Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Las enseñanzas bahá’ís sobre la unidad en la diversidad dan gran importancia a los pueblos indígenas del mundo.
Escribo este ensayo como testimonio de ese espíritu fraternal. Hace poco recorrí parte del sendero del sur del Sinaí en Egipto, el hogar del desierto de cinco tribus beduinas. El viaje me permitió vislumbrar una cultura y una forma de vida indígena, una vida cercana a Dios. De hecho, los beduinos tienen un dicho que dice que «cuando la gente viene a la montaña, nos convertimos en lo que somos».
En 1916, Abdu’l-Bahá también escribió sobre los antiguos habitantes de la Península Arábiga, comparando esa cultura tribal con los pueblos indígenas tribales de América:
Vosotros debéis dar gran importancia a la enseñanza de los indígenas, eso es, a los aborígenes de América, porque estas almas son como los antiguos habitantes de Arabia peninsular, quienes con anterioridad a la Manifestación de Su Santidad, Muhammad, fueron tratados como salvajes. Pero cuando la Luz musulmana brilló en medio de ellos, llegaron a ser tan iluminados que alumbraron al mundo. – Abdu’l-Bahá, Las Tablas del Plan Divino, p. 33.
Hicimos la caminata con un grupo de amigos y unos guías beduinos que se hicieron nuestros amigos. Las franjas vacías de arena se extendían bajo nuestros pies y el vasto cielo sobre nuestras cabezas nos hacían sentir pequeños, en ese momento toda nuestra acumulación de títulos, posesiones y privilegios cotidianos se desvanecían en la oscuridad. Desconectado y esencialmente inalcanzable, el desierto nos ofreció un telón de fondo para contemplar las agitadas vidas de las que a menudo buscan alivio los habitantes de las ciudades, entonces me pregunté: ¿qué es la verdadera civilización?
Las enseñanzas de los profetas nos dan una respuesta sobre dónde encontrarla. Abdu’l-Bahá, refiriéndose a las escrituras cristianas y musulmanas, explicó:
Entonces, ¡Oh vosotros creyentes de Dios! Exaltad vuestro esfuerzo y magnificad vuestros propósitos. Su Santidad Cristo dice: “Bienaventurados los pobres porque suyo será el Reino del Cielo”. En otras palabras: Benditos son los pobres sin nombre y sin rastro, porque ellos son los guías de la humanidad. Igualmente se dice en el Corán: “Deseamos conferir nuestros dones a aquéllos que han llegado a ser débiles en la faz de la tierra y hacerlos una nación y los herederos (de la verdad espiritual).” o, deseamos otorgar un favor a las almas impotentes y permitirles ser los herederos de los Mensajeros y Profetas. – Abdu’l-Bahá, Las Tablas del Plan Divino, p. 12.
Hace unos 4500 años, los faraones llamaban a los pueblos tribales beduinos «lectores de arena», lo que denota su conocimiento íntimo de este remoto e inhóspito entorno desértico. Mientras viajábamos, los beduinos comieron dátiles, bebieron agua, hicieron pan simple en el fuego. No desechan las semillas de dátiles porque estas son sagradas como símbolos de una nueva vida. Viven con respeto, reverencia y temor al medio ambiente, ya que saben que los cambios climáticos extremos, de un calor extremo hasta las temperaturas bajo cero en unas cuantas horas, pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte.
En la cultura beduina, saludan a cada persona que se cruce en su camino y les preguntan sobre su salud y felicidad. Los beduinos son conscientes de «elegir al compañero antes de elegir el camino» y en aquel paisaje desértico, de «elegir a su vecino antes de elegir tu hogar». Además, cuando adquieren un pequeño lujo como ropa, primero verifican para asegurarse de que no tengan ventajas en su nivel de vida, o de lo contrario comprarán lo mismo para las familias vecinas. Porque en el desierto, la confianza, no la riqueza, es la moneda beduina de la vida o la muerte. La confianza es la fuerza ética y animadora que potencia su supervivencia.
Así como Buda, Cristo, Muhammad y Bahá’u’lláh se retiraron al desierto a contemplar, nosotros también podemos hacer lo mismo. También podemos recurrir a las escrituras divinas y explorar el desierto de nuestro verdadero ser.
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