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¿Quiero ser bahá'í?
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¿Te gustaría ser famoso?

David Langness | Jun 10, 2024

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David Langness | Jun 10, 2024

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Hace poco, una niña de 12 años me sorprendió cuando le hice la pregunta habitual de los adultos: «¿Qué quieres ser cuando seas grande?». Emocionada, respondió: «¡Una YouTuber! ¡Influencer! Cualquier cosa que me haga famosa».

Entre las generaciones criadas con las redes sociales, este deseo de fama se ha convertido en una tendencia cada vez más clara.

Encuestas y sondeos también lo han identificado: un reciente estudio investigativo de una revista psicológica descubrió que los niños de entre 9 y 11 años identifican ahora la fama como su valor número 1. En 1997, cuando las redes sociales empezaban a despuntar, la fama ocupaba el puesto 15.

En una entrevista concedida al Palm Beach Post a propósito de su ponencia «Poder, fama y recuperación», el conocido psiquiatra estadounidense Reef Karim afirmó: «Los niños de hoy no quieren ser médicos ni abogados. Solo quieren ser famosos». ¡Qué lástima!

Como me interesa esta tendencia obsesiva por los famosos, y también me horroriza un poco, he empezado a hacer la pregunta «¿qué te gustaría ser?» a todos los niños y jóvenes que conozco, ¿y adivina qué? Los resultados de mi sondeo informal revelan que, a un montón de jóvenes, con solo un puñado de excepciones, les gustaría mucho ser famosos. Algunos no lo admiten inmediatamente, pero cuando indago un poco, el deseo de fama parece estar presente en la mayoría de los niños mayores y adolescentes con los que me encuentro.

Quizá no debería sorprendernos. Vivimos en una época en la que se rinde culto a la fama. Gran parte de la cultura occidental se centra ahora en la celebridad: basta con ver la glorificación sin fin de los que consideramos famosos, en todos los medios y por cualquier motivo.

Sí, a todos nos gustaría ser vistos, valorados y amados, pero ¿cuál es la mejor manera de conseguirlo? Las enseñanzas bahá’ís ofrecen una enorme cantidad de sabiduría sobre el tema, así que vamos a profundizar en ella.

Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, pronunció un importante discurso en París en 1911 sobre el tema de la búsqueda de la fama terrenal:

Las vidas de algunas personas están ocupadas tan sólo con las cosas de este mundo; sus mentes están tan circunscritas a las formas exteriores y los intereses tradicionales, que están ciegas a cualquier otro reino de existencia, al significado espiritual de todas las cosas. Ellas piensan y sueñan con la fama terrenal, con el progreso material. Los deleites sensuales y el confort que les rodean limitan su horizonte, y sus más elevadas ambiciones se centran en el éxito de las condiciones y circunstancias mundanas. No refrenan sus bajas inclinaciones; comen, beben y duermen. Como los animales, no conciben otro pensamiento más allá de su propio bienestar físico. Es verdad que estas necesidades deben ser atendidas. La vida es una carga que debemos sobrellevar mientras estamos en la tierra, pero el cuidado de las cosas inferiores de la vida no debería monopolizar todos los pensamientos y aspiraciones del ser humano. Las ambiciones del corazón deberían elevarse hacia una meta más gloriosa, y la actividad mental debería ascender a niveles superiores. Todas las personas deberían tener en su alma la visión de la perfección celestial, y preparar en ella la morada de la inextinguible munificencia del Espíritu Divino.

¡Que vuestra ambición sea la realización en la tierra de una civilización celestial! Yo pido para vosotros la suprema bendición, que os colméis con la vitalidad del Espíritu Celestial, para que seáis la causa de la vida en el mundo.

Así pues, en lugar de buscar la fama, que está destinada a desvanecerse inevitablemente, las enseñanzas bahá’ís sugieren que guardemos en nuestras almas «la visión de la perfección celestial» y fijemos como ambición primordial «la realización en la tierra de una civilización Celestial». Estas elevadas ambiciones no se centran en el individuo, sino en la masa de la humanidad. En cierto modo, son exactamente lo contrario de querer ser famoso; en su lugar, nos instan a esforzarnos por ser humildes, compasivos y centrarnos en el bien mayor.

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La fama mundana, señalan las enseñanzas bahá’ís, es efímera: nunca dura. Por su propia naturaleza, y debido a los caprichos volubles de lo que es popular en el momento, casi toda la fama es efímera. Así que en lugar de gastar nuestros esfuerzos buscando algo tan temporal y por tanto sin sentido, Abdu’l-Bahá recomendó en sus escritos que todos buscásemos una fuente de honor más permanente y duradera:

Toda alma busca un objetivo y abriga un deseo, y día y noche se empeña en alcanzar su meta. Uno ambiciona riquezas, otro anhela la gloria y un tercero ansía la fama, el arte, la prosperidad y cosas semejantes. Sin embargo, al final, todos están condenados a la pérdida y al desengaño. En su totalidad dejan tras de sí todo cuanto es suyo y, con las manos vacías, parten al dominio del más allá y todos sus esfuerzos resultan ser en vano. Al polvo han de regresar todos, desnudos, deprimidos, descorazonados y en completa desesperación.

Pero, loado sea el Señor, tú estás ocupado en lo que te asegura una ganancia que perdurará eternamente; y eso no es sino tu atracción al Reino de Dios, tu fe, tu conocimiento, la ilustración de tu corazón y tu fervoroso empeño en promover las Divinas Enseñanzas.

¡Ciertamente, este don es imperecedero y esta riqueza es un tesoro que proviene de lo alto!

Este don imperecedero, la iluminación de tu propio corazón, tu conocimiento interior, tu fe y tu amor perdurable por los demás, durará para siempre, según prometió Bahá’u’lláh:

Así como la concepción de la fe ha existido desde el principio que no tiene principio, y perdurará hasta el fin que no tiene fin, similarmente el verdadero creyente vivirá y perdurará eternamente. Su espíritu girará por siempre en torno de la Voluntad de Dios. Él durará tanto tiempo como dure Dios mismo.

¿Quién cambiaría una fama temporal y fugaz por una eterna?

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