Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Las enseñanzas bahá’ís me han ayudado a aprender a reducir mis prejuicios y mis ideas preconcebidas sobre las personas que conozco y con las que trabajo, sabiendo que soy esencialmente una con ellos y con toda la raza humana.
Esta perspectiva unificadora me ayuda a no imaginar que otra persona está equivocada y que yo tengo razón, independientemente de sus puntos de vista, sino que -como se menciona en los dos primeros artículos de esta serie- hay que mantener el compromiso suficiente para ir más allá.
Las enseñanzas bahá’ís me ofrecen la oportunidad de considerar primero la nobleza y la humanidad esencial de la persona con la que estoy. Así que elijo preocuparme por ellos, entender su perspectiva, encontrar lo común en nuestra humanidad y comprender verdaderamente lo que estamos hablando. En una charla pronunciada en París en 1911, Abdu’l-Bahá, el hijo de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, explicó el sólido razonamiento que subyace a este enfoque general:
Todas las religiones enseñan que deberíamos amarnos los unos a los otros, que deberíamos ver nuestros propios defectos antes de pretender condenar las faltas de los demás, que no debemos considerarnos superiores a nuestros semejantes. Debemos tener mucho cuidado de no enaltecernos, para no ser humillados.
¿Quiénes somos nosotros para juzgar? ¿Cómo podemos saber nosotros quién es, a la vista de Dios, el más honrado? ¡Los pensamientos de Dios no son como los nuestros! Cuántas personas, que parecían santas ante sus amigos, cayeron en la mayor humillación. Pensad en Judas Iscariote; comenzó bien, pero recordad su final. Y por otro lado, Pablo, el Apóstol, en su juventud fue un enemigo de Cristo, mientras que más tarde se convirtió en Su siervo más fiel. ¿Cómo, entonces, podemos enorgullecernos y menospreciar a los demás?
Por tanto, seamos humildes, sin prejuicios, prefiriendo el bien de nuestro prójimo antes que el nuestro propio. Nunca digamos: «Yo soy un creyente, y él es un infiel»; «Yo estoy cerca de Dios, mientras que él es un descarriado.» ¡Nunca podremos conocer cuál será el juicio final! Por tanto, ayudemos a todo aquel que necesite cualquier clase de ayuda.
A la luz de ese sabio consejo, se ha vuelto mucho más importante para mí conectar con las personas que conozco en algún nivel, y encontrar maneras en las que podamos trabajar juntos esforzándonos por entender por qué creen lo que creen. He aprendido que depende de mí dar un paso atrás, detener mis reacciones automáticas, escuchar y comprender más para poder ver su verdad. Para mí, éste es el enfoque bahá’í. En otra charla dada en París, Abdu’l-Bahá dijo:
El hecho de pensar que tenemos razón y que todos los demás están equivocados es el mayor de todos los obstáculos en el camino hacia la unidad, y la unidad es esencial si queremos alcanzar la verdad, pues la verdad es una.
A medida que he ido pensando y orando sobre esto a lo largo de muchos años, me he dado cuenta de que querer tener la razón es un hábito difícil de romper, y que el resultado de tener la razón puede ser muy dañino – en cualquier lado del terreno. Muchos autores y estudiosos consideran que esta insistencia en tener la razón es uno de los principales comportamientos aprendidos de la supremacía blanca como sistema, porque insistir en tener la razón a menudo implica afirmar el dominio y el control sobre otro ser humano de alguna forma.
Si podemos, a través de un proceso de autorreflexión, pensamiento crítico, educación, consulta y experiencias vividas, aprender a reconocer los prejuicios automáticos que todos llevamos, podremos ser capaces de pensar en ellos y detenerlos antes de que nos hagan daño a nosotros mismos y a los demás. Además, ser conscientes en la medida de lo posible puede significar que construyamos una perspectiva más inclusiva y establezcamos relaciones más sólidas con todas las personas. Es posible que haya puntos que otra persona exponga que, si somos sinceros con nosotros mismos y aprendemos a estar abiertos, nos ayudarán a ver mejor dónde puede tener algunos fallos nuestra propia visión.
La próxima vez que tengamos uno de esos encuentros humanos desafiantes, e incluso lo que vemos como insuperable, con alguien con quien no estamos de acuerdo, podemos practicar pensando en qué prejuicios pueden estar apareciendo, y cuando ocurra, podríamos hacernos unas simples preguntas:
- ¿Conozco a esta persona lo suficientemente bien como para entender por qué cree lo que cree?
- ¿Cómo me estoy acercando a la persona? ¿Desde una posición de estar en lo correcto, o en un intento de comprender?
- ¿Estoy escuchando realmente lo que se expresa detrás de las palabras, incluyendo la perspectiva o la experiencia que ha causado la opinión? ¿De dónde procede realmente la opinión? ¿Qué emociones, experiencias vitales o situaciones pueden estar enmarcando esa perspectiva?
- ¿Vale la pena imponer mi opinión y tener la razón? ¿O debo escuchar, preguntar y aprender más para ver si se puede resolver?
- ¿Estoy aprendiendo más sobre esta persona sin que mis ideas preconcebidas se interpongan?
- ¿Qué puedo hacer para promover el diálogo de manera que nos mantenga unidos el tiempo suficiente para encontrar nuestro terreno común y un camino de paz entre nosotros?
Al final, me doy cuenta de que para algunos esto puede parecer una tarea imposible, teniendo en cuenta lo que está sucediendo estos días en Estados Unidos. Entiendo completamente este punto de vista. Comparto estos pensamientos porque veo que, como sociedad, estamos cada vez más polarizados. Eventualmente, el abismo que nos separa puede crecer tanto que sea cada vez más difícil de superar a medida que pasa el tiempo. También puede causar un dolor y una dificultad aún mayores, algo que realmente no quiero ni considerar en este momento, porque estamos recorriendo un camino bastante precario.
Espero que encontremos formas de practicar y aprender a vernos unos a otros sin prejuicios, reconocer nuestros comportamientos aprendidos, investigar la verdad por nosotros mismos respetando las perspectivas de los demás, y seguir aprendiendo formas en las que todos podamos vivir juntos en mayor paz y tranquilidad. Como Bahá’u’lláh tan noblemente declaró:
Inclinad vuestros corazones, oh pueblo de Dios, hacia los consejos de vuestro verdadero e incomparable Amigo. La Palabra de Dios puede ser comparada a un árbol tierno cuyas raíces han sido plantadas en los corazones de los hombres. Os incumbe nutrir su crecimiento por medio de las vivificadoras aguas de la sabiduría, de palabras santas y sagradas, para que su raíz pueda asegurarse firmemente y sus ramas puedan extenderse hasta la altura de los cielos y aún más allá.
¡Oh vosotros que moráis en la tierra! El rasgo distintivo que marca el carácter preeminente de esta Suprema Revelación consiste en que, por una parte, hemos borrado del Libro sagrado de Dios todo aquello que ha sido causa de lucha, malicia y daño entre los hijos de los hombres y por otra parte hemos sentado los requisitos esenciales del entendimiento, y de completa y permanente unidad. Venturosos quienes guardan mis estatutos.
El mundo está sufriendo gran trastorno y las mentes de sus pueblos se encuentran en un estado de completa confusión. Suplicamos al Todopoderoso que Él bondadosamente los ilumine con la gloria de su Justicia, y los capacite para descubrir aquello que les sea provechoso en todo tiempo y bajo toda condición. Él ciertamente es el que Todo lo Posee, el Altísimo.
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