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Las opiniones y puntos de vista expresados en este artículo pertenecen al autor únicamente, y no necesariamente reflejan la opinión de BahaiTeachings.org o de alguna institución de la Fe Bahá'í. El sitio web oficial de la Fe Bahá’í es Bahai.org y el sitio web oficial de los bahá’ís de los Estados Unidos es Bahai.us.
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Espiritualidad

Las 3 señales que me llevaron a un nuevo destino espiritual

Kim Mennillo | Abr 17, 2023

PARTE 1 IN SERIES por todos lados señales

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PARTE 1 IN SERIES por todos lados señales

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Yo era una buscadora espiritual antes de saber que era una buscadora, así que permítanme contarles la historia de cómo pasé de ser una cristiana comprometida a convertirme en una bahá’í muy comprometida.

En un pequeño pueblo de EE.UU., la mayoría de las familias iban a la escuela dominical y a la iglesia todas las semanas, sin ninguna duda. De niña, esa tradición estaba tan arraigada en mí como el abecedario, y me encantaba cada minuto. Mi primera iglesia pertenecía a la tradición evangélica y reformada. Mi recuerdo más entrañable fue interpretar a uno de los animales en una obra de Navidad, recreando la canción infantil «The Friendly Beasts».

En 1957 las denominaciones E&R y Congregacional se fusionaron para convertirse en la Iglesia Unida de Cristo. Tuve una vida espiritual vibrante en la iglesia de la UCC a la que nos unimos al mudarnos a una nueva ciudad, buenos tiempos llenos de escuela dominical, Escuela Bíblica de Vacaciones, Confraternidad Juvenil y coro de la iglesia. La UCC tenía una mentalidad global, progresista y bastante liberal en su postura sobre los asuntos mundiales. Esto, y las enseñanzas de mis padres, me proporcionaron una fuerte brújula moral y una mente abierta.

Pero seguía siendo un pequeño pueblo de EE.UU., y yo sentía curiosidad, sabiendo que aún me quedaba mucho por descubrir, como recomienda esta cita de una de las charlas de Abdu’l-Bahá:

Debéis esforzaros para entender los misterios de Dios, lograr el conocimiento ideal y alcanzar la posición de visión, adquiriéndola directamente del Sol de la Realidad y participando de la antigua generosidad de Dios que le ha sido destinada.

Por sugerencia de mi pastor, me matriculé en una universidad afiliada a la UCC, especializándome en música. En mi penúltimo año, me especialicé en religión, con especialización en educación cristiana. La clase de religiones del mundo me despertó a la belleza y la maravilla de otras religiones distintas a la mía.

Conocer otras religiones me hizo cuestionar la creencia cristiana de que sólo se debe creer en Jesús para entrar en el cielo. Eso no tenía ningún sentido para mí. ¿Qué pasaba con la gente que moría sin nunca haber oído hablar de Jesús? ¿Se negaba a sus espíritus una vida después de la muerte? Algo no encajaba.

Recuerdo claramente la primera señal, mi primer indicio de que existían otras posibilidades. Desde que conocí a Krishna, Buda, Muhammad y otros, era consciente de ellos y de sus enseñanzas. De la nada, reflexioné: «Si Dios envía un nuevo mensajero cada mil años más o menos, ¿y si simplemente está enviando a esos profetas para dar un poco más de Su mensaje a lo largo de la historia y en realidad todo es la misma religión?». Eso tenía sentido, y creí que yo había tenido un pensamiento original. Poco sabía yo que Dios había plantado una semilla llamada revelación progresiva. Más tarde me enteraría de lo que Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe Bahá’í, dijo a mediados del siglo XIX:

«Ciertamente les mostraremos Nuestros signos en el mundo y dentro de ellos mismos, hasta que les resulte evidente que no hay más Dios que Él». [Traducción Provisional de Oriana Vento].

Después de graduarme, trabajé como directora de educación cristiana y ocupé ese puesto en tres iglesias diferentes mientras mi marido, mi hijo y yo nos trasladábamos por todo el país. En 1982, me planteé seriamente la posibilidad de obtener un máster en educación cristiana o de ordenarme como ministra. Pero entonces llegó la señal # 2 de forma bastante inesperada. Cuando me dirigía a clase el primer día de seminario, embarazada de nuestro segundo hijo, me invadieron las náuseas matutinas. Sabía que, tan enferma como había estado con el primer bebé, nunca sería capaz de concentrarme en mis estudios, así que abandoné la escuela incluso antes de empezar.

Entonces no lo vi como una señal, pero en retrospectiva me di cuenta de que Dios me estaba señalando una dirección totalmente distinta.

A medida que nuestros hijos crecían, un malestar empezó a apoderarse de nuestra familia. Todos seguíamos yendo a la iglesia y a mí me encantaba cantar en el coro, pero nuestros hijos no aprendían nada de la escuela dominical y cada vez nos parecía que los servicios religiosos eran rutinarios y carecían de sentido. La gota que colmó el vaso fue cuando el hecho que el pastor predicara un buen mensaje, pero se le oyera maldecir como un marinero en el estacionamiento al terminar el servicio. No percibíamos mucha espiritualidad en el lugar. Decepcionados y desilusionados, sabíamos que tenía que haber algo mejor ahí fuera que pudiéramos abrazar plenamente.

La señal #3 apareció en 1988, justo antes de que yo conociera la Fe bahá’í. Me estaba recuperando de un cáncer y escuchaba una meditación guiada del Dr. Bernie Siegel. En un momento dado, le pide al oyente que imagine que está en un camino y ve acercarse a alguien que está ahí para ayudarle en el camino hacia el bienestar. Yo deseaba desesperadamente que fuera mi abuela, que había fallecido de cáncer de mama cuando yo era adolescente. Necesitaba que fuera ella; la echaba mucho de menos.

Pero en mi mente, un hombre vestido con una túnica blanca y turbante caminaba silenciosamente hacia mí. ¡No! ¿Quién era? Yo quería a mi abuela. El hombre se dio la vuelta y se alejó, y nunca olvidaré esa imagen. Años y años más tarde, después de convertirnos en bahá’ís, estaba hojeando el libro El Misterio de Dios, que contiene maravillosas fotos de Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh. De repente me detuve en una imagen de su espalda, tomada cuando se alejaba del fotógrafo. Con lágrimas en los ojos, ¡le reconocí al instante como la persona que había visto durante aquella meditación!

Me sentí abrumada por la culpa de haber rechazado a Abdu’l-Bahá hace tantos años atrás, y en mis oraciones le pedí perdón. ¡Si tan sólo hubiera sabido quién era! Realmente creo que vino a mí para ofrecerme consuelo durante mi recuperación del cáncer y yo le había rechazado rotundamente. Pero me animé con estas palabras del Báb, el heraldo y precursor de Bahá’u’lláh:

Verdaderamente, en este día, todos los que habitan en la tierra son los siervos de Dios. En cuanto a los que verdaderamente creen en Dios y están seguros de las señales reveladas por Él, quizás Él perdone generosamente las cosas que sus manos han cometido y les permita la entrada en el Reino de Su misericordia. Él, en verdad, es Él que siempre perdona, el Compasivo.

Estas tres señales me llevaron en una dirección totalmente sorprendente e inesperada, que describiré en el último ensayo de esta serie de dos partes, que se publicará próximamente.

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