La Fe Bahá’í enfatiza la necesidad de una comprensión más profunda de la unidad de la humanidad en el fomento de la coexistencia pacífica entre las diferentes religiones.
En un evento reciente organizado por el gobierno de Pakistán para promover la armonía interreligiosa – la Conferencia Internacional Seerat en Lahore – el representante de la Comunidad Internacional Bahá’í, Chong Ming Hwee declaró:
En el cuerpo humano, la cooperación asegura el funcionamiento de ese sistema… Del mismo modo, la civilización puede ser vista como el resultado de un conjunto de interacciones entre componentes muy integrados, aun diversos, componentes que han trascendido el estrecho propósito de atender a su propia existencia.
Y así como la viabilidad de cada célula y de cada órgano depende de la salud del cuerpo en su conjunto, también debe buscarse la paz y la prosperidad de cada individuo, cada familia y cada pueblo en el bienestar de toda la raza humana.
La Conferencia Internacional Seerat se celebró los días 11 y 12 de diciembre del 2016, teniendo lugar durante el aniversario del nacimiento del profeta Muhammad. Los líderes en Pakistán, reconociendo la urgente necesidad de la armonía interreligiosa, aprovecharon la ocasión para llamar la atención sobre el papel de la religión en la creación de la unidad.
La conferencia, a la que asistió el Primer Ministro pakistaní, Nawaz Sharif, también incluyó a representantes de diferentes comunidades religiosas y funcionarios gubernamentales.
Puesto que su preocupación atañe al ennoblecimiento del carácter y la armonización de las relaciones, la religión ha ejercido a lo largo de la historia la función de servir como autoridad última en dotar de sentido a la vida. En toda época, ha cultivado el bien, ha reprobado el mal, proyectando, ante la mirada de quienquiera que deseara verlo, un horizonte de potencialidades todavía sin cumplir. Del fondo de sus consejos, el alma racional ha extraído los bríos necesarios para realizarse y para superar los límites que le imponía el mundo. Tal como su nombre implica, la religión ha sido simultáneamente la principal fuerza unificadora de diversos pueblos a los que integraba en sociedades cada vez más amplias y complejas, y en las que las capacidades personales podían llegar a florecer y expresarse. La gran ventaja de la época actual radica en la perspectiva que permite que todo el género humano vea este proceso civilizador como un fenómeno único e integral: los encuentros recurrentes de nuestro mundo con el mundo de Dios.
Inspirada por esta perspectiva, la comunidad bahá’í ha sido una promotora vigorosa de las actividades interreligiosas desde sus comienzos. Aparte de los entrañables vínculos que estas actividades crean, los bahá’ís ven en el esfuerzo de acercamiento entre las diversas religiones una respuesta a la Voluntad Divina para con un género humano que entra ahora en su madurez colectiva. Los miembros de nuestra comunidad continuarán ofreciendo su colaboración por todas las vías a su alcance. Sin embargo, es deber para con nuestros colaboradores en este esfuerzo común afirmar claramente la convicción que abrigamos de que el discurso interreligioso, si queremos que contribuya significativamente a sanar las heridas que afligen a una humanidad desesperada, debe con sinceridad y sin más evasivas abordar las implicaciones de la verdad fundamentalísima que suscitó todo este movimiento interreligioso: que Dios es uno solo y que, más allá de la diversidad de la expresión cultural y de la interpretación humana, la religión es asimismo una sola. – A los líderes religiosos del mundo, La Casa Universal de Justicia, página 7-8
«Ser parte de esta conferencia histórica convocada por el gobierno de Pakistán, donde las contribuciones de las minorías religiosas fueron bien recibidas y acogidas, fue muy alentador», dijo el señor Chong. «La reunión no solo atestiguó cómo las enseñanzas y ejemplos del profeta Muhammad enfatizaron la armonía interreligiosa, sino que también afirmó verdades fundamentales que son comunes a todas las religiones, a saber, la unidad de Dios y de la humanidad.»
No pasa un solo día sin que aumente el peligro de que las hogueras del prejuicio religioso prendan una conflagración mundial de consecuencias inimaginables. Las autoridades civiles no pueden, por sí solas, conjurar semejante riesgo. Tampoco deberíamos engañarnos creyendo que los llamamientos a la tolerancia mutua puedan extinguir por sí solos animosidades que se arrogan el refrendo Divino. La crisis exige de los dirigentes religiosos una ruptura con el pasado tan resuelta como las que permitieron que la sociedad se zafase de los prejuicios igualmente corrosivos de raza, género y nación. Toda justificación para ejercer influencia en asuntos de conciencia yace en el servicio al bien de la humanidad. En este momento, el más decisivo en la historia de la civilización, las exigencias de tal servicio no pueden ser más claras. “El bienestar de la humanidad, su paz y seguridad, serán inalcanzables—así reza el encarecimiento de Bahá’u’lláh—hasta que su unidad esté firmemente establecida”. –Ibid., página 8
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