Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
A menudo lo vemos en calcomanías, o como el lema de un festival cultural en un centro comunitario: «Celebremos la diversidad».
Se ha convertido en un eslogan utilizado cada vez más en estos días para resaltar nuestras diferencias como algo positivo, no negativo. Por primera vez en la historia, las personas comienzan a ver la diversidad no como una línea divisoria o un punto de contención, sino como algo que celebrar y admirar.
Las comunidades, las escuelas y las empresas están haciendo grandes esfuerzos para diversificar sus vecindarios, poblaciones y fuerzas laborales, y las familias con diversos orígenes ya no son algo raro. Comenzamos a darnos cuenta, a medida que nuestro mundo se acerca cada vez más y se rompen los límites, que la diversidad de la humanidad es un activo y no un obstáculo.
Sin embargo, ¿realmente comprendemos qué es la diversidad? ¿Podemos ir más allá de simplemente tolerar la diversidad u observarla desde lejos para realmente poder abrazarla y celebrarla? Este ensayo analiza los desafíos involucrados en el desarrollo de una actitud saludable hacia la diversidad y explora algunas de las ventajas que traerá la diversidad, mientras reflexiona sobre esta declaración de los escritos bahá’ís de cien años de antigüedad:
La diversidad en la familia humana debería ser causa de amor y armonía, como lo es en la música donde diferentes notas se funden logrando un acorde perfecto. – Abdu’l-Bahá, La sabiduría de Abdu’l-Bahá, pág. 73.
Durante mucho tiempo ha sido el sueño de las personas vivir en una comunidad donde no exista el odio o la discriminación, donde no hay iniquidades cometidas contra personas cuyo único delito es ser diferente.
Con este fin, se han hecho muchos intentos de legislar y hacer cumplir las leyes para hacernos responsables de los crímenes de odio y los actos de intolerancia. Estos han tenido un éxito limitado porque, si bien pueden penalizar a los perpetradores por tales acciones, no pueden cambiar los corazones. El corazón parece estar donde se debe abordar el problema, porque es allí donde se implanta y cultiva el odio y la discriminación, no en las calles donde finalmente estalla la violencia. Una vez que este odio se manifiesta en violencia, es difícil detenerlo. A menudo estamos tan cegados por el fuego que no podemos ver la causa de las llamas. Nuestros esfuerzos por superar el odio deben ser redirigidos:
…por encima de todas las demás uniones está aquella que tiene lugar entre los seres humanos, en especial cuando se realiza en el amor de Dios. Así se hace aparecer la unicidad primordial; así se sientan los cimientos del amor en el espíritu. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 91.
Por la misma razón por la que apuntamos el extintor de incendios a la base del fuego, descubrir la causa raíz del odio es esencial para eliminarlo. Al contrario de lo que la mayoría de nosotros cree, los extintores no apagan incendios; apagan la causa del incendio, sofocando el oxígeno y el calor que lo alimentan. Cuando la causa se va, el fuego se apaga solo.
Lo mismo ocurre con el odio y la discriminación: necesitamos encontrar una forma de eliminar los prejuicios de raíz y abordar la causa en lugar de los efectos. Sin embargo, esto no puede suceder hasta que comprendamos que la causa del problema no es un resultado necesario de diferencias en cultura, nacionalidad, género, raza, orientación sexual, origen étnico o cualquier otra manifestación de diversidad y variedad en la familia humana.
El problema es el prejuicio en sí mismo: la tendencia humana a emitir juicios sin evidencia y formar opiniones basadas en el supuesto de que un grupo de personas es de alguna manera superior a otro, que una persona es inherentemente mejor que otra. Esto provoca el incendio.
Las enseñanzas bahá’ís nos piden que abordemos las causas profundas de nuestros propios prejuicios al reconocer nuestra unidad inherente:
Puesto que las almas humanas difieren en grado y capacidad, como difieren en aptitud, las individualidades diferirán una de la otra. Pero en realidad este es una razón para la unidad y no para la discordia y la enemistad. Si las flores de un jardín fuesen todas de un solo color, el efecto a la vista sería monótono; pero si los colores son matizados, es mucho más placentero y maravilloso. La diferencia en el engalanamiento de color y la capacidad de reflexión entre las flores dan al jardín su belleza y encanto. Por tanto, aunque somos distintas individualidades, diferentes en ideas y en fragancias, esforcémonos igual que flores del mismo jardín divino para vivir juntos en armonía. Aunque cada alma tiene su propio perfume y color, todas están reflejando la misma luz, todas contribuyendo con fragancia a la misma brisa que sopla a través del jardín, todas continúan creciendo en completa armonía y acuerdo. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 48.
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