Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Las Naciones Unidas calcula que nuestro pequeño planeta albergará pronto, dentro de este siglo, tres mil millones de personas más que ahora, proyectando que llegaremos a 8 mil millones en 2022, y a 11 mil millones en 2100.
Alimentar, alojar y gestionar la utilización de los recursos de toda esa población superará la capacidad de acogida de la Tierra. Desgraciadamente, nadie conoce los límites máximos de esa biocapacidad, porque nunca antes la hemos sometido a una presión tan fuerte.
Actualmente producimos suficientes alimentos para alimentar a todos los habitantes del planeta, pero ¿podemos aumentar el rendimiento de las cosechas en más de un 30% durante este siglo, con un planeta cada vez más caliente? Todavía podemos respirar el aire y beber el agua y vivir en la mayoría de los lugares de la Tierra, pero ¿será así en 2100? Hoy en día generamos energía suficiente (la mayor parte del tiempo) para alimentar el planeta, pero con la creciente demanda de los países en desarrollo y el aumento masivo previsto de la nueva población, ¿tenemos suficiente para mañana?
En su mayoría, en las últimas décadas, los expertos que estudian estas cuestiones urgentes han respondido a esas tres preguntas cruciales con un rotundo «¡No!».
Estos duros desafíos siguen atormentando a científicos, planificadores y líderes mundiales. Así que, sin ningún manual de instrucciones, ni experiencia previa, ¿cómo se enfrenta la humanidad a este problema de sobrepoblación? ¿Debe el mundo entero, como ha hecho China, restringir el número de hijos que pueden tener las familias? ¿Debemos hacer esfuerzos hercúleos para aumentar el rendimiento de los cultivos en todo el mundo para poder alimentar a estos nuevos miles de millones? ¿O deberíamos no hacer nada y aceptar simplemente el crecimiento exponencial de la raza humana, creyendo que nuestro planeta y nuestro ingenio humano pueden, de alguna manera, mantener a toda esa gente evitando el desastre humanitario mundial que podría producirse si nos equivocamos?
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La religión y la ciencia trabajando juntas
Desde la perspectiva bahá’í, estas cuestiones sobre la creciente población de la Tierra atañen tanto a la religión como a la ciencia, y en realidad requieren que ambas trabajen juntas.
Las enseñanzas bahá’ís sostienen que disponemos de un manual de instrucciones para nuestro planeta y las personas que lo habitan: la revelación continua y progresiva del Creador a la humanidad a través del sistema único de la religión en evolución.
Los bahá’ís creen que la humanidad tiene una sola religión, que nos ha sido dada a lo largo del tiempo por múltiples mensajeros y profetas. Esas religiones reciben nombres diferentes, aunque comparten principios espirituales subyacentes. Todas esas religiones enseñan la Regla de Oro. Esas religiones aconsejan la compasión, la bondad y el amor. Esas religiones nos piden que nos tratemos con respeto. Esas religiones nos dan una guía espiritual diseñada para hacer avanzar nuestras vidas personales y nuestras civilizaciones. Esas religiones nos piden que hagamos la paz con los demás y que nos amemos unos a otros.
Nuestra única Fe universal, afirman los escritos bahá’ís, ha intentado transmitirnos con suavidad y amor, a lo largo de la historia de la humanidad, las formas mejores y más espirituales de tratar a los demás. Las enseñanzas bahá’ís continúan esa guía, incluyendo este pasaje del libro de Abdu’l-Bahá «El Secreto de la Civilización Divina» en el que se pide a la humanidad que actúe de forma que promueva «la gloria y la grandeza del hombre»:
Es claro, por lo ya dicho, que la gloria y grandeza del hombre no consisten en su avidez de sangre o en lo afilado de sus garras, ni en arrasar ciudades o causar estragos, ni en destrozar fuerzas armadas o civiles. Lo que le reportará un futuro brillante será su reputación de justicia, su amabilidad hacia la población entera, humilde o encumbrada, su capacidad para levantar ciudades, países, aldeas y distritos, el hecho de facilitar una vida fácil, pacífica y feliz a sus congéneres, y el hecho de sentar los principios fundamentales del progreso, con lo que se elevarán las condiciones y se acrecentará la riqueza de la población entera.
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La supervivencia, la prosperidad y la felicidad final de nuestro mundo dependen de una cosa, dicen las enseñanzas bahá’ís, de nuestra capacidad de unirnos. Cuando las naciones, las razas, los géneros, las clases y las perspectivas políticas encuentran formas de forjar el futuro juntos, tendremos la capacidad de construir un mundo donde reinen la paz, la justicia y la equidad. Bahá’u’lláh escribió:
El bienestar de la humanidad, su paz y seguridad son inalcanzables, a menos que su unidad sea firmemente establecida. Esta unidad no podrá jamás lograrse mientras se permita que sean desatendidos los consejos que ha revelado la Pluma del Altísimo.
Mediante el poder de las palabras que Él ha pronunciado, toda la raza humana puede ser iluminada con la luz de la unidad …
En este contexto, la frase de Bahá’u’lláh «la Pluma del Altísimo» se refiere a los profetas y mensajeros divinos que han fundado las religiones del mundo. Mientras rechacemos sus consejos espirituales y sigamos haciéndonos la guerra violentamente unos a otros, separándonos según la raza, la clase y la nacionalidad, privilegiando a los ricos sobre los pobres, oprimiendo a las mujeres y disminuyendo su plena participación en la sociedad, permitiendo que la injusticia flagrante se extienda y destruyendo el ecosistema del mundo, entonces corremos el riesgo de destruir el futuro colectivo de la humanidad.
Si, por el contrario, podemos aceptar la advertencia de Bahá’u’lláh aprendiendo a amarnos unos a otros, renunciando a nuestras diferencias, trascendiendo nuestras fronteras y reuniéndonos en unidad, podremos anticipar y esperar con ilusión un futuro brillante para la raza humana.
Esa parte de la ecuación ciencia-religión no puede ser resuelta por la tecnología o por nuevas leyes o por formas más productivas de cultivar alimentos. Solo puede resolverse en el corazón humano, que sabemos que tiene una profunda necesidad de espiritualidad, de amor y de conexión con los demás.
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