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Religión

¿Dónde se reúnen y adoran los bahá’ís?

Joseph Roy Sheppherd | Dic 13, 2019

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Joseph Roy Sheppherd | Dic 13, 2019

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Mi búsqueda por entender la Fe Bahá’í – y por entender si realmente quería convertirme en un baha’í – me siguió desde el Desierto de Mojave de California hasta los bosques de Europa.

A los quince años, mi madre y yo nos habíamos mudado a Alemania y nos encontramos viviendo en un pequeño pueblo llamado Sembach, en la parte alemana de Renania-Palatinado, cerca de la ciudad de Kaiserslautern.

¡Qué cambio en comparación con el desierto de Mojave! Los paseos sombreados a lo largo de los senderos llenos de hojas a través de los oscuros bosques de Pfälzerwald y las praderas de pasto contrastaban con las caminatas arrastradas por las tormentas de arena que antes solíamos hacer a través de las extensiones desérticas, salpicadas aleatoriamente por los ocasionales cactus chollos y el árbol de Josué.

En los tres años desde que comencé a leer sobre Bahá’u’lláh, no sólo nos habíamos mudado a Europa, sino que también habíamos visitado muchos lugares dentro de los Estados Unidos, conociendo a bahá’ís de otras culturas. Conocimos a los bahá’ís navajos de Pine Springs, Arizona, cuando invitaron a indios y no indios de todo el mundo a unirse a ellos en una conferencia y festival cultural de una semana de duración que anunciaba la llegada de Bahá’u’lláh a la tribu entera. Mi madre y yo participamos. Mirando hacia atrás, creo que esa semana de escuchar las antiguas profecías cumplidas de los indios despertó mi interés de toda la vida por la antropología.

Dos semanas después de mi decimoquinto cumpleaños, los bahá’ís de todo el mundo comenzaron a llegar a una pequeña ciudad llamada Langenhain en una colina con vistas a Frankfurt, a sólo unas horas en carro de nuestra casa en Sembach, cerca de la frontera con Francia. Langenhain había sido elegido algunos años atrás como la sede de la primera Casa de Adoración Bahá’í en Europa. Se había construido un elegante y bello templo de nueve flancos, abierto a todas las personas y que simbolizaba la unidad de las religiones del mundo. Iba a ser inaugurado el 4 de julio de 1964, y elegí ese día para declarar mi fe en Bahá’u’lláh y registrarme como bahá’í.

Cuando mi madre y yo llegamos, ya había más de mil personas reunidas. Nunca había visto una reunión tan diversa. Todos los continentes y decenas de países estaban representados por bahá’ís de todas las razas y de todos los colores. Se saludaban como amigos y se asociaban sin reticencias ni prejuicios. Fue entonces que comencé a comprender la enseñanza bahá’í central de la unidad en la diversidad:

Alabado sea Dios, hoy en día el esplendor de la Palabra de Dios ha iluminado todos los horizontes, y personas procedentes de todas las sectas, razas, tribus, naciones y comunidades se han reunido a la luz de la Palabra, juntas, unidas y de acuerdo, en perfecta armonía. ¡Oh! ¡Qué gran número de reuniones se celebran, adornadas con personas de varias razas y de diversas sectas! Cualquiera que asista a ellas quedará sorprendido y podría suponer que estas almas son todas de un mismo país, de una misma nacionalidad, de una misma comunidad, de un mismo pensamiento, de una misma creencia y de una misma opinión; mientras que, de hecho, uno es americano, otro africano, uno proviene de Asia, otro de Europa, uno es nativo de la India, otro de Turquestán, uno es árabe, otro tayiko, otro persa y otro griego. A pesar de tanta diversidad, se juntan en perfecta armonía y unidad, en amor y libertad; tienen una sola voz, un solo pensamiento y un solo propósito. ¡En verdad, ello es debido al penetrante poder de la Palabra de Dios! Si se juntaran todas las fuerzas del universo, aun así no serían capaces de reunir una sola asamblea tan imbuida de sentimientos de amor, de afecto, de atracción y ardor, como para unir a los miembros de las diferentes razas y hacer surgir del corazón del mundo una voz que disipe la guerra y la contienda, que desarraigue la disensión y la disputa, que inaugure la era de la paz universal y establezca la unidad y la concordia entre los hombres– Abdu’l-Bahá, Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 383

Una cosa es leer sobre un principio que dice que la unidad en el mundo sólo es posible si se aprecian las razas y culturas individuales, y otra muy distinta, verlo en la práctica. La ceremonia de dedicación fue edificante y sencilla. Se leyeron oraciones bahá’ís en alemán, persa, inglés, sueco, francés y español, así como pasajes de las Sagradas Escrituras de varias religiones, el Antiguo y Nuevo Testamento, el Bhagavad Gita y el Corán.

Por la tarde, cuando la ceremonia de dedicación culminó y la audiencia comenzó su viaje de regreso a casa, encontré un lugar tranquilo al lado de la Casa de Adoración y escribí una nota al Centro Bahá’í de Frankfurt en la que expresaba mi deseo de convertirme en bahá’í. Desde ese día hace más de cincuenta años, he sido un bahá’í. Esta historia sobre descubrir una verdad y abrazar una nueva religión es quizás menos dramática de otras que he escuchado en el pasado. Sin embargo, el proceso de transformación personal que resultó del estudio de las enseñanzas de Bahá’u’lláh fue tan profundo para mí como para aquellos cuyas vidas fueron salvadas de la perdición al convertirse en bahá’ís.

Poco después de la dedicación de la Casa de Adoración Bahá’í, mi madre y yo nos mudamos de nuevo a California. En el tiempo que habíamos estado fuera, la Fe Bahá’í había crecido sustancialmente. Mucha gente estaba haciendo lo que mi madre y yo habíamos hecho: investigar seriamente las enseñanzas bahá’ís.

Para entonces, había mucha más gente de mi edad que de alguna manera habían conocido a un bahá’í o habían leído algún libro de Bahá’u’lláh y se habían convertido en bahá’ís ellos mismos. Como éramos jóvenes, automáticamente gravitábamos juntos. En medio del hedonismo del movimiento hippie y de las manifestaciones contra la guerra de Vietnam, nuestro grupo de jóvenes bahá’ís hizo lo que pudo para resolver algunos de los males sociales de la época al contarles a otros sobre los principios progresistas de las enseñanzas de Bahá’u’lláh: la paz universal, la unidad racial, la igualdad de género, la armonía de la ciencia y la religión. Algunas personas escucharon. Todos los fines de semana organizamos reuniones a las que invitamos a nuestros compañeros de clase y amigos para discutir cómo superar los obstáculos que se interponían en el camino hacia el logro de la paz y la unidad en el mundo. Algunos pueblos tenían ahora centros bahá’ís donde podíamos reunirnos pero, en aquellos lugares donde la comunidad bahá’í todavía era pequeña en número, nos reuníamos en las casas de los amigos bahá’ís.

Es casi lo mismo hoy en día, aunque existen muchos más Centros Bahá’ís y muchos más hogares bahá’ís acogen a personas que se reúnen para orar, leer los escritos de Bahá’u’lláh, discutir los desafíos de la actualidad y disfrutar de la compañía de los otros. El lugar donde se reúnen los bahá’ís no es importante. Bahá’u’lláh nos lo recordó:

Bendito es el sitio, y la casa, y el lugar, y la ciudad, y el corazón, y la montaña, y el refugio, y la cueva, y el valle, y la tierra, y el mar, y la isla y la pradera, donde se ha hecho mención de Dios y se ha glorificado Su alabanza. – Bahá’u’lláh, Oraciones Bahá’ís, pág. 5.

Tengo buenos recuerdos de aquellos tiempos. Los amigos que hice cuando era joven ahora son adultos y están diseminados por todo el mundo. Al igual que yo, que actualmente vivo en la ciudad medieval amurallada de Trnava, en el oeste de Eslovaquia. Salvo en las conferencias bahá’ís, ahora raramente veo a mis viejos amigos. Así como yo he decidido ser antropólogo, también ellos han elegido profesiones en las que pueden encontrar maneras de usar sus talentos para servir a la humanidad. Son agricultores, ecologistas, profesores, biólogos, físicos, trabajadores sociales, médicos, periodistas y, sobre todo, padres. Educan a sus hijos para que amen a la humanidad y, con el ejemplo, les enseñan a tratarse unos a otros con igualdad y justicia. Están poniendo en práctica el estilo de vida bahá’í.

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