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Espiritualidad

Hacia el amanecer de un nuevo día

Andrew Scott | Mar 16, 2023

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Andrew Scott | Mar 16, 2023

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¿Alguna vez te has despertado temprano para presenciar el amanecer de un nuevo día? Si es así, has experimentado algo tan cotidiano como milagroso: has viajado hacia la luz del amanecer.

¿Qué significa la metáfora «hacia la luz del amanecer»? Bueno, en primer lugar, el amanecer ocurre con regularidad. Todos experimentamos la luz del alba, de un modo u otro, cada día.

También puede referirse a la continuación, sobre todo cuando va unida a la palabra «hacia»: de algún modo, pasamos de la noche al día. Es muy esperanzador en un sentido emocional, ¿verdad?

Pero la luz del amanecer también puede significar que durante la noche, un manto de oscuridad se asienta sobre ideas y conceptos que no queremos ver. A la luz del amanecer, todas estas cosas, ya sean literales o emocionales, salen a la luz, definitiva e inevitablemente, con todos los duros contornos y afilados bordes que puedan incluir.

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En cierto modo, pues, «salir hacia la luz del amanecer» simboliza un acto de eliminación de nuestras seguridades: cuando sale el sol, nos enfrentamos a la necesidad de afrontar las cosas tal y como son.

Pero quizá haya un tercer significado emocional: mientras aún está oscuro, utilizamos fuentes de luz artificial para orientarnos, leer, explorar. Estas luces pueden tener un alcance o una fiabilidad limitados: una vela parpadeante, quizás, o una tenue linterna. Estas ayudas para ver son precarias; sólo nos ayudan a ver hasta cierto punto, o en cierta medida. A medida que la luz del día se hace más intensa, se nos dota de la capacidad de percibir más lejos, con más seguridad; de ser testigos del mundo en todo su esplendor y plenitud. La gloria de la incipiente luz del día eclipsa y hace innecesaria cualquier luz insignificante.

Bahá’u’lláh, en su libro místico Las palabras ocultas, vincula poética y profundamente la luz del amanecer con la humildad y el viaje del alma al prescribir un modo de ser espiritual para todas las personas:

Si contemplaras la soberanía inmortal, te esforzarías por abandonar este mundo efímero. Pero ocultarte el uno y revelarte el otro es un misterio que nadie sino el puro de corazón puede comprender.

Tal vez, entonces, la humildad significa que cada uno de nosotros no es fundamentalmente diferente de los demás, ni superior, ciertamente, ni más capaz de saber o de hacer. Por tanto, nuestros pensamientos y reflexiones sobre quiénes somos y qué hacemos son comunes: nada fuera de lo ordinario. Eso también hace que la humildad sea cercana, ¿no?

Ser humilde también significa aceptar la existencia de límites más allá de los cuales no sabemos –y quizá no podamos saber–. Tal vez humildad signifique aceptar que no somos suficientes, que no somos capaces de afrontar el reto de saberlo todo sobre nosotros mismos, o todo sobre el mundo.

Hasta que sale el sol, estamos ciegos.

Los mejores artistas, escritores y científicos conocen ese tipo de humildad. Se enfrentan a la sobrecogedora majestuosidad de la creación y aceptan el desconocimiento. Se deleitan en ella y quieren explorarla. Algunos de ellos, nuestros autores más elocuentes, han escrito metafóricamente sobre el amanecer de un nuevo día.

Esta bella y desafiante simetría de humildad yuxtapuesta a una metáfora de movimiento hacia el amanecer puede encontrarse en La Tempestad de Shakespeare, por poner sólo un ejemplo. En lo que la mayoría considera una de sus últimas composiciones, el personaje alter-ego de Shakespeare, Próspero, reflexiona sobre la proximidad del final de sus obras. Se da cuenta de que sus «actores» «eran todos espíritus» que «se desvanecieron en el aire», desapareciendo como desaparece la niebla con la luz y el calor del sol de la mañana.

El espectáculo imaginario que ha tramado para el público es «como el tejido sin base de esta visión», sólo un espectáculo, una ensoñación, un recuerdo. Todo ello, «las torres coronadas de nubes, los magníficos palacios, los solemnes templos», estos gloriosos monumentos a la habilidad, el trabajo, el dinero y el poder humanos, se disuelven y se desvanecen, incluido «el gran globo terráqueo», una referencia al escenario en el que se pavonean sus creaciones.

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Shakespeare, en la piel de Próspero, reconoce que sus creaciones –hechas enteramente de palabras, música y endeble atrezzo escénico– se desvanecerán, sin dejar ni siquiera una brizna de nube. Esta humilde aceptación de los límites de las capacidades de Shakespeare, así como el proceso de desprenderse de todo lo que ha creado, se produce cuando se da cuenta de que la luz de la vela que sostenía ante el mundo se hace cada vez más insignificante con la llegada del alba.

Esta metáfora –la llegada de la luz del alba– simboliza el surgimiento de una nueva Fe, que impregna el mundo y todas las almas que lo habitan con los rayos vivificantes del sol espiritual; y también simboliza el viaje del alma individual. En los escritos bahá’ís, Bahá’u’lláh lo describió en estos términos:

Él ha deseado para vosotros lo que aún no está al alcance de vuestro conocimiento, pero que os será dado a conocer cuando, después de esta vida fugaz, emprendan vuelo vuestras almas hacia el cielo y se desvanezcan las galas de vuestras alegrías terrenales. Así os amonesta Aquel en Cuya posesión está la Tabla Guardada.

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