Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Probablemente hayas visto los clichés, la cháchara y los artículos en Internet: «5 razones para abandonar una relación tóxica» o «Cómo cancelar a tu amigo tóxico». Si estás pensando en seguir esos consejos, no lo hagas.
Para que quede claro, nadie debería sufrir abusos continuados o un comportamiento persistentemente denigrante y controlador. Si estás experimentando continuamente cualquiera de esas cosas perjudiciales en tus relaciones con otra persona, es posible que quieras pensar seriamente en encontrar una salida –o buscar ayuda profesional en un intento de sanar la relación.
Pero esta nueva y despiadada tendencia de etiquetar a otras personas como «tóxicas» ha alcanzado niveles ridículos. De hecho, define a los demás como incorregibles, intratables e insufribles, y luego nos anima a descartarlos definitivamente, sin hacer el esfuerzo necesario para reparar el distanciamiento. Si alguien es «tóxico», es mejor deshacerse de la relación para siempre sentenciándola a muerte.
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Esto causa un daño duradero, no sólo a la persona etiquetada, sino también a quienes la etiquetan. Una súplica sincera: ¿podemos dejar de etiquetar así a la gente?
La verdadera definición de toxicidad
Empecemos por el principio. Webster’s define la palabra «tóxico» como «causado por una toxina; venenoso».
Normalmente, las toxinas te matan o, como mínimo, te dejan gravemente enfermo. A menos que sean homicidas, la gente no intenta quitarte la vida.
Así que tachar a los demás de «tóxicos» no sólo es un insulto, sino que los excluye por completo de tu vida al considerarlos irrecuperablemente defectuosos, y elimina la obligación de intentar conseguir una apariencia de amor y unidad con los demás, que las enseñanzas bahá’ís caracterizan como uno de nuestros principales deberes humanos. En sus escritos, Abdu’l-Bahá instó a todos a esforzarse por buscar la unidad con los demás:
… las nubes que poco a poco se van separando no pueden producir la dádiva de la lluvia y pronto se pierden; un rebaño de ovejas, una vez dispersado, es presa del lobo, y las aves que vuelan solitarias son rápidamente atrapadas por las garras del halcón. Qué mayor demostración puede haber de que la unidad conduce a una vida floreciente, mientras que la disensión y el apartarse de los demás sólo conducen a la miseria; pues son éstos los caminos seguros que llevan al amargo desengaño y a la ruina.
Esta nueva tendencia a etiquetar a los demás como tóxicos parece estar ahora en todas partes. «Mi ex novia era totalmente tóxica», oí decir a un hombre en la fila del cine el otro día. Anoche, en la televisión, un locutor calificó de tóxico a un político. En Internet, la omnipresente etiqueta se aplica a casi todo el mundo, desde los trolls hiperargumentativos hasta los que simplemente están de acuerdo en mantener un desacuerdo civilizado.
¿Acaso no hemos hecho todos alguna vez daño a nuestros seres queridos? Ninguno de nosotros es perfecto, y nadie, salvo los profetas, ha pasado por la vida sin herir a otros. Entonces, ¿no es nuestro deber, tras reconocer los defectos de nuestro carácter, perdonar los defectos que encontramos en el carácter de los demás? ¿No deberíamos ofrecer, como aconsejaron Cristo, Buda, Bahá’u’lláh y cualquier otro mensajero sagrado, la leche de la bondad humana a aquellos que puedan despreciarnos, herirnos o degradarnos? ¿No es nuestra obligación como seres espirituales intentar transformar la negatividad que encontramos en este mundo en algo positivo?
Estás muerto para mí
Recientemente, Kaitlyn Tiffany escribió un perspicaz artículo en Atlantic Magazine sobre este brote de toxicidad a nivel pandémico titulado «Eso es todo. Estás muerto para mí». En su ensayo concluía: «El mensaje –implícito, si no siempre declarado abiertamente– es que los demás, sencillamente, no son mi problema».
Esta predisposición a etiquetar y luego condenar al ostracismo y evitar a las personas con las que no estamos de acuerdo puede tener graves consecuencias, no sólo para los condenados al ostracismo, sino también para quienes lo deciden y lo hacen cumplir. Cualquiera que haya sido objeto de este tipo de difamación y destierro puede atestiguar el daño duradero que causa en el corazón. En un notable discurso que pronunció en la Iglesia Unitaria de Nueva York en 1912, Abdu’l-Bahá esbozó amorosamente los principios e ideales bahá’ís que aconsejan no etiquetar ni condenar a otros al ostracismo:
Sólo Dios es el creador y todo son criaturas de Su poder. Por lo tanto, debemos amar a la humanidad como a Sus criaturas, comprendiendo que todos crecen en el árbol de Su misericordia, y son siervos de Su omnipotente voluntad y manifestaciones de Su beneplácito. Aunque encontremos una rama u hoja defectuosa en el árbol de la humanidad, o un capullo imperfecto, sin embargo, pertenece a este árbol y no a otro. Por tanto, es nuestro deber proteger y cultivar este árbol hasta que alcance su perfección si examinamos su fruto y lo encontramos imperfecto, debemos esforzarnos para hacerlo perfecto. Hay almas en el mundo humano que son ignorantes; debemos hacerlas sabias. Algunos de los que crecen en el árbol son débiles y enfermizos; debemos ayudarles a sanar y recuperarse. Si en su desarrollo son como niños, debemos asistirles hasta que alcancen la madurez. Nunca debemos detestarlos o apartarnos de ellos como su fueran despreciables o indignos. Debemos tratarlos con honor, respeto y amabilidad, porque Dios los ha creado, y no Satán. No son manifestaciones de la ira de Dios, sino evidencia de su divino favor. Dios, el Creador, los ha dotado con cualidades físicas, mentales y espirituales para que conozcan y cumplan Su voluntad; por tanto, no son el objeto de Su ira y condenación. En suma, toda la humanidad debe ser tratada con amor, amabilidad y respeto, pues lo que vemos en ellos no son sino signos y atributos de Dios mismo. Todos son 244 evidencia de Dios; por tanto, ¿Cómo podemos justificarnos al humillarlos y empequeñecerlos, maldiciéndoles e impidiéndoles acercarse a su misericordia? Esto es ignorancia e injusticia, desagrada a Dios; pues ante Su vista todos son Sus siervos.
Esta forma amable, compasiva y humana de ver a los demás beneficia a todos, tanto a los que la practican como a los que la reciben. En lugar de ver a los demás como tóxicos y, por lo tanto, imposibles de ayudar, reconoce que todos tenemos defectos y debilidades y lanza una mirada indulgente, no sólo hacia los problemas de los demás, sino también hacia los nuestros.
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Etiquetar a los demás como tóxicos provoca alienación y distanciamiento, y en sus escritos Bahá’u’lláh pedía a toda la humanidad que hiciera exactamente lo contrario:
Cerrad vuestros ojos a la separación, y después fijad vuestra mirada en la unidad. Asíos firmemente a lo que conducirá al bienestar y la tranquilidad de toda la humanidad. Este palmo de tierra no es sino una sola patria y una única morada. Os incumbe abandonar la vanagloria que provoca alienación y dirigir vuestros corazones hacia todo lo que asegure la armonía.
Así que la próxima vez que empieces a considerar «tóxica» a otra persona, quizá quieras reevaluar tu juicio y, como aconsejaba Abdu’l-Bahá a todo el mundo, hacer todo lo posible por mirarla «con amor, amabilidad y respeto».
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