Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Cuando pensamos en el amor, lo primero que nos viene a la mente a la mayoría de nosotros es la concepción popular del amor romántico que vemos en las historias y películas o el que experimentamos en nuestras propias vidas.
Eso tiene sentido porque el amor romántico o familiar, que puede ser una maravillosa expresión de amor entre individuos, es probablemente más común en nuestra experiencia.
Pero en realidad, este tipo de amor se limita sólo a aquellos que conocemos o a los que queremos. Sin embargo, en los escritos bahá’ís, Bahá’u’lláh nos abrió los ojos a una hermosa vista del amor de Dios, profundizando y ampliando nuestra comprensión de la realidad de este amor divino y como se expresa en la creación de Dios.
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De hecho, las enseñanzas bahá’ís explican cómo esa clase de amor celestial puede, y conseguirá, lograr la unidad de la humanidad.
Los bahá’ís entienden que el amor es un poder, una fuerza espiritual que emana de Dios. Durante una charla que dio en Maine en 1912, Abdu’l-Bahá dijo, “…en el mundo de la existencia no existe un poder mayor que el poder del amor”. Él escribió: “El Amor es la bondadosa luz del cielo, el eterno hálito del Espíritu Santo que vivifica el alma humana”.
Esta clase de amor divino no es sólo un sentimiento agradable. Las enseñanzas bahá’ís dicen que el amor divino se expresa a través de toda la creación como el poder de atracción, que permite a la propia creación nacer bajo la voluntad directa de Dios:
El Amor es la más grande ley que rige este potente ciclo celestial, el único poder que une los diversos elementos de este mundo material, la suprema fuerza magnética que dirige los movimientos de las esferas en los dominios celestiales. El Amor revela con infalible e ilimitado poder los misterios latentes del universo.
Pensando en el amor de esta manera más expansiva, podemos ver cómo el amor de Dios sustenta la causa misma de la creación del universo y, por supuesto, de nosotros.
Lo más importante es que este amor impulsa el propósito de Dios de enviar a sus santos profetas, que traen Su palabra vivificante, a través del poder del Espíritu Santo, a la humanidad. En una charla que dio en París, Abdu’l-Bahá describió:
…el que emana de Dios hacia el ser humano; está compuesto de inagotables gracias, resplandor divino e iluminación celestial. Gracias a este amor, el mundo de los seres recibe vida. A través de este amor, el ser humano es dotado de existencia física, hasta que, por medio del hálito del Espíritu Santo -este mismo amor- recibe la vida eterna y se convierte en la imagen del Dios Viviente. Este amor es el origen de todo amor en el mundo de la creación.
Este amor nos trae los dones divinos del conocimiento y el espíritu de Dios, hace posible la civilización, las artes y las ciencias, y crea la capacidad necesaria para establecer la unidad de la humanidad.
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Supongamos que reflexionamos sobre estos pasajes de las enseñanzas bahá’ís. En ese caso, podemos ver que las energías creativas del amor de Dios, actuando a través de la creación, proporcionan el poder de motivación y la fuerza de atracción que da vida al universo físico. Esto influye en el corazón y la mente humana para desarrollar cualidades espirituales que trascienden nuestra naturaleza animal básica. A través de la influencia de este amor, la humanidad puede manifestar las fuerzas atractivas necesarias dentro de la sociedad humana para lograr la unidad, la armonía, la paz y la justicia.
Así como la Tierra sería estéril, oscura y sin vida sin el poder, la luz y el calor del sol, así la humanidad sería estéril, oscura y sin vida sin el poder del amor de Dios.
Por lo tanto, tenemos que preguntarnos, ¿queremos convertir el espejo de nuestro ser en la fuente de este amor divino? Los bahá’ís creen que seguir las enseñanzas de Bahá’u’lláh, el intermediario entre Dios y la humanidad para esta época nos ayudará a alcanzar el propósito de nuestra vida. Por lo tanto, podemos alinear nuestro propósito con esta gran ley de amor, transformando nuestras vidas en una causa de bien social, bienestar y armonía.
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