Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Estoy agradecido a San Agustín y a los millones de inspirados creyentes, buscadores y maestros espirituales de cada Fe, a todos los que se han sentido atraídos magnéticamente a lo largo del tiempo por todas las religiones de Dios.
Cada una de esas grandes religiones tiene un nombre diferente. Cada una fue revelada, encendida y reavivada progresivamente de época en época. Cada Fe tiene cualidades sociales y culturales únicas, pero cada una se consagró originalmente al fuego del amor de Dios.
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San Agustín se convirtió al cristianismo en el siglo IV de nuestra era. Consideremos su sufrida atracción por ese fuego único, y su palpitante declaración de conversión:
Tarde te he amado, belleza tan antigua y tan nueva; tarde te he amado. … tú estabas dentro y yo estaba en el mundo exterior y te buscaba allí, y en mi estado desamoroso me sumergí en esas hermosas cosas creadas que tú hiciste. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo … Tú llamabas y gritabas y rompías mi sordera. Eras radiante y resplandeciente, disipaste mi ceguera. Eras fragante, y yo aspiraba mi aliento y ahora respiro por ti. Te saboreé, y sólo siento hambre y sed de ti. Me has tocado, y estoy ardiendo por alcanzar la paz que es tuya.
Observa sus referencias al anhelo, la sed y el hambre espirituales antes de encontrar a Jesús, ahora cambiado y renovado, ahora en paz y en llamas. Así comenzó su vida como cristiano, en un contexto pagano de decadencia de la influencia romana.
Pero tengamos en cuenta que el fuego que encontró San Agustín es el mismo fuego que «arde y se agita en el mundo de la creación», según Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe Bahá’í. Ese mismo fuego arde incluso hoy en día, con nuevos consejos y principios que lo distinguen, incluida la unicidad de Dios, la unicidad de todas las religiones y la unicidad de la familia humana. Bahá’u’lláh escribió:
Ese Fuego primordial ha aparecido en este Día con un nuevo resplandor e inmenso calor. Este Fuego divino arde por sí solo, sin combustible ni humo, para quitar el exceso de humedad y frío que son la causa de apatía, cansancio, letargo y abatimiento… Quien se haya aproximado a este Fuego se ha encendido… – El tabernáculo de la unidad, p. 104.
De hecho, los bahá’ís creen que la voz profética y reveladora de Bahá’u’lláh es el rugido actual de ese mismo fuego. Escucha:
El fuego de Tu amor, que arde continuamente dentro de mí, tanto me ha inflamado, que quienquiera de entre Tus criaturas que se me acerque e incline hacia mí su oído interior, no podrá dejar de oír su fragor en cada una de mis venas… La tierra no podrá nunca nublar su resplandor ni el agua apagar su llama… Grande es la bendición de quien se ha acercado a él y ha oído su fragor.
El fuego de hoy es accesible por medio de los mismos elementos encendidos del anhelo y el amor espirituales que llevaron a San Agustín hasta él y, seguramente, también por medio del calor y el resplandor de todas esas virtudes y valores espirituales, de humildad y compasión, bondad y justicia, paciencia y tolerancia.
Pues virtudes espirituales profundas como éstas son esenciales e integrales para la salud del espíritu humano, y cuando se encienden al máximo, nos dotan de un nuevo oído, ojo, corazón y mente, con una capacidad despierta para percibir, comprender, conocer e imaginar de forma renovada, como Bahá’u’lláh reveló:
Sólo cuando la lámpara de la búsqueda, del esfuerzo ardiente, del deseo anhelante, de la devoción apasionada, del amor fervoroso, del arrobamiento y del éxtasis se haya encendido en el corazón del buscador y sople en su alma la brisa de Su amorosa bondad, será disipada la oscuridad del error, será dispersada la bruma de las dudas y los recelos y su ser será envuelto por la luz del conocimiento y de la certeza. En ese momento, el Heraldo Místico, portador de las felices nuevas del Espíritu, aparecerá resplandeciente como la mañana desde la Ciudad de Dios y, mediante el son de la trompeta del conocimiento, despertará del sopor de la negligencia al corazón, al alma y al espíritu. Entonces los múltiples favores y la efusión de gracia del santo y eterno Espíritu conferirán al buscador una nueva vida tal, que se hallará dotado de vista nueva, oído nuevo, corazón nuevo y mente nueva. – El libro de la certeza, p. 155.
De este modo, tales virtudes son llamas aún sin prender, varillas para encender de esperanza y resistencia, energías espirituales vitales integrantes del espíritu humano. Bahá’u’lláh dijo que yacen latentes dentro de todos nosotros:
… así como la llama está oculta dentro de la vela y los rayos de luz están potencialmente pre s e ntes en la lámpara. El resplandor de estas energ í a s puede verse oscurecido por los deseos mundanos, tal como la luz del sol puede ser ocultada bajo el polvo y la escoria que cubren el espejo… Es claro y evidente que la lámpara nunca se encenderá mientras no se encienda fuego y, a menos que se limpie la superficie del espejo de la escoria que la cubre, éste nunca podrá re p resentar la imagen del sol ni reflejar su luz y gloria. – Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh, p. 79.
Cuando se encienden y se avivan, esas virtudes espirituales interiores tienen un efecto transformador comparable al del fuego de un refinador. Como escribió Abdu’l-Baha, tienen el poder de fundirnos y remodelarnos:
Cuando [el hierro] absorbe el calor del fuego, sacrifica su atributo de solidez por el de fluidez. Sacrifica su atributo de oscuridad por el de la luz, la cual es una cualidad del fuego. Sacrifica su atributo de oscuridad por el de la luz, la cual es una cualidad del fuego. Sacrifica su atributo de frialdad por la cualidad del fuego. Sacrifica su atributo de frialdad por la cualidad del calor que el fuego posee; de modo que en el hierro ya no queda ninguna solidez, oscuridad n frialdad. Se ilumina y transforma sacrificando sus cualidades por las cualidades y atributos del fuego. – La promulgación a la paz universal, p. 439.
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Hoy en día, el odio de una religión por otra, la dominación de una raza sobre otra, el patriarcado de los hombres sobre las mujeres y todo lo que está plagado de prejuicios, ignorancia y miedo ha sido fundido y remodelado por el calor de este fuego abrasador en esta nueva era bahá’í.
Hablo humildemente de este fuego por el bien de aquellos para quienes no es familiar o, Dios no lo quiera, irrelevante. Hablo por aquellos que pueden sentir curiosidad e incluso necesidad de su luz y calor y por aquellos que ya están luchando con sed y anhelo por un mundo más noble y más amable y por un yo más iluminado y más bello.
Este fuego no pertenece a los ricos, ni a los privilegiados, ni a ninguna religión, raza o clase sacerdotal. Pertenece a todos los pueblos del mundo, independientemente de su educación o de su supuesta posición social. Es un don de Dios, que se nos ha dado con la advertencia de que debemos preservarlo, protegerlo y compartirlo.
Pensemos en los antiguos pueblos indígenas de Maine, que, cuando viajaban de un lugar a otro, llevaban brasas de fuego humeante en conchas de almeja atadas a sus cuerpos, cerca de sus corazones, preparadas para compartirlas con quienes necesitaran el calor y la luz vivificantes de su fuego.
Por favor, sepan que estoy compartiendo desde el caparazón de mi corazón los carbones ardientes que traigo a este momento, para que puedan arder y calentar a aquellos que tienen frío, hambre y miedo a la oscuridad, aquellos que anhelan calor y luz.
Bradford Miller es escritor independiente. Su último libro es «Sickness, Death, and Resurrection of Holden Caulfield», disponible en Amazon.
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