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Armas de guerra: los malignos frutos de la civilización material

David Langness | Jul 6, 2021

PARTE 5 IN SERIES Este único y maravilloso sistema bahá'í

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PARTE 5 IN SERIES Este único y maravilloso sistema bahá'í

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Las naciones del mundo tienen hoy más armas de guerra que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad. Desgraciadamente, la historia nos ha mostrado que estas temibles armas, una vez construidas, rara vez quedan sin uso.

Esto trae a colación el crucial tema contemporáneo del desarme – que la Asamblea General de la ONU define como la eliminación de todas las armas de destrucción masiva, junto con la:

…reducción equilibrada de las fuerzas armadas y de los armamentos convencionales, basada en el principio de la seguridad sin perjuicio de las partes, con miras a promover o reforzar la estabilidad a un nivel militar inferior, teniendo en cuenta la necesidad de todos los Estados de proteger su seguridad.

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Más de un siglo antes de que las Naciones Unidas definieran el desarme de esta manera, Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, escribiendo en su libro epístola al hijo del lobo, instó a los líderes de cada nación a unirse con otras naciones y luego desarmarse multilateralmente:

Incumbe a los Soberanos del mundo – quiera Dios asistirles– aferrarse unánimemente a esta Paz, que es el principal instrumento para la protección de toda la humanidad. Es Nuestra esperanza que ellos se levantarán para alcanzar lo que conducirá al bienestar del hombre. Es su deber convocar una asamblea omnímoda a la que asistan ellos mismos o sus ministros, y poner en vigor cualquier medida requerida para el establecimiento de la unidad y concordia entre los hombres. Deben abandonar las armas de guerra y adoptar los instrumentos de la reconstrucción universal. Si un rey se levantase contra otro, todos los demás reyes deberían levantarse para disuadirle. Entonces, las armas y los instrumentos bélicos no serán necesarios más allá de lo requerido para garantizar la seguridad interna de sus respectivos países.

Las enseñanzas bahá’ís piden repetidamente a los líderes de la humanidad que se desarmen, que depongan sus enormes reservas de armas en reconocimiento mutuo de que la era de la guerra mundial ha llegado a su fin. Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, escribió:

Mediante un acuerdo general, todos los gobiernos del mundo deben desarmarse simultáneamente y al mismo tiempo. No servirá que uno abandone las armas y el otro se niegue a hacerlo. Las naciones del mundo deben coincidir entre sí en este tema de suprema importancia, y así podrán abandonar juntas las mortíferas armas de matanza humana. Mientras una nación aumente su presupuesto militar y naval, otra se verá obligada a participar en esta competencia enloquecida por sus intereses naturales y supuestos. [Traducción provisional por Oriana Vento]

Las enseñanzas bahá’ís afirman que todas las naciones deberían ponerse de acuerdo para unificar y poner fin a la guerra como comunidad humana global, no solo por la carnicería, la muerte y la destrucción que causan las armas de guerra, sino también por el enorme coste que supone para las sociedades que se preparan para la guerra y la libran.

Las guerras aparentemente interminables del mundo, incluidas las que estamos librando ahora y las que constantemente planeamos y preparamos para librar en el futuro, nos cuestan a todos enormes sumas en vidas y fondos. Por ejemplo: los gastos gubernamentales para la guerra en Estados Unidos, y en muchos otros países, superan cualquier otra área de gasto.

Solo hay que ver lo que hace Estados Unidos con su dinero: El país gasta el 6% de su presupuesto anual en la educación de sus hijos; el 6% en el mecanismo del propio gobierno; el 5,5% en vivienda y gastos comunitarios; el 5% en salud y atención sanitaria; el 4% en asuntos internacionales, incluyendo toda la ayuda exterior; el 3% en energía y medio ambiente; el 2,5% en ciencia e investigación médica; el 2,5% en trabajo; 2% en transporte; 1% en alimentos y agricultura y el 62,5% se destina al Departamento de Defensa, a las guerras de Irak y Afganistán, a diversos programas de armamento, a las prestaciones de los veteranos y a otros gastos militares, lo que supone alrededor de 1,25 billones de dólares.

Las asombrosas sumas gastadas por Estados Unidos encabezan la lista mundial de gastos militares, pero China, Rusia, la Unión Europea, Arabia Saudí, India, Japón y Corea del Sur también gastan enormes cantidades en sus ejércitos y en sistemas de armamento. En conjunto, las mayores potencias militares del mundo gastan actualmente casi 2 billones de dólares al año, según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos.

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¿Se imaginan lo que se podría hacer con esas enormes sumas si redujéramos nuestro gasto militar a un nivel más razonable?

El enorme volumen de gasto militar en las culturas armadas asombra a la imaginación. Para tener una idea general de la magnitud del gasto militar de Estados Unidos, imagine alimentar, alojar, proporcionar ropa y transporte y atención sanitaria a 1,3 millones de hombres y mujeres, solo para empezar. Luego, considere el coste de pagar, entrenar y volver a entrenar constantemente a esos hombres y mujeres. A continuación, intente sumar los tremendos costes de los sistemas de armamento, especialmente las armas avanzadas, de alta tecnología, llamadas «inteligentes», que se utilizan hoy en día en la guerra. Un misil guiado por ordenador cuesta un millón de dólares. Un bombardero B-2 cuesta 2.000 millones de dólares.

También hay que tener en cuenta que el gasto militar no sigue las leyes estándar de la economía. El rápido ritmo de los cambios tecnológicos y científicos significa que los llamados costes de «defensa» suelen aumentar mucho más rápido y más lejos que los costes civiles comparables. La carrera armamentista mundial para construir sistemas de armas más grandes, más mortíferos y más temibles impulsa continuamente presupuestos militares cada vez más altos. Luego, al final, esos sistemas de armas se quedan obsoletos cuando surgen inevitablemente nuevas tecnologías más caras.

En la sociedad moderna, nuestra interminable competencia armamentista entre naciones, y la constante preparación para la guerra total que esas naciones sienten que deben mantener, se ha convertido en uno de los mayores fracasos de la civilización contemporánea, un ciclo continuo y autocumplido que constituye un atroz crimen colectivo contra la humanidad. Nos roba la prosperidad, roba el alimento de la boca de los niños, privilegia la guerra sobre el bienestar humano y gasta enormes sumas de dinero en la muerte en lugar de la vida.

En última instancia, las armas no producen nada. Cuando una fábrica hace un camión, por ejemplo, ese camión pasa a hacer un trabajo real, y continúa durante toda su vida útil produciendo ese trabajo, contribuyendo a la economía y a las personas que se benefician de él. Pero cuando una fábrica hace un arma, no nos da ninguna contribución duradera. Esa arma permanece inactiva, un misil en un silo que no hace ningún trabajo útil, que no devuelve nada a la sociedad que la fabricó, hasta que produce la muerte. En un discurso que pronunció en 1953 ante un grupo de editores de periódicos, el último presidente de Estados Unidos que fue general militar, Dwight D. Eisenhower, dijo:

Cada arma que se fabrica, cada buque de guerra que se lanza, cada cohete que se dispara significa, en última instancia, un robo a los que tienen hambre y no se alimentan, a los que tienen frío y no se visten. Este mundo en armas no está gastando solo dinero. Está gastando el sudor de sus trabajadores, el genio de sus científicos, las esperanzas de sus hijos. El coste de un moderno bombardero pesado es esto: una moderna escuela en más de 30 ciudades. Son dos centrales eléctricas, cada una de las cuales sirve a una ciudad de 60.000 habitantes. Son dos buenos hospitales totalmente equipados. Son unas cincuenta millas de pavimento de hormigón. Pagamos un solo avión de combate con medio millón de fanegas de trigo. Pagamos un solo destructor con casas nuevas que podrían haber albergado a más de 8.000 personas. Esta es, repito, la mejor forma de vida que se puede encontrar en el camino que ha tomado el mundo. Esto no es una forma de vida en absoluto, en ningún sentido verdadero. Bajo la nube de una guerra amenazante está la humanidad colgada de una cruz de hierro. … ¿No hay otra forma en que el mundo pueda vivir?

Las enseñanzas bahá’ís coinciden en afirmar que cada una de estas armas y sistemas de armamento representa un fracaso espiritual de proporciones épicas. Abdu’l-Bahá los llamó los «frutos malignos de la civilización material»:

Y entre las enseñanzas de Bahá’u’lláh está que, aunque la civilización material es uno de los medios para el progreso del mundo de la humanidad, empero, mientras no llegue a combinarse con la Civilización divina, no se logrará el resultado deseado, el cual es la felicidad de la humanidad. Considerad: estos buques acorazados que reducen a ruinas una ciudad en el lapso de una hora son el resultado de la civilización material; asimismo, los cañones Krupp, los rifles Mauser, la dinamita, los submarinos, las lanchas torpederas, los aviones armados y los bombarderos: todas estas armas de guerra son los frutos malignos de la civilización material. Si la civilización material hubiera estado unida con la Civilización divina, estas armas de fuego nunca se habrían inventado. Es más, la energía humana habría sido enteramente dedicada a las invenciones útiles y se habría concentrado en descubrimientos loables.

Entonces, ¿qué se necesita para transformar nuestra civilización material fuertemente militarizada y armada en la civilización divina pacífica, productiva y unificada que las enseñanzas bahá’ís prevén y prescriben? En el próximo artículo de esta serie, examinaremos las causas profundas de la guerra en busca de respuestas a esta pregunta crucial.

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