoración juntos si no tienen una iglesia?».
Antes de contarles cómo respondí, exploremos el concepto bahá’ís de adoración, pensando por un minuto en las implicaciones más amplias de la palabra. ¿Qué significa realmente adorar?
Primero, definir la palabra siempre es de gran ayuda:
adoración v. 1. mostrar reverencia religiosa por 2. Tener un amor intenso o admiración por
Nuestra palabra contemporánea adoración proviene del antiguo término inglés weorthscipe, que significa «mostrar honor» o «dar valor (digno de ser valorado)» a algo o alguien. Dado que la adoración es una de las actividades humanas más antiguas, existen varias palabras para describirla:
- En la Biblia, escrita inicialmente en arameo, la palabra para adoración, proskuneo, significa «inclinarse, postrarse ante Dios»
- En el budismo, la palabra pali y sánscrita para adoración, puja, significa dar honor y atención devocional
- Para los hindúes, la palabra para adoración, bhakti, significa la expresión del amor devocional.
- En el Islam, el concepto de ibada significa obediencia, sumisión y devoción a Dios.
- En el judaísmo, Avodat Hashem significa adorar a Dios a través de la oración, la devoción y la meditación.
Para los creyentes en muchas religiones, asistir a los servicios de adoración semanales o diarios se convirtió en un ritual hace mucho tiempo. Ciertas oraciones, ritos y acciones prescritas generalmente acompañan a ese tipo de adoración congregacional y, en algunos casos, esas formas antiguas de expresar piedad y creencia han persistido durante siglos, volviéndose rígidas y dogmáticas.
Cuando se une o nace en una de esas tradiciones, se espera que todos participen, con servicios de adoración dirigidos generalmente por el clero, que a veces pronuncia sermones que presentan una teología particular como verdad absoluta o amonestan a la congregación por sus pecados y defectos. En este tipo de adoración, el rabino, el sacerdote, el ministro, el monje, el gurú o el mullah asumen el manto de autoridad y liderazgo, y la congregación escucha y sigue.
Gradualmente, las formas superficiales de esas tradiciones de adoración pueden adquirir vida propia, suplantando y desplazando el significado interno simbólico que originalmente querían transmitir. Esas formas tienden entonces a separar a las personas, actuando como un determinante de su identidad. En algunos casos extremos, los servicios de adoración en muchas sectas y denominaciones dan como resultado el desarrollo de un dogma que fomenta una conciencia grupal separada, una división que a menudo excluye o demoniza a otros. Algunos grupos religiosos conservadores incluso usan ropa o peinados diferentes para diferenciarlos de aquellos que no adoran o creen de la misma manera.
Las enseñanzas bahá’ís, con su énfasis en la búsqueda espiritual individual de la verdad y la ausencia de algún clero o ritual, no tienen ninguno de esos elementos. De hecho, los escritos bahá’ís describen este tipo de culto dogmático y excluyente como perjudicial para el verdadero espíritu de fe:
“Lo más lamentable es el estado de diferencia y divergencia que hemos creado entre nosotros en el nombre de la religión, imaginándonos que el separarnos y alejarnos es un supremo deber de nuestras creencias religiosas, que debemos evitarnos los unos a los otros y mutualmente considerarnos contaminados de error e infidelidad. En realidad, los fundamentos de las religiones divinas son uno y el mismo. Las diferencias que han surgido entre nosotros se deben a las ciegas imitaciones de las creencias dogmáticas y a la adhesión a formas de adoración ancestrales”. – Abdu’l-Bahá, La Promulgación a la Paz Universal, p. 394.
Esto significa que los bahá’ís tienen una definición de adoración muy diferente a la que probablemente esté acostumbrado o con el que esté familiarizado. No existen ritos o rituales bahá’ís rígidos. Los bahá’ís son libres de adorar como les parezca. No existe el clero dentro de la Fe bahá’í, ningún bahá’í individual tiene más autoridad que cualquier otro bahá’í. Cuando los bahá’ís se reúnen para orar, nadie pronuncia un sermón o arengas y critica a las personas que asisten.
La adoración, para los bahá’ís, une la vida diaria directamente a un sentido de espiritualidad y servicio, unificando el acto individual de adoración con una conexión consciente con toda la humanidad.
Lo más importante es que el culto bahá’í elimina las formas externas y las supersticiones inherentes a tantas tradiciones y se enfoca únicamente en construir una conexión entre cada ser humano individual y la Fuente de todo Ser:
“Cuidado, no sea que vuestras devociones os mantengan apartados de Aquel que es la meta de toda devoción, o vuestra adoración os separe de Aquel que es la meta de toda adoración. ¡Rasgad los velos de vuestras vanas fantasías! Éste es vuestro Señor, el Omnipotente, el Omnisapiente, Quien ha venido para dar vida al mundo y unir a todos los que habitan la tierra”. – Bahá’u’lláh, El llamamiento del Señor de las Huestes, p. 83.
De hecho, los bahá’ís ven la adoración de una manera totalmente diferente a la común, vinculándola primero con la oración individual y la meditación; y luego extendiéndola mucho, mucho más allá, al trabajo que cada uno de nosotros realiza y al servicio desinteresado que ofrecemos a toda la humanidad, un alejamiento radical de la concepción actual de lo que significa adorar.
En esta serie de ensayos, examinaremos cómo adoran los bahá’ís y veremos cómo se desarrollan esas nuevas prácticas espirituales en sus vidas diarias.
Casi lo olvido: al principio de este ensayo prometí decirles cómo respondí al ministro cristiano que me preguntó cómo adoran los bahá’ís sin una iglesia. Con la esperanza de responder en términos que él entendiera de inmediato, respondí con una pregunta: «¿Cuándo crees que se construyó la primera iglesia cristiana?».
«Bueno», dijo, «eso probablemente sería en Jerusalén, construido después del 325 DC por el rey Constantino y su madre Helena. Antes de eso, los primeros cristianos se reunían en pequeñas casas particulares. Las llamaron iglesias en casas”. Mientras respondía, comenzó a entender, asintió y sonrió.
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