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Religión

Carne, espíritu y fe: Una perspectiva bahá’í sobre la resurrección

Maya Kaathryn Bohnhoff | Dic 21, 2024

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Maya Kaathryn Bohnhoff | Dic 21, 2024

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Mi amigo Ari, músico y ateo, dijo que le parecía una «suposición atrevida» que Jesús fuera una persona real, y mucho más que fuera una persona real enviada por Dios para educar a la humanidad. Pues a mí no me pareció tan atrevido.

Ciertamente, no parece más atrevido que suponer que el sol que se levantó el lunes es el mismo sol que se levantará el viernes, independientemente del nombre que le demos al día.

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No tengo ninguna razón para dudar de que Jesús de Nazaret fuera una persona real, y sí, he hecho la «investigación de la oposición». He leído a los autores del Nuevo Ateo –Richard Dawkins, Sam Harris, Christopher Hitchens, Daniel Bennett, etc.– y también he estudiado una amplia gama de historias del cristianismo.

Después de toda esa investigación independiente, ¿sigo teniendo la visión de Jesucristo con la que me criaron en las diversas iglesias cristianas a las que asistí? No.

¿Creo que el hecho de que Jesús no sea la creación que algunos dogmas han hecho de él significa que no existió como persona real? Tampoco.

¿Creo que esto lo hace menos portavoz de la Divinidad? De nuevo, no, pero comprendo la lógica que subyace al esfuerzo por crear dudas.

Muchos ateos y antiteístas occidentales tratan la religión como si el cristianismo fuera la única experiencia religiosa significativa y parecen pensar que si sólo se pudieran destruir sus premisas, toda religión se esfumaría en un soplo de lógica.

Se trata de una religión de paja, una amalgama de estereotipos y arquetipos, como si todo el cristianismo y todos los creyentes en Cristo estuvieran cortados por el mismo patrón y tuvieran creencias idénticas. Siglos de cismas e incluso de derramamiento de sangre indican lo contrario.

Como para demostrar esta tendencia, Ari me dijo: «Estoy bastante seguro de que, independientemente de tu intelecto, la historia de la resurrección no te parece una necedad evidente».

Parafraseé la declaración de Ari para asegurarme de que la había leído bien: ¿Estás «bastante seguro» de que creo que Jesús resucitó físicamente de entre los muertos? ¿Que resucitó con un cuerpo material hecho de carne, sangre y huesos? ¿Por qué supones eso?

Tal afirmación era errónea al menos en dos aspectos:

1. Que sólo hay una manera (materialista) de entender el concepto de resurrección, y

2. Que todas las personas religiosas (o al menos todas las personas religiosas que veneran a Cristo) se adhieren a ella.

Sí, supongo que creía en una resurrección física cuando era niña. De joven, cuando conocí la fe bahá’í, sus enseñanzas me desafiaron a cuestionar mis suposiciones sobre lo que enseñaba la Biblia. Empecé a estudiarla en serio, evitando la selección y buscando, en cambio, el contexto, no sólo con el cristianismo y el judaísmo, sino con las demás religiones reveladas.

Las enseñanzas bahá’ís presentan, como principio básico, que la fe debe estar en armonía con la razón. Esto me pareció revolucionario en su momento… pero también obvio:

La religión es la expresión exterior de la Realidad divina. Por tanto, debe ser viviente, vital, dinámica y progresiva. Si no tuviese movimiento y no progresase, estaría sin la vida divina; estaría muerta. Las instituciones divinas están continuamente activas y son evolutivas; por lo tanto, su revelación debe ser progresiva y continua. Todas las cosas están sujetas a reformas… Podrían los anuncios y teorías de los astrónomos de antaño explicar nuestro conocimiento presente de los soles y sistemas planetarios? ¿Podría la máscara de oscuridad que nublaba los siglos medievales satisfacer la demanda de la clara visión y entendimiento que caracterizan al mundo de hoy? ¿Podría el despotismo de antiguos gobiernos responder al reclamo de libertad que ha surgido desde el corazón de la humanidad en este ciclo de iluminación? Es evidente que ahora no hay resultados vitales provenientes de las costumbres, instituciones y puntos de vista del pasado. En vista de ello, ¿continuarán las ciegas imitaciones de formas ancestrales e interpretaciones teológicas guiando y controlando la vida religiosa y el desarrollo espiritual de la humanidad, hoy día? ¿El hombre, dotado con el poder de la razón, seguirá adhiriéndose irreflexivamente a los dogmas, credos y creencias hereditarias que no soportan el análisis del raciocinio en este siglo de esplendorosa realidad? – La promulgación de la paz universal, p. 155.

Estos principios bahá’ís fueron un auténtico trueno cuando los leí por primera vez. Me sorprendió lo diferente que leí los pasajes del Nuevo Testamento relativos a la resurrección a la luz de las palabras de Abdu’l-Bahá. Debido a esto, tuve que preguntarme: «¿Cuál es el propósito de una resurrección corporal, dado que la realidad de Cristo (y la realidad humana en general) es intelectual y espiritual?».

Cristo mismo dejó perfectamente claro en Juan 6:63 que: “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”.

En 1 Corintios capítulo 15, Pablo explica que Cristo no resucitó como un cuerpo físico. La creencia dogmática de que lo hizo va en contra de sus propias enseñanzas sobre la poca importancia de las cosas materiales y es un ejemplo de la forma en que a los seres humanos les gusta editar la religión para reflejar lo que más valoran, en este caso, la existencia física.

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He aquí un poco de lo que el apóstol Pablo trató elocuente y valientemente de explicar a la iglesia de Corinto, y por extensión, a todos los creyentes en Cristo:

Tal vez alguien pregunte: «¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué clase de cuerpo vendrán?». ¡Qué tontería! Lo que tú siembras no cobra vida a menos que muera. No plantas el cuerpo que luego ha de nacer, sino que siembras una simple semilla de trigo o de otro tipo…  Si hay un cuerpo natural, también hay un cuerpo espiritual. Así está escrito: «El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser viviente»; el último Adán, en el Espíritu que da vida. No vino primero lo espiritual, sino lo natural y después lo espiritual. El primer hombre era del polvo de la tierra; el segundo hombre, del cielo. Como es aquel hombre terrenal, así son también los de la tierra; y como es el celestial, así son también los del cielo. Y, así como hemos llevado la imagen de aquel hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial. Les declaro, hermanos, que el cuerpo mortal no puede heredar el reino de Dios ni lo corruptible puede heredar lo incorruptible… Pues sonará la trompeta y los muertos resucitarán con un cuerpo incorruptible, y nosotros seremos transformados. Porque lo corruptible tiene que revestirse de lo incorruptible y lo mortal, de inmortalidad.

Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?

De alguna manera, las palabras de Pablo acerca de que la carne y la sangre no heredarán el reino de Dios y que Cristo resucitará como un «espíritu vivificante» se han perdido en la atractiva idea de que la resurrección simplemente proporcionará a los creyentes cuerpos físicos perfectos. Lo que constituye un cuerpo físico perfecto, teniendo en cuenta todas las variaciones de la vida humana en este planeta, es discutible.

Mi mejor amigo, que sólo tiene un brazo completo debido a una anomalía intrauterina, bromeaba a menudo sobre la idea de un cuerpo humano perfecto. Por supuesto, tendría dos brazos enteros en la resurrección, pero se preguntaba sobre el resto. ¿Qué edad tendría? ¿Cuánto mediría? ¿Había una estatura perfecta? ¿Qué color de ojos era perfecto? ¿O el pelo? ¿O el tipo de cuerpo? ¿Podíamos elegir?

Una interpretación tan literal de algo que incluso Pablo recurre a múltiples símiles para describir no hace sino empantanarnos en acertijos irresolubles.

Bahá’u’lláh hace de la indescriptibilidad de la vida del espíritu humano una característica de una de sus referencias más citadas sobre la otra vida:

referente a tu pregunta acerca del alma del hombre y su supervivencia después de la muerte, has de saber que, ciertamente, el alma después de su separación del cuerpo continuará progresando hasta que alcance la presencia de Dios, en un estado y condición que ni la revolución de las edades y siglos, ni los cambios o azares de este mundo pueden alterar. Perdurará tanto como perdure el Reino de Dios, Su soberanía, Su dominio y fuerza. Manifestará los signos de Dios y Sus atributos y revelará Su ternura y  generosidad… El otro mundo es tan diferente de este mundo como lo es éste del mundo de la criatura mientras está en el vientre de la madre. Cuando el alma alcance la Presencia de Dios, tomará la forma que sea más apropiada a su inmortalidad y sea digna de su habitación celestial. – Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh, p. 180.

Le sugerí a mi amigo ateo Ari que, en lugar de que yo intentara condensar cuarenta y tantos años de mi propio estudio en un hilo de comentarios en Facebook, él podría hacer su propia lectura. Al fin y al cabo, eso es lo que tuve que hacer después de que me pusiera frenética, ansiosa por demostrar que la Fe bahá’í es una secta sincretista de la nueva era.

Spoiler: Fracasé miserablemente y me convertí en bahá’í.

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