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¿Quiero ser bahá'í?
Espiritualidad

¿Ser una persona espiritual te hace menos propenso a cometer delitos?

David Langness | Ene 26, 2021

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David Langness | Ene 26, 2021

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El salvajismo y la violencia de los recientes disturbios e insurrecciones en el capitolio estadounidense me recordaron una conversación que tuve una vez con un juez de lo penal sobre lo que hace que una persona sea un ciudadano respetuoso de la ley.

RELACIONADO: ¿Quién realmente crea nuestras leyes?

El juez, al que acababa de conocer en un banquete de entrega de premios, me preguntó con una sonrisa en la cara: «¿Puede explicarme por qué nunca veo a ningún bahá’í en mi sala? ¿Acaso ustedes no cometen delitos?».

Planteó su pregunta con un poco de frivolidad en su voz, pero sus ojos me decían que hablaba en serio. Por aquel entonces yo vivía en Los Ángeles, junto con otros miles de bahá’ís, y formaba parte de la Asamblea Espiritual Local Bahá’í de Los Ángeles, el órgano administrativo de la comunidad bahá’í elegido democráticamente. Había ido al banquete porque un bahá’í había recibido uno de los premios y porque la Asamblea me había pedido que representara a la comunidad en la ceremonia.

No conocía al juez que se sentó al azar a mi lado, pero vio mi etiqueta con el nombre, que también decía «Bahá’ís de Los Ángeles», y rápidamente empezó a hacer preguntas punzantes. Él sabía que existía una gran comunidad bahá’í en Los Ángeles, pero no perdió tiempo en decirme que nunca había tenido un acusado bahá’í ante el tribunal en sus décadas de carrera como juez de casos penales, y dijo que él y sus compañeros se habían preguntado por qué.

«Los bahá’ís no son perfectos», dije. «Probablemente algunos se meten en problemas con la ley, pero según mi experiencia, es bastante raro».

«Sí, eso parece por mis observaciones», dijo. «Quiero saber: ¿cuál es el secreto? ¿Qué hace que los bahá’ís sean tan poco propensos a infringir la ley?».

Parecía realmente curioso, tratando de entender la receta y comprender cómo podía aplicarla a las personas que veía cada día desde el banquillo de juez. Sorprendido por su sentido de la urgencia, acepté que nos sentáramos juntos después del banquete y habláramos.

Más tarde hablamos de qué mecanismo interno hace que una persona siga la ley. Le dije que uno de los principios bahá’ís implica obedecer los sistemas legales debidamente constituidos: que los bahá’ís, que trabajan duro para construir y apoyar una sociedad civil libre en todo el mundo, intentan seguir las leyes civiles de los países en los que viven. Lo hacen, expliqué, no solo como un deber cívico sino como uno religioso.

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Repetí una cita de una charla pronunciada en Montreal (Canadá) por Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, el profeta que fundó la Fe bahá’í:

Es imposible para un país desarrollarse adecuadamente sin leyes. Para resolver este problema, leyes rigurosas deberán legislarse en forma tal que todos los gobiernos del mundo sean protectores.

En otras palabras, los bahá’ís creen en el estado de derecho, no solo intelectualmente, sino con sus acciones. También, dije, los bahá’ís se comprometen a seguir un camino no violento en la vida. Volví a citar a Abdu’l-Bahá, del libro «Contestaciones a unas preguntas«, cuando dijo que la humanidad debería esforzarse:

Lo esencial, sin embargo, es educar a las masas de tal modo que, para empezar, no se cometan delitos; pues un pueblo se puede educar hasta tal punto que rehúya por completo todo delito y, en realidad, considere el delito mismo como la mayor de las penas y el más doloroso de los tormentos y castigos.

«Entonces», dijo el juez, asintiendo con la cabeza, «si un bahá’í tuviera algún tipo de obligación religiosa, y esta entrara en conflicto con los códigos legales, ¿qué tendría prioridad?».

«Los bahá’ís acatan la ley», dije, «lo que significa que siempre que las leyes bahá’ís puedan entrar en conflicto con la ley civil, los bahá’ís que viven allí obedecen la ley civil, a menos que se trate de cuestiones de conciencia como negar su fe».

Mi nuevo amigo el juez levantó las cejas ante eso. Concluyó algo fascinante durante nuestra discusión: dijo que de los literalmente miles de juicios penales y acuerdos de culpabilidad que había presidido durante su larga carrera, no solo los bahá’ís parecían estar notablemente ausentes; de hecho, dijo, rara vez vio a alguien en su sala que tuviera un sistema de creencias religiosas sólido que implicara no solo pensamiento sino acción. Esa creencia en un Poder Superior, y el comportamiento que la acompaña, ayudaba a las personas a llevar vidas legales, dijo.

En un ingenioso giro de la frase, dijo, y nunca lo he olvidado, que «los que tienen convicciones rara vez tienen condenas».

En otras palabras, hace falta un fuerte compromiso interior con el concepto de Estado de Derecho para seguirlo realmente con tus acciones diarias. Durante nuestra conversación, el juez citó el tratado de Thomas Paine «Sentido común»: «Así como en los gobiernos absolutos el rey es la ley, en los países libres la ley debería ser el rey; y no debería haber ningún otro».

Los bahá’ís están de acuerdo. Si los pueblos pueden gobernarse a sí mismos con éxito con una forma de gobierno democrática y libre, entonces defender y mantener nuestra libertad significa que cada individuo tiene la tremenda responsabilidad de convertirse realmente en un ciudadano respetuoso de la ley. Las naciones, si quieren seguir siendo entidades coherentes, necesitan ciudadanos que consientan en acatar las leyes de la nación. La libertad sin responsabilidad solo puede significar caos y comportamiento criminal.

Este pasaje de Bahá’u’lláh, del libro «Tablas de Bahá’u’lláh«, establece esa norma:

Todo lo que sobrepase los límites de la moderación dejará de ejercer una influencia beneficiosa. Examinad, por ejemplo, ideas como la libertad, la civilización y otras similares. Por muy favorablemente que los hombres de entendimiento las consideren, si son llevadas al exceso, ejercerán una influencia perniciosa sobre los hombres.

Las enseñanzas bahá’ís reconocen que los seres humanos tienen una naturaleza dual, con inclinaciones espirituales e instintos animales. Cada uno de nosotros tiene que librar esa batalla interior, dijo Abdu’l-Bahá, y el individuo que logra destacar los atributos bondadosos, dadivosos y espirituales inherentes a la nobleza humana «gana la dicha eterna”:

Un hombre es aquel que olvida sus propios intereses en beneficio de otros. Él que renuncia a sus comodidades por el bienestar de todos, mejor dicho, él que está deseoso de renunciar a su propia vida en bien de la humanidad. Tal hombre es un honor para el mundo humano. Tal hombre es una gloria para la humanidad. Es el que gana una bendición eterna. Es el que está más cerca de la Mansión de Dios. Es la pura manifestación de la felicidad eterna. De otra manera, los hombres son como los animales exhibiendo la misma proclividad y tendencia del mundo de los animales.

Trágicamente, todos vimos ese oscuro lado animal de la naturaleza humana -la brutalidad, el odio y el asesinato- en los recientes disturbios en el capitolio estadounidense. Los estadounidenses fueron testigos de la ruptura de nuestro pacto social y nuestra sociedad civil cuando nuestros compatriotas recurrieron a la violencia para expresar sus quejas, golpeando a los agentes de policía y profanando los símbolos de nuestra república democrática.

En una charla que dio en París, Abdu’l-Bahá dijo una vez “¡No hay nada tan desgarrador y terrible como un arr ebato de salvajismo humano!”.

Si queremos conservar nuestra libertad y, en última instancia, nuestro país, no podemos caer en este tipo de salvajismo y locura, ni tolerar que otros lo hagan. Un conocido historiador llamó a la insurrección de D.C. el comienzo de una «guerra civil suave». Espero por Dios que se equivoque.

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