Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En todo el mundo, en todo tipo de culturas, la mayoría de nosotros vivimos en sociedades patriarcales, en las que normalmente «las posiciones dominantes y de privilegio están principalmente en manos de los hombres».
El patriarcado es un sistema social de gran alcance, que abarca «una visión del mundo, disposiciones sobre cómo vivimos como humanos unos con otros en este planeta, planos implícitos sobre qué tipo de instituciones crearíamos y directrices sobre qué hacer con nuestros jóvenes para prepararlos para el propio sistema». Puede adoptar formas variadas, como «familias o clanes controlados por el padre o el varón de más edad o un grupo de varones» o «amplias estructuras sociales en las que los hombres dominan sobre las mujeres y los niños».
Las enseñanzas bahá’ís afirman que el patriarcado frena a la humanidad, porque fomenta y mantiene la desigualdad entre mujeres y hombres, impidiendo nuestro progreso colectivo. Abdu’l-Bahá, en un discurso que dio en Montreal en 1912, dijo:
El mundo de la humanidad tiene dos alas: el hombre y la mujer. Mientras estas dos alas no sean equivalentes en fuerza, el ave no volará. Hasta que las mujeres no alcancen el mismo grado que el hombre, hasta que no disfruten del mismo campo de actividad, no se realizará un logro extraordinario para la humanidad; la humanidad no podrá volar hasta la altura de los reales logros.
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La investigación respalda esta afirmación, porque se puede medir el progreso de una sociedad cuando se excluye a las mujeres. Por ejemplo, un artículo anterior de BahaiTeachings cubrió un estudio reciente a gran escala de la fuerza laboral científica de Estados Unidos. En este entorno, las barreras sistémicas impiden la participación igualitaria de las mujeres. Excluir a las mujeres tiene el efecto mensurable de excluir una mayor diversidad de ideas. Esto afecta al progreso al restringir los temas que se investigan, significa que algunas investigaciones nunca llegan a realizarse y hace que la ciencia acabe abordando solo un conjunto limitado de cuestiones que benefician a unas pocas comunidades.
Las enseñanzas bahá’ís añaden otra dimensión importante a tener en cuenta: que la desigualdad de género persistente frena también el progreso de los hombres. Abdu’l-Bahá dijo: “Mientras se impida a las mujeres alcanzar sus más elevadas posibilidades, los hombres serán incapaces de lograr la grandeza que podría ser suya”.
Esto le da la vuelta al asunto. También puede parecer contradictorio. Si los hombres tienen el dominio y el privilegio de frenar a las mujeres, ¿no se beneficiarían los hombres? ¿Cómo pueden las mujeres que sufren desigualdad perjudicar a los hombres? ¿Qué pruebas demuestran que esto puede ocurrir?
La ciencia también es útil aquí, y podemos hablar de un ejemplo de un nuevo estudio que hemos encontrado recientemente, basado en una investigación realizada en la Vrije Universiteit Amsterdam. Curiosamente, procede de un contexto en el que no vivimos personalmente, y en el que no esperábamos inicialmente que un tema destacado fuera que los hombres se ven perjudicados por su entorno dominado por hombres y su exclusión de las mujeres y sus perspectivas de cómo se organiza y dirige su sociedad.
Esta investigación exploró la cuestión de por qué los ciudadanos voluntarios musulmanes chiíes de sexo masculino seguían luchando contra las milicias musulmanas suníes en Irak. La consideración de la desigualdad de género como factor explicativo en este tipo de escenario de conflicto sectario puede pasarse por alto. Algunos comentaristas pueden querer culpar inmediatamente a factores religiosos, sin mirar bajo la superficie lo que realmente está sucediendo. Lo interesante de este estudio realizado en Ámsterdam es que mantuvo la mente abierta. Permitía la posibilidad de que estuvieran presentes «factores no religiosos» menos explorados. No descartó que las creencias religiosas pudieran influir en la decisión original de los hombres de alistarse en la milicia. Pero cuestionaba que tales creencias mantuvieran a los hombres «comprometidos con su causa y sus milicias». Se trataba de voluntarios, no de soldados. Podían marcharse. Sin embargo, seguían regresando a condiciones de batalla realmente desgarradoras. El investigador quería saber por qué.
Tras vivir y viajar con muchos voluntarios musulmanes chiíes durante meses y meses, el científico social que realizaba la investigación vio repetidamente que «practicar la violencia, mostrar placer por tales prácticas y crear miedo» en los demás se habían «convertido en experiencias placenteras» para algunos de estos hombres. Esto les mantenía comprometidos con el conflicto, no con sus creencias religiosas. El investigador vio una y otra vez que durante «el fragor de la batalla… lo único que queda es el momento estimulante de tener el poder sobre otra persona y sentir placer en la violencia». Observó de primera mano que «las limitaciones religiosas y Dios» «rara vez estaban presentes» en esos momentos. En cambio, solo había miedo, ira, caos y «simplemente intentar seguir vivo». Entre conflicto y conflicto, estos combatientes voluntarios utilizaban las redes sociales para compartir entre ellos, también por diversión, imágenes y vídeos que habían grabado con sus teléfonos de sus actos de violencia más espantosos.
El investigador también quería comprobar si ese comportamiento se limitaba a un grupo reducido, lo que significaba que tal vez podría explicarse como acciones de solo una minoría de hombres quizá psicológicamente dañados o moralmente degradados que encontraban placer en la violencia. Para ello, siguió a todos los milicianos que pudo. También intentó comprender el contexto social más amplio de sus vidas.
No descubrió que la violencia la ejercieran solo pequeños grupos aislados de hombres. Participaban muchos hombres. La sociedad estaba impregnada de violencia. En este entorno brutal, se dio cuenta de que estos jóvenes ansiaban la bondad de la sociedad, pero no la encontraban. La encontraban en sus redes de milicias. Este es su relato:
«… muchos hombres jóvenes de entre 30 y 40 años siguen apasionadamente comprometidos con la violencia porque el placer de la violencia está arraigado en su deseo más amplio de romper con las limitaciones estructurales impuestas a sus vidas. Proceden de una sociedad patriarcal que controla la mayoría de los aspectos de sus vidas.
La sociedad patriarcal de Irak centraliza la toma de decisiones en los hombres mayores y en los miembros de la élite de las comunidades. Estos jóvenes no pueden planificar su futuro por sí mismos. No pueden casarse con quien quieran o incluso sus elecciones de ropa, moda y peinado son mal vistas por los mayores. No pueden emprender fácilmente un negocio sin acuerdos previos en sus redes sociales. No pueden emigrar sin la confirmación previa de la familia y las autoridades. La autoridad patriarcal limita … su autonomía individual.
Además, la sociedad patriarcal funciona mediante dinámicas de poder y es más agresiva que paternal, amable y cariñosa. Por lo tanto, las milicias proporcionan una red en la que los militantes encuentran cuidados paternales. Encuentran amabilidad a través de sus compañeros de unidad».
El investigador también tuvo en cuenta la historia reciente de conflictos repetidos de Irak. Y concluyó:
«… los placeres de la violencia y de matar tienen sus raíces en el tejido roto de la compasión en una sociedad o en la excesiva dominación patriarcal. … Las historias repetidas de violencia producen individuos que podrían buscar oportunidades en el combate para repetir la inhumanidad que se les hizo y obtener placeres sintiéndose poderosos».
Estos hombres fueron moldeados –y perjudicados– por una sociedad en la que otros hombres dominaban sus vidas, y las vidas de las mujeres. Lo que este investigador encontró en Irak parece apoyar otro principio bahá’í que recomienda los cambios necesarios en nuestro mundo para lograr la paz internacional. Este mensaje de la Casa Universal de Justicia, el órgano de liderazgo mundial bahá’í elegido democráticamente, sugiere:
La negativa a … la igualdad … fomenta en los hombres actitudes y hábitos perjudiciales que se arrastran de la familia al lugar de trabajo, a la vida política y, en última instancia, a las relaciones internacionales. … Solo en la medida en que se acoja a las mujeres como socias de pleno derecho en todos los campos del quehacer humano se creará el clima moral y psicológico en el que podrá surgir la paz internacional. [Traducción Provisional de Oriana Vento].
Al descubrir esta investigación sobre Iraq también me vinieron a la memoria los recuerdos del primer bahá’í que uno de nosotros conoció. Él trabajaba en el Reino Unido con dos profesores estadounidenses investigando las causas de la violencia doméstica de los hombres contra las mujeres, intentando comprender por qué los hombres convictos de una prisión de Manchester (Inglaterra) habían cometido actos de violencia e incluso asesinatos. La investigación realizada relacionó las acciones de los individuos con las actitudes y prácticas de la sociedad en general. Al entrevistar a los presos, descubrió que, cuando eran niños y jóvenes, sus identidades se habían deformado al intentar vivir de acuerdo con los ideales «hipermasculinos», agresivos y despreocupados, establecidos por sus padres y los modelos de conducta de sus comunidades.
Lo que parece vincular estos dos conjuntos de pruebas, procedentes de entornos tan dispares como Irak y el Reino Unido, es que el patriarcado y las formas hipermasculinas de configurar los roles masculinos en la sociedad pueden perjudicar activamente a los hombres, y de hecho lo hacen.
Este tema también ha sido abordado por el movimiento de los hombres, que ha puesto de relieve la forma en que los hombres se ven sistemáticamente desfavorecidos en las sociedades contemporáneas, incluso cuando se supone que tienen un poder social y económico desmesurado. No obstante, este movimiento también ataca las perspectivas feministas. Las enseñanzas bahá’ís no sufren este inconveniente, pues fomentan una visión más amplia que ilumina cómo la dinámica de la igualdad de género está íntimamente ligada al progreso y la paz del mundo.
Así pues, parece vital destacar que los daños no son algo que deba abordarse solo para los hombres o solo para las mujeres de forma aislada. Conciernen y afectan a la humanidad en su conjunto. Como dicen las enseñanzas bahá’ís, solo cuando se abordan desde una perspectiva inclusiva y global, con el objetivo de atender a las posibilidades y logros de mujeres y hombres, el progreso y la paz parecen alcanzables para toda la humanidad.
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