Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La cultura latina es una cultura de calidez, de familia, comida, trabajo y celebración, en las buenas y en las malas. Esta cultura de conexión nos ayuda a superar los desafíos de la vida, especialmente si somos inmigrantes en los Estados Unidos. Nos permite conectarnos con personas de todos ámbitos de vida y comenzar a reparar algunas heridas culturales.
En América Latina, frecuentemente se dice «negro» como apodo amistoso para un amigo de piel más oscura, de una manera que sería completamente inapropiada en los Estados Unidos. En la cultura latina, no tenemos los mismos tabúes raciales, y la conversación amistosa tiende a involucrar muchos chistes y sinceridad. Pero el racismo y el colorismo todavía están vivos en la cultura latina, a menudo sin ser detectados. La colonización ha dejado un legado de hostilidad entre personas de diferentes culturas y tonos de piel, creando prejuicios que pueden ser difíciles de eliminar. Comprender esas relaciones complejas y su efecto en nuestra historia compartida es crucial, al igual que hacer algo al respecto.
Crecí en Paraguay, y vi cómo el sistema de castas colonial, donde los europeos y sus hijos estaban clasificados por encima de los pueblos indígenas, que a su vez estaban por encima de la población de raza negra, afecta la forma en que nos percibimos a nosotros mismos. Incluso en la cultura cálida y acogedora de Paraguay, donde el idioma Guaraní y la yerba mate son ampliamente celebrados, la piel pálida y los ojos claros se valoran abiertamente por encima de la piel y el cabello más oscuros, y los rasgos indígenas se consideran indeseables. El lenguaje racista persiste en nuestros chistes, nuestros estándares de belleza y nuestros prejuicios. Uno podría llamar «negro» a un amigo de manera amorosa, pero atribuir descendencia africana a su identidad aún sería considerado un insulto en muchos espacios.
Si bien a menudo podemos considerar estas formas de pensar como ignorancia y no malicia, nuestra historia revela el siniestro contexto de estos comportamientos: son el resultado de cientos de años de lavado de cerebro causados por la colonización, que inculcan el odio hacia uno mismo y prejuicios entre vecinos.
Para otros bahá’ís latinos y para mí, los escritos bahá’ís brindan una guía clara para eliminar los prejuicios arraigados en nuestra cultura y trabajar para fomentar la unidad.
Los escritos bahá’ís dicen: “Dios no tiene en cuenta el color o la raza de una persona… Ya que todas fueron creadas en la imagen de Dios, debemos darnos cuenta que todas encarnan posibilidades divinas. Si contemplaseis un jardín en el cual todas las plantas fueran de la misma forma, del mismo color y perfume, no os resultaría hermoso en absoluto, sino, por el contrario, monótono y aburrido. El jardín que más agrada a la vista y alegra al corazón es aquel en el que crecen, una al lado de otra, flores de diferente matiz, forma y perfume”.
Para muchos de nosotros, venir a los Estados Unidos nos expone a nuevas conversaciones sobre el racismo sistémico y la promoción de la diversidad y el lenguaje inclusivo, las cuales apenas están comenzando en nuestros países de origen. Venir a los Estados Unidos es a menudo un choque cultural que requiere que redefinamos nuestras identidades. Aprender, comprender y ajustar nuestros comportamientos lleva tiempo, particularmente dada la posición única en la que nos encontramos los latinoamericanos, siendo, según Pew Research, el segundo grupo étnico más discriminado en los Estados Unidos después de los afroamericanos.
Casi 1 de cada 3 personas en las cárceles federales son latinos, y los hombres latinos dos veces más probables de ser encarcelados por delitos relacionados con las drogas que los hombres blancos, a pesar de tener las mismas tasas de delito. Al mismo tiempo, las mujeres latinas cobran 54 centavos y las afroamericanas 62 centavos por cada dólar ganado por un hombre blanco. Sin embargo, las personas latinas todavía disfrutamos de muchos privilegios en la sociedad estadounidense que nuestros hermanos y hermanas afroamericanos no disfrutan.
Lina Boothby-Zapata, una inmigrante colombiana, bahá’í y trabajadora social que vive en Massachusetts, cuenta que su cultura colombiana la ayuda en su trabajo diario. “Cuando trabajo con familias latinas, siento que tienen más empatía; hablamos el mismo idioma, entendemos nuestra cultura, conocemos las necesidades y sabemos que hay países latinos donde hay mucha pobreza. También conocemos el proceso de inmigración, así que ellos saben que sé de lo que están hablando».
Pero Lina también trabaja con familias de muchas otras culturas, incluyendo inmigrantes europeos y familias afroamericanas. “Entonces siento más las diferencias [culturales]”, dice. «Cuando hablo inglés, la gente inmediatamente percibe mi acento».
Ella utiliza su historia para conectar con ellos y establecer confianza. Sin embargo, señala que las interacciones aún pueden llegar con momentos tensos. Las familias afroamericanas a menudo sospechan de las agencias gubernamentales debido a la injusticia racial que persiste en el sistema, particularmente cuando se trata de servicios de protección infantil. Incluso como trabajadora social con un sincero deseo de ayudar a estas familias, a Lina a veces le cuesta generar confianza frente a una larga historia de desigualdad.
Incluso en las comunidades diversas de América Latina, el prejuicio todavía se manifiesta, dice Eugenio Marcano, profesor dominicano de geografía y ciencias del suelo que vive en Massachusetts. “Mi cultura es una cultura feliz y de brazos abiertos”, dice Eugenio. “Los dominicanos vivimos con las puertas abiertas y todos son bienvenidos a visitarnos en cualquier momento, sin necesidad de hacer cita. Pero muchos dominicanos, lamentablemente, tienen sentimientos xenófobos contra los haitianos causados por disputas históricas y políticas entre los dos países”.
Para Eugenio, los escritos de la fe bahá’í que rechazan por completo cualquier forma de prejuicio le ofrecieron una visión de cómo un enfoque espiritual puede comenzar a sanar estas viejas heridas. “La fe bahá’í es muy clara sobre la igualdad de razas, géneros y nacionalidades”, dice Eugenio. “Me encantó aún más cuando vi cuánto enfatiza esto. Los dominicanos se beneficiarían enormemente al comprender estos principios de igualdad para la xenofobia que tenemos contra nuestros hermanos y hermanas haitianos”.
En California, Rubi Pacheco-Rivera cuenta que los escritos bahá’ís la han ayudado a comprender la compleja relación entre la herencia indígena, africana y española desde una perspectiva espiritual, y ver cómo esa historia afecta el lugar de donde viene su familia.
“Los puertorriqueños tenemos ascendencia africana además de española y de los nativos taínos”, me dice. “Tenemos una larga historia de colonización y, aunque los residentes son ciudadanos estadounidenses, la isla sigue muy olvidada y carente de recursos. Esta pequeña isla, que tiene solo 110 millas de ancho por 35 millas de largo, ha sido devastada recientemente por el huracán María y terremotos casi diarios desde diciembre del 2020″.
Rubi recurre a los escritos bahá’ís para explorar el significado espiritual de la cultura portorriqueña, particularmente en relación a su ascendencia africana. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, comparó a los afroamericanos a “la negra pupila del ojo, rodeada de lo blanco. En esta negra pupila puede ser visto el reflejo de aquello que se encuentra delante de ésta y a través de ella fulgura la luz del espíritu”. En 1953, Shoghi Effendi, el guardián de la fe bahá’í, describió a los afroamericanos como “puros de corazón y espiritualmente receptivos».
Estos escritos ayudan a Rubi a comprender su cultura y su papel en promoverla en la sociedad. “La capacidad del pueblo puertorriqueño para ser feliz incluso mientras soporta una larga historia de dificultades me recuerda a su capacidad especial como personas de la diáspora africana, «la pupila del ojo», que creo que es la razón detrás de su capacidad de recuperación», explicó. «Siempre he estado orgullosa de mi cultura y especialmente de haber tenido la oportunidad de compartirla con otros».
En la universidad, mientras obtenía su título en administración de empresas, Rubi canalizó este amor en su trabajo en la oficina de asuntos multiculturales de su universidad. Después de graduarse, coordinó el Festival Puertorriqueño de Filadelfia durante 5 años a través de su trabajo en una organización latina sin fines de lucro.
“Después de pasar tiempo en México y ver las disparidades sociales y económicas allí, regresé con el deseo de servir a la comunidad latina en Filadelfia”, dice Rubi. «Este fue el comienzo de lo que se convirtió en una carrera de más de 15 años llenvando recursos a las comunidades de color».
Al igual que Rubi, Lina utiliza su cultura para unir diferentes culturas en su trabajo con familias de color, estableciendo lazos de amor y comprensión para trabajar contra el prejuicio que tan a menudo nos divide. “Le digo a la gente ‘si usted tiene dificultad con mi acento usted me dice, yo le explico, no tenemos ningún problema.’ Les hablo de mi país, de donde soy, que hablo español y que podemos trabajar juntos para resolver cualquier problema».
El amor por estas conexiones culturales llevó a Lina a conocer la fe bahá’í cuando comenzó a participar en reuniones regulares de oración interreligiosa organizadas por algunos bahá’ís en Cambridge, Massachusetts.
“Lo que más me atrajo fue la inclusión y la diversidad”, dice Lina. “A veces contábamos la cantidad de lenguas en las que hacíamos las oraciones, y una vez fueron como 17 o 20. Eso era bellísimo».
“Al ver esa pluralidad y diversidad en el idioma, y todos conectados. Poder decir la misma oración en varios idiomas y era la misma… fue muy fácil para mí ver que todos somos iguales, todos somos una raza humana”, dice Lina. «Si nos tratamos con respeto, podemos entendernos».
Comentarios
Inicia sesión o Crea una Cuenta
Continuar con Googleo