Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Desde pequeña, siempre supe que quería servir a mi fe dedicando un año de mi vida a servir a la humanidad de alguna manera. Pero cuando terminé la secundaria, me encontré en una encrucijada.
El camino previsto parecía claro: sumergirme directamente en la educación superior, continuando la búsqueda del éxito académico.
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Pero algo se agitó dentro de mí, y me permitió hacer una pausa y reflexionar. Por un lado, sentía la necesidad de perseguir mis objetivos profesionales, el siguiente paso lógico. Por otro, quería tener la oportunidad de dedicarme a un año de servicio a la humanidad, el objetivo supremo de todo bahá’í, como se expresa en este pasaje de las enseñanzas bahá’ís:
Es muy apropiado y conveniente que en esta época iluminada –la edad del progreso del mundo de la humanidad– seamos abnegados y nos pongamos al servicio de la raza humana.
Muchos graduados de secundaria se toman un «año sabático», pero este era algo diferente. En lugar de limitarme a viajar o a reflexionar sobre mi futuro, me sentí obligada a adquirir otro tipo de preparación, el que sólo puede ofrecer el servicio desinteresado a los demás.
No fue una decisión fácil, y el significado de mi elección comenzó a profundizarse cuando reflexioné sobre la turbulenta historia de mi fe.
A mediados del siglo XIX, Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, fue exiliado de Persia (actual Irán) al Imperio Otomano a causa de sus enseñanzas revolucionarias. Tras sufrir varios exilios y encarcelamientos sucesivos, Bahá’u’lláh fue finalmente enviado en 1868 a la ciudad prisión de Acre, Palestina (actualmente en Israel, y también conocida como Akka). Acre, que en aquella época formaba parte del Imperio Otomano, era una prisión amurallada célebre por sus duras condiciones de castigo. Bahá’u’lláh pasó allí el resto de su vida y falleció en 1892. Su lugar de descanso, el Santuario de Bahá’u’lláh en Bahji, cerca de Acre, se considera el lugar más sagrado para los bahá’ís del mundo.
Tras el fallecimiento de Bahá’u’lláh, su hijo y sucesor, Abdu’l-Bahá, amplió el legado espiritual de la Fe de muchas maneras, incluida la supervisión de la construcción del Santuario del Báb en el Monte Carmelo de Haifa. Este santuario, que ahora es uno de los principales lugares sagrados bahá’ís, alberga los restos del Báb, el heraldo mártir y precursor de Bahá’u’lláh. Alrededor de esta zona sagrada han crecido los centros espirituales y administrativos de la Fe bahá’í, incluida la sede de la Casa Universal de Justicia, el órgano de gobierno democráticamente elegido de la comunidad mundial bahá’í.
Estos centros y sus hermosos jardines han atraído a jóvenes bahá’ís de todo el mundo, muchos de los cuales, como yo, se ofrecen como voluntarios para un año de servicio y reflexión espiritual. En ese lugar, la devoción a la fe y a la humanidad se entrelazan.
Al tomar mi decisión, reflexioné sobre la orientación de la Casa Universal de Justicia, que me dio la seguridad de que tanto el servicio a la Fe como la búsqueda de la educación representan objetivos significativos para la juventud y que el equilibrio entre ambos varía según las circunstancias individuales. En una carta de 28 de octubre de 1992, la Casa Universal de Justicia aclaró:
En algunas circunstancias, por mucho que un joven desee atender al llamado de ofrecimiento de un determinado tipo de servicio bahá’í, es posible que no pueda hacerlo porque se encuentre en medio de una importante formación académica que no puede ni debe posponerse, quizá dependa de padres que no pueden permitirse ayudarle materialmente a dedicar tiempo a un año de servicio y a reanudar sus actividades académicas más tarde, o puede haber otros obstáculos. También hay circunstancias en las que un joven puede descubrir que, posponiendo su formación académica durante un tiempo, es más capaz de determinar exactamente qué hacer con su vida, si es que durante este tiempo se dedica a hacer alguna contribución útil a la Fe o a la sociedad. [Traducción provisional]
Esta orientación me dio la confianza y la seguridad que necesitaba cuando me debatía en la incertidumbre, cuestionándome si interrumpir mi educación era la opción correcta. Al final, mi corazón se sintió atraído por los valores de servicio que representa el Centro Mundial Bahá’í.
Así que di el salto.
Presenté mi solicitud para servir al mismo tiempo que comenzaba mi primer año de universidad. Cuando recibí la carta de aceptación del Centro Mundial Bahá’í, supe que estaba destinada a seguir ese camino y me embarqué en un viaje que daría forma a mi comprensión del propósito, el compromiso y lo que significa realmente servir a los demás.
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Llegué a Israel sintiendo una mezcla de emociones: miedo y nostalgia, pero también entusiasmo. La experiencia fue más difícil de lo que esperaba. Todo me parecía desconocido: la cultura, las responsabilidades y la comunidad de voluntarios de todos los rincones del mundo. Al principio, me sentía fuera de lugar, luchando por adaptarme a una nueva rutina y forma de vida. Los ideales de servicio que me habían inspirado al principio exigían ahora acción, paciencia y persistencia.
Sin embargo, a medida que los días se convertían en semanas, algo empezó a cambiar en mí. Lenta pero inexorablemente, el entorno, antes desalentador, se convirtió en algo profundamente enriquecedor. Lo que al principio parecía aislamiento se fue convirtiendo poco a poco en una oportunidad para establecer vínculos significativos. Me encontré rodeado de un grupo de jóvenes voluntarios, cada uno dedicado al servicio como yo, cada uno aportando sus propias cualidades y perspectivas. Estas personas procedían de todos los ámbitos de la vida y representaban a diversos países, culturas, idiomas y experiencias. Mientras trabajábamos codo con codo, los lazos que creamos trascendieron cualquier diferencia, creando un sentimiento de unidad y un propósito compartido.
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