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Espiritualidad

Visitando a una amiga a punto de morir: cuando nos vamos al otro mundo

David and Teresa Langness | Abr 28, 2021

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David and Teresa Langness | Abr 28, 2021

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Hace poco experimentamos una de las experiencias más profundas del hecho de envejecer, de la que poca gente habla: visitar a un amigo que se tambalea en el umbral de la vida, contemplando los misterios del más allá.

Algunos podrían ver esto como una realidad deprimente, pero en muchos aspectos, un momento de conexión compasiva con un amigo a las puertas de la muerte también nos invita a contemplar la intersección espiritual a la que pronto nos enfrentaremos en nuestras propias vidas.

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Tuvimos este tipo de encuentro significativo cuando fuimos a visitar a una querida amiga en cuidados intensivos. Sus días en la Tierra están contados -como todos los nuestros-, pero en su caso, ese número se ha reducido a unos pocos, y se está acercando a la gran separación.

Los escritos de Bahá’u’lláh nos aseguran:

No os apenéis si, en estos días y en este plano terrenal, cosas contrarias a vuestros deseos han sido ordenadas y manifiestas por Dios, porque días de inmensa alegría, de delicia celestial, hay de seguro en abundancia para vosotros. Mundos, santos y espiritualmente gloriosos, serán descubiertos a vuestros ojos.

Como señalan las enseñanzas bahá’ís:

Estos pocos y breves días han de pasar; esta vida presente desaparecerá de nuestra vista; las rosas de este mundo dejarán de ser frescas y hermosas; ha de languidecer y desaparecer el jardín de los triunfos y delicias de esta tierra… y a esto el sabio no fija su corazón.

Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, nos aconsejó no anclar nuestros corazones a este mundo, que pronto desaparecerá de nuestro alcance. En un discurso pronunciado en 1912 en la Universidad Northwestern, en Evanston (Illinois), nos dio una idea de la realidad espiritual que nos espera a todos cuando dejemos este mundo físico temporal:

Por su ignorancia, el hombre teme a la muerte; pero la muerte de la cual se evade es imaginaria y absolutamente irreal; es solo imaginación humana…

El concepto de la aniquilación es factor de degradación humana, origen de bajeza y menosprecio, fuente de temor y abyección humanos. Ha conducido a la dispersión y debilitamiento del pensamiento humano, mientras que el reconocimiento de la existencia y continuidad ha elevado al hombre a la sublimidad de los ideales, ha establecido las bases del progreso humano y estimulado el desarrollo de las virtudes celestiales; por tanto, concierne al hombre abandonar todo pensamiento de inexistencia y muerte que es absolutamente imaginario y verse a sí mismo inmortal, eterno en el propósito divino de la creación.

Ayer tuvimos la oportunidad de esperar aquel momento de liberación de nuestra amiga cuando se enfrentó a ese umbral de sublimidad, dispuesta a llevar consigo solo las virtudes espirituales que había perfeccionado y podado en su vida.

En primer lugar, hay que saber algo sobre nuestra amiga. Delia tiene un espíritu apasionado, animado y risueño. Siempre ha sido valiente, llena de energía y de ideas, y nadó más que sus nietos casi hasta los 80 años. A menudo desafiaba la tradición por convicción. Ama profundamente la fe bahá’í y ha dedicado su vida a sus enseñanzas. Es una mujer blanca con rasgos de ascendencia indígena, y durante toda su vida adulta se ha preocupado especialmente por el trato que la sociedad humana ha dado a las personas de color. Pasó gran parte de su vida en este plano de la existencia trabajando para rectificar las injusticias, observando cómo interactuaban las personas cuando realmente traspasaban las barreras para ver el alma de los demás. A menudo defendía la voz no escuchada.

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Si conocieras a Delia, te caería bien de inmediato. Si ya la conociste, probablemente también recuerdes que tenía los pies en la tierra, que cocinaba un pastel de chocolate casero exquisito y que creaba colchas increíblemente artísticas.

En esta última etapa de su vida física, Delia ha perdido la capacidad de hablar, así que cuando la visitamos, dejó que la intensidad de su mirada se comunicara por ella. Ahora que su cuerpo se apaga y su alma se prepara para experimentar ese segundo nacimiento que todos estamos destinados a experimentar, solo podemos adivinar lo que transpira en la coalescencia de la mente y el alma que vive detrás de las ventanas de esos ojos profundos.

Tras sufrir un derrame cerebral, Delia ha pasado sus últimos años en una gran residencia de ancianos, donde puede recibir los cuidados que necesita. En una habitación tras otra de sus largos pasillos, está rodeada de sus compañeros ancianos, personas que también se encuentran en sus últimos días o meses de esta realidad física.

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Cuando la visitamos hace dos años, se escuchaban las alegres reuniones festivas y las veladas sociales que llenaban la gran sala de estar, pero los silenciosos espacios de reunión de hoy y las visitas cuidadosamente vigiladas y con mascarillas cuentan la historia del COVID-19 y su enorme impacto en la población anciana. Nos sentimos conmovidos por el compromiso y la atención cada vez mayor de los asistentes. Cada uno de ellos había conducido con ternura a sus pacientes a través de la pandemia con amabilidad, dignidad y gracia, conscientes de las profundas transiciones que tenían el privilegio de presenciar, pero sensibles a la necesidad de dejar que la naturaleza siguiera su curso sin infligir dolor o sufrimiento prematuro a los huéspedes y sus familias.

Frente a Delia, detrás de una pared de plexiglás que sugería extrañamente un entorno carcelario, nos dimos cuenta de que ninguna barrera podía interponerse entre su esencia y la nuestra. Nos enfrentamos a su mirada con cualquier palabra de consuelo que pudiera escuchar. Recitamos oraciones bahá’ís y la vimos cerrar los ojos, profundamente inmersa mientras pronunciábamos las palabras:

Ayúdame a ser abnegado a la entrada celestial de Tu puerta, y a desligarme de todo dentro de Tus sagrados recintos.

Al terminar esta oración, la luz se desplazó para iluminar sus mejillas, mojadas por las lágrimas.

Delia nos miraba después de cada oración con una expresión reflexiva. ¿Era una anticipación? ¿Preguntas? ¿Asombro? ¿Anhelo? Luego, sus ojos se volvieron a enfocar un poco, como si mirara a un horizonte lejano y viera mucho más allá de lo que podíamos imaginar.

Por fin, le sostuvimos la mirada mientras el sonriente asistente se acercaba para dirigirle unas tiernas palabras y llevársela. La saludamos y ella nos devolvió el saludo, de nuevo, solo con los ojos.

Cada uno de nosotros experimentó una mezcla de emociones al dejar el ancianato. No teníamos ningún deseo de pasar pronto a la siguiente palabra -nuestras listas de tareas pendientes son demasiado largas-, pero uno de nosotros comentó cómo podíamos recordar haber estado en la cama de un hospital hace tan solo unos años con una Delia sana en la silla de visitas, dando afanosamente el ejemplo de servir a los enfermos. Cerca de la muerte en ese momento y sintiendo su extraña atracción, las palabras de una oración habían retumbado en nuestros corazones y saltaron de la página del libro de oraciones abierto:

Acércame al río que es, en verdad, la vida, pues mi alma se consume de sed en su incesante búsqueda de Ti.

Al recordar aquellas prolongadas estancias en el hospital años atrás, nos acordamos de la estrecha relación entre el cuidador y el paciente como un acto de servicio que lo ata a uno a este mundo un poco más y cincela los lazos intencionados del amor terrenal. La mirada de Delia se hizo reconocible como un recordatorio de que hasta el final, cada uno de nosotros permanece aquí para mantener el significado de otros. Algunos deben prolongar la pausa en el umbral, aparentemente para invitar a otros a abrazar ese acto de entrega con propósito, incluso cuando la que está en el centro dirige su visión del amor divino hacia el mundo más allá. 

Cuando un día completemos ese viaje inmortal a través del Rubicón que todos debemos hacer, esperamos ser tan afortunados como para dejar personas que hayan sentido nuestro amor y hayan ampliado su propia capacidad de amar como resultado. También esperamos ver, con ojos claros, lo que sea que nuestra amiga esté viendo en este momento mientras mira más allá de nosotros hacia los misterios llenos de propósito que hay más allá.

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