Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Cuántas veces has aprendido alguna verdad a partir de una historia, ya sea hablada, contada o actuada?
Las historias suelen contener personajes cuyas decisiones les llevan a una especie de búsqueda. Parece que los humanos estamos predispuestos a relacionarnos con las historias, porque recordamos fácilmente lo que le ocurre al protagonista y nos preguntamos si nosotros haríamos lo mismo.
Esto hace que las historias sean una forma poderosa de compartir lecciones importantes.
Quizá por eso los textos religiosos están llenos de historias cuyos dramas nos ayudan a recordar los mensajes subyacentes, como la primera historia del Génesis de Adán y Eva. El Corán cuenta una versión más completa de la parábola, repartida en al menos cinco surahs.
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Todos conocemos la historia básica, o creemos conocerla. En la interpretación más conocida y repetida a lo largo de los años, la malvada Eva tentó a su compañero Adán para que comiera del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, a pesar de que Dios les había advertido que no lo hicieran. Durante siglos -desde San Agustín- se ha interpretado ese acto como que Eva provocó la «caída» en desgracia de Adán, lo que llevó a Dios a desterrarlos a ambos del paraíso. Esta interpretación literal ha inducido la idea de que la naturaleza humana es intrínsecamente mala, lo que ha sido especialmente perjudicial para las mujeres, que han sido vistas no solo como inferiores, sino como tentadoras destinadas a seducir a los hombres.
Navegue por cualquier buscador y encontrará un número asombroso de sitios que repiten lo mismo. Incluso puede ver un enlace a una exposición en el Museo de la Creación en Kentucky con su modelo de tamaño natural del jardín del Edén donde, según explican, Dios creó al hombre y a la mujer en el sexto día. Los dinosaurios (pequeños) también están representados allí. Está claro que estas interpretaciones literales no se ajustan al principio bahá’í de que la ciencia y la religión son dos formas de ver la verdad y deben coincidir.
Por otro lado, la noción de que la comunicación humana es simbólica sí se alinea con la ciencia. Bahá’u’lláh incluso proporciona en su Libro de la Certeza algunas de las claves para comprender los símbolos religiosos e interpretarlos de forma lógica y racional. Como señaló Abdu’l-Bahá en una charla que dio a una clase de Biblia en Nueva York en 1912: «Todos los textos y enseñanzas de los Santos Testamentos tienen significados espirituales intrínsecos. No deben ser tomados literalmente».
Para demostrarlo, Abdu’l-Bahá presentó una interpretación razonable de Adán y Eva a los peregrinos que le visitaron en tierra santa. En primer lugar, señaló que ninguna inteligencia racional puede aceptar esta historia de la creación literalmente, lo que nos obliga a pensar en ella como algo simbólico. Él explicó:
Adán significa el espíritu celestial de Adán, y Eva su alma humana… El árbol del bien y del mal significa el mundo humano; pues el mundo espiritual y divino es enteramente bueno y absolutamente luminoso, pero en el mundo humano, la luz y la oscuridad, el bien y el mal, existen como condiciones opuestas.
Aquí Abdu’l-Bahá compartió una enseñanza bahá’í básica, a menudo pasada por alto, según la cual el espíritu humano emana de Dios, mientras que el alma es su vehículo en el mundo de la creación. Luego explicó el simbolismo de la serpiente como apego al mundo humano:
Cuando el alma y el espíritu de Adán entraron en el mundo humano, Adán salió del paraíso de la libertad para caer dentro del mundo de esclavitud. Venía de las alturas de pureza y bondad absolutas, y entró en el mundo del bien y del mal … Pues el espíritu y el alma de Adán, al estar apegados al mundo humano, pasaron del dominio de la libertad al de la esclavitud, en el que continuaron viviendo sus descendientes. Dicho apego del alma y del espíritu al mundo humano… es la serpiente que siempre está entre los espíritus y la progenie de Adán … Pues el apego al mundo ha sido el opresor de los espíritus. Esclavitud semejante que se identifica con el pecado, y que ha sido transmitido desde Adán hasta su posteridad. Precisamente, debido a ese apego los hombres se han visto privados de la espiritualidad esencial y de una estación exaltada.
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En otra charla que dio en París, Abdu’l-Bahá dijo que cuando no estamos abiertos a «la bendición del espíritu» sino que volvemos nuestras almas hacia nuestro lado material y no usamos nuestras cualidades espirituales, estas se vuelven débiles y eventualmente incapaces; y si ejercitamos únicamente nuestras cualidades materiales, estas se vuelven poderosas y el hombre puede volverse más salvaje y perverso que las bestias.
Los bahá’ís consideran la historia de la religión a través de una lente de revelación progresiva, es decir, una secuencia de mensajeros divinos que entregan sus enseñanzas a la humanidad según la capacidad de las personas para poder comprenderlas a lo largo del camino hacia la madurez espiritual. En la historia de Adán y Eva, tanto el islam como la fe bahá’í consideran que Adán fue un mensajero de Dios. De hecho, los bahá’ís se refieren al período de tiempo histórico que comienza con la revelación de Adán y termina con la del Báb, el predecesor de Bahá’u’lláh, como el ciclo adámico. Los vestigios de las enseñanzas de los mensajeros más antiguos pueden encontrarse en el libro del Génesis en parábolas simbólicas.
Los seres humanos tienen la mala costumbre de ignorar, rechazar e incluso perseguir a los mensajeros divinos, al menos en parte debido a que pasan por alto la naturaleza simbólica de sus enseñanzas. Entender la historia de Adán y Eva como una de las parábolas religiosas más antiguas de las que se tiene constancia plantea dos preguntas: ¿Qué necesitaron aprender nuestros lejanos antepasados para comprender el profundo simbolismo de las enseñanzas espirituales; y cómo se habría beneficiado el progreso humano si hubiéramos conservado una interpretación y un recuerdo más profundos y simbólicos de esas enseñanzas?
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