Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Fuera de las clases de educación física del colegio, nunca me han gustado los deportes competitivos. Crecí jugando con muñecas y peluches, y participando en juegos de colaboración en los que no había «ganador».
También era la hermana mayor de mi casa, así que pasaba muy poco tiempo compitiendo con mis hermanas. Me esmeraba en el colegio con la intención de que me fuera bien -no con la intención de eclipsar a mis amigos- y estaba inmersa en una ciudad del medio-oeste, en la que evitar el conflicto y la confrontación era parte de la cultura. Con este tipo de antecedentes, tardé en darme cuenta de cómo el amor de Estados Unidos por la competitividad influía en mi forma de actuar.
Cuando por fin fui más consciente de ello, tuve que desglosar el papel de la competencia en mi vida. ¿Cómo me veía siendo competitiva? ¿Cuáles eran las cosas por las que tendía a ser competitiva y qué desencadenaba esta respuesta?
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El primer paso parecía ser la comparación. Me sorprendí a mí misma comparando casi abiertamente mi «éxito» con el de otros que presentan sus «éxitos» a través de las redes sociales. La ventaja injusta es que las redes sociales son solo una pequeña porción confeccionada de una historia mucho más amplia. Me di cuenta de que podía prevenir la perpetuación de un ciclo dañino y evitar dejarme arrastrar por el pensamiento competitivo haciendo un esfuerzo concertado por no compararme con los demás y teniendo cuidado con el uso de las redes sociales.
En un libro que comparte historias sobre el profeta-fundador de la fe bahá’í, Bahá’u’lláh, un pasaje sobre la competencia arroja luz sobre su papel en nuestra sociedad y el efecto que puede tener en nuestro bienestar interno. El autor Adib Taherzadeh escribió:
«La sociedad humana actual ejerce una influencia perniciosa sobre el alma del hombre. En lugar de permitirle vivir una vida de servicio y sacrificio, es altamente competitiva y le enseña a enorgullecerse de sus logros. Desde la primera infancia se le entrena para que desarrolle su ego y busque exaltarse a sí mismo por encima de los demás, con el objetivo final de alcanzar la superioridad, el éxito y el poder. La Revelación de Bahá’u’lláh pretende invertir este proceso. El alma del hombre necesita ser adornada con las virtudes de la humildad y el desprendimiento de sí mismo para que pueda desprenderse…».
El enfoque en el yo que suele requerir la competencia puede hacer que nos quedemos atrapados en una nube de celos. Una vez que estamos infectados por los celos, es difícil dar a los demás en aras del servicio. Nos consumen la inseguridad y la preocupación por no tener lo que creemos que deberíamos tener. Abdu’l-Bahá, el hijo de Bahá’u’lláh, describió cómo incluso pasar tiempo con personas que expresan celos puede inhibir la libertad y el crecimiento del alma:
Las pequeñas discusiones y los celos hacen que uno pierda todo rastro de espiritualidad, excomulgan a una persona de la compañía divina de los dignos, la sumergen en el mar de los fantasmas, hacen que uno se vuelva frío y pesimista y la arrojan de cabeza a las profundidades de la desesperación y la impotencia. No debes escuchar a nadie que hable de otro; porque apenas escuchas a uno, debes escuchar a otro, y así el círculo se ampliará infinitamente. Por lo tanto, decidles: «¡Oh amigos! Juntémonos, olvidemos todos nuestros pensamientos propios y estemos de acuerdo…». [Traducción provisional por Oriana Vento]
Incluso a nivel práctico, los escritos bahá’ís sugieren que la ira y los celos dañan nuestro cuerpo físico: “Los celos consumen el cuerpo y la ira quema el hígado; evítales como evitarías a un león”.
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Todos somos diferentes en este aspecto. Algunos de nosotros podemos sentir un impulso de hacer las cosas mejor cuando nos sentimos celosos o enfadados. Este pasaje me recuerda que puede ser una experiencia muy fisiológica cuando me siento amenazada: Puedo sentirme mal del estómago o tener la cara caliente. Así que, tratando de evitar una mentalidad competitiva estrecha, he empezado a analizar y contextualizar lo que crea los celos dentro de mí. ¿Qué puedo hacer para evitar los ciclos de celos? ¿Cómo puedo dejar de lado los sentimientos de celos una vez que se presentan?
Encontrar formas de incorporar la meditación a mi día es una gran manera de desactivar los celos y pulsar el botón de reinicio emocional. Otra herramienta es intentar averiguar qué dicen realmente los pensamientos negativos subyacentes que tengo.
Normalmente, cuando tenemos celos, es porque pensamos que nos falta alguna capacidad, y ponemos algún límite negativo a nuestro potencial. Aunque todos tenemos diferentes capacidades y tendencias, no solemos conocer nuestras limitaciones, así que sentir celos porque hemos asumido que no podemos hacer algo que hemos visto hacer a otra persona es improductivo.
Los escritos bahá’ís señalan que todos tenemos diferentes capacidades, pero que es improductivo decidir cuán capaces somos de ciertas cosas. Bahá’u’lláh nos aconsejó que nunca “considere si el receptáculo es grande o pequeño. La porción de algunos puede caber en la palma de una mano, la porción de otros pudiera llenar una taza y la de otros alcanzar la medida de un galón”.
Otra herramienta que me ha resultado útil ha sido salir de mi cabeza. Encontrar oportunidades para apoyar a los demás o centrarme en la construcción de algún aspecto de la comunidad que me rodea desvía mi atención de mí misma y me permite desprenderme de ser competitiva o de los celos.
La última herramienta valiosa que he probado para desmantelar los ciclos de competitividad o celos ha sido reorientar la energía competitiva hacia objetivos de desarrollo interno. La competencia y los celos suelen tener su origen en el intento de obtener la aceptación o la aprobación de los demás, lo que nos aboca al fracaso porque es prácticamente imposible satisfacer a todas las personas en este mundo tan vasto y diverso. Cuando intento centrarme en lo que necesita mi salud espiritual y en cómo puedo convertirme en una persona mejor y más generosa de lo que era el día anterior, esforzarme por alcanzar la excelencia puede hacer que me sienta bien, en lugar de provocar agujeros de inseguridad.
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